Nadie tiene culpa de nada
Como cualquier disciplina en la que se llegue a cierto grado de profundidad, la estadística puede resultar apasionante. Ingeniar sistemas para estimar realidades complejas que tienden en muchas ocasiones a disimularse por parte de los informantes, analizar dichas realidades buscando cuáles son las causas que las generan, reflejar cómo evolucionan distintos fenómenos y, por tanto, enjuiciar el grado en el que se cumplen los fines que se pretendían alcanzar, son indudables atractivos de una ciencia a la que no se puede negar una importante función social.
Para que la estadística pueda conseguir tan ambiciosos objetivos es necesario que goce de suficiente credibilidad en cuanto al rigor, neutralidad y actualidad de sus estimaciones de la realidad investigada, pero, además de ello, cuando la actuación sobre dicha realidad exija acuerdos sociales y una auténtica política de Estado, es preciso que los diagnósticos que unos y otros hagan de las cifras estadísticas, salvo matices, sean coincidentes en lo esencial, cuestión esta que estamos lejos de alcanzar según puede observarse por la disparidad, a veces escandalosa, de las interpretaciones.
Posiblemente uno de los principales motivos de las sistemáticas divergencias en la interpretación de resultados se encuentra en la creencia, en mi opinión muy equivocada, de que la misión de la oposición política es presentar como fracaso cualquier acción de gobierno y, por el contrario, la misión de los partidos en el poder se encuentra en presentar como éxitos rotundos los resultados de todas sus decisiones.
Este comportamiento irreconciliable se puede percibir en cualquiera de las informaciones que periódicamente surgen ante la opinión pública, llámese cifras de paro o de temporalidad en el empleo, evolución del consumo y cualquier otro tipo de información.
En muchas ocasiones, las interpretaciones se mantienen en lenguaje técnico y con respeto, aunque sea aparente, hacia las opiniones divergentes, pero cada vez es más frecuente que se renuncie a la disciplina que proporciona la información y se introduzcan argumentos peregrinos, como, por ejemplo, achacar los elevadísimos precios de las viviendas a la capacidad económica de unos ciudadanos deseosos de invertir o imputar el incremento de la inseguridad ciudadana exclusivamente a nuestra permisividad frente a la inmigración.
Este tipo de reacciones de responsables políticos ante la aparición de datos que puedan poner en evidencia su falta de capacidad de gestión bloquea cualquier posibilidad de que se corrijan las medidas que no estén dando los fines deseados y, por tanto, genera un coste inútil para toda la sociedad en términos económicos y sociales.
Pero el problema más preocupante está en que esta falta de reconocimiento de los propios errores, el hecho de que nadie se sienta culpable de nada, comienza a extenderse incluso a materias de fuerte componente ético y religioso por cuanto afectan a la vida, al sufrimiento, a la solidaridad y a otras cuestiones donde el sentimiento de culpa debiera tener una presencia más acusada.
Buenos ejemplos de ello son el apoyo a la guerra contra Irak, haciendo caso omiso de la inequívoca condena de un Papa que el gobierno español tiene como máxima autoridad espiritual o, como ocurre en la actualidad, las inflexibles actitudes que mantienen el gobierno español y el vasco, también apostólico y romano, que están generando un clima de crispación extremadamente grave, como testimonian reiteradamente los estudios de opinión.
Algunos psiquiatras, como Carlos Castilla del Pino en su excelente ensayo sobre La culpa (Alianza Editorial, 1973) describen los estados de angustia, e incluso el bloqueo de la personalidad, que suelen producir aquellos sentimientos de culpa que alcanzan niveles patológicos, pero sin llegar a tanto establecen otros niveles en los que la culpa puede llegar a cumplir una función social por cuanto el sujeto, al ser consciente de la inadecuación de sus acciones a la realidad que se propone modificar, puede sentirse responsable por las indeseables consecuencias que esas acciones provocaron.
Yo, personalmente, como se puede apreciar por mi insistencia en el tema, estoy convencido de que la información estadística puede contribuir a que se forme esa consciencia.