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En portada

Lo que la burbuja se llevó

La locura por las 'puntocom', las caras licencias de UMTS, las OPV masivas, la Bolsa paneuropea... La opa sobre Terra marca el final de una época, la de la burbuja tecnológica, en la que muchas promesas quedaron en el camino

Fuckedcompany.com es una página de Internet a través de la cual los internautas apuestan que tal o cual compañía entrará en bancarrota. Fucked Company se puede traducir como Compañía Jodida. Muchas de las que son objeto de la competición pertenecen al mundo de las puntocom, un universo empresarial hoy denostado por inversores y analistas, pero que hace cuatro años provocó la euforia en los mercados hasta alcanzar lo que en un momento determinado Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal estadounidense, calificó de 'exuberancia irracional'.

¿Qué pasó con la nueva economía? La pregunta, que recuerda al título de un programa de televisión en el que se indagaba sobre lo que había sido de las vidas de personajes famosos, tiene su respuesta en un hecho concreto pero significativo. El pasado miércoles finalizaba el plazo de aceptación de la opa que ha lanzado Telefónica por el 100% de su filial Terra Networks. La estrella de las puntocom españolas está a punto de culminar una vida en Bolsa marcada por un debut de locura colectiva y alzas descabelladas, su posterior caída en desgracia y ni un solo ejercicio en números negros desde su fundación. A comienzos de 2000, Terra era la cuarta empresa española por capitalización, por delante de Repsol YPF. Su desplome posterior es el ejemplo español del fracaso de la nueva economía, un fenómeno apoyado en los adelantos tecnológicos que estaba llamado a terminar con los ciclos bajistas.

'Admito que creí todo lo que me comentaban entonces', comenta David Burns, director general de Schroders en España. 'Era una historia muy bonita que quisimos creer'. La historia contaba que los adelantos tecnológicos generarían tanta productividad en las compañías que la inflación desaparecería y con ella los ciclos económicos. La inversión en tecnología que realizaron entonces las compañías, fomentada en buena medida por miedo al efecto 2000, generó fuertes aumentos de productividad, pero también un exceso de oferta que el mercado finalmente fue incapaz de asumir. 'Con lo que no se contó es con que la demanda tiene un límite', explica Andrés Vázquez, de Safei. 'No se contó con ello porque aquella era una época de gran consumismo'.

'Hemos asistido a una revolución tecnológica, pero no en la medida en que lo anticipaban las Bolsas', afirma Jaime Hoyos, de Crédit Agricole AM

Internet se había convertido en la herramienta llamada a cambiar el mundo. En el instrumento de la globalización, del fin de las fronteras, en el negocio del futuro que transformaría las relaciones comerciales. 'Se veía como una revolución, un nuevo paradigma económico', recuerda Jaime Hoyos, director de inversiones de Crédit Agricole Asset Management en España.

Y entonces estalló el boom. Nacieron miles de portales que proponían negocios de toda índole. Y con ellos una nueva clase de ejecutivos, en camisa, vaqueros y zapatillas deportivas. Expertos informáticos a los que compañías de corte tradicional llegaron a pagar millonadas por una página de Internet cuya visibilidad de beneficios era escasa. Pero aquello era el futuro y todo lo que sonaba a Internet se vendía con facilidad. Colocar una puntocom en Bolsa era entonces apostar por un caballo ganador que se podía revalorizar tres o cuatro veces en apenas unas horas. 'Había demasiadas puntocom y demasiada liquidez en el mercado', recuerda Burns. 'Se colocaba todo'.

Entre octubre de 1998, tras la crisis de los países emergentes, y el 10 de marzo de 2000, el índice Nasdaq se revalorizó cerca de un 250%, mientras muchas de las puntocom que habían salido a Bolsa en ese periodo cotizaban a precios desmesurados, con valoraciones difícilmente justificables cuando la mayoría de ellas no tenía beneficios ni perspectiva inmediata de tenerlos. 'El mercado anticipó unos beneficios inmediatos para las compañías. Parecía que el mundo iba a cambiar en seis meses', cuenta Jaime Hoyos.

La Bolsa se convirtió en el paraíso del dinero fácil, al que accedieron millones de inversores de todo el mundo. Bolsas como la de Fráncfort ampliaron su horario, mientras se multiplicaban los mercados tecnológicos en todo el mundo. Se hablaba de un gran mercado que estaría abierto las 24 horas, y comenzaban a plantearse grandes fusiones de Bolsas de cara a ganar cuota en un negocio en aquellos momentos boyante.

La desaceleración suave

El 10 de marzo marcó un antes y un después. Aquel día el mercado tecnológico Nasdaq alcanzaba su máximo histórico en los 5.048 puntos y comenzaba entonces una caída en picado que muchos, en un principio, achacaban a una recogida de beneficio por parte de los inversores. Analistas y gestores, en los meses siguientes, vaticinaban una desaceleración suave de la economía, que remontaría con fortaleza renovada a comienzos de 2001. La burbuja había estallado y el descenso de los mercados se prolongaría hasta la actualidad.

La burbuja se fue deshinchando tal y como se había formado, en una espiral, esta vez de ventas, que fue negando la financiación a muchas puntocom sin visibilidad de negocio. Muchas empresas de venta a través de Internet se toparon con problemas con los que no contaban. Algo tan previsible como la logística, el hacer llegar el producto adquirido al comprador en un plazo determinado, se tornó en muchos casos en el talón de Aquiles de todo el negocio. Quiebras y exclusiones se fueron sucediendo, con el agravante de que el desplome bursátil afectó tanto a las compañías formadas por aire, como a las que, pese a ser tecnológicas, tenían un modelo de negocio consistente y rentable.

'Hubo un exceso de optimismo', reconoce Andrés Vázquez. 'Ahora llega el momento de poner los pies en el suelo y preguntarse si la fantasía que se vendió entonces puede convertirse en realidad. Yo, desde luego, no voy a negar que pueda ser realidad en un momento determinado'.

'Es fácil opinar a toro pasado', afirma Jaime Hoyos. 'No hay duda de que no se ha producido esa transformación económica mundial y social que se vaticinaba, pero sin duda han cambiado muchas cosas. Lo que pasa es que la transformación no se está produciendo tan rápidamente como se lo anticiparon las Bolsas'. Hace unos años era impensable utilizar el correo electrónico como se utiliza ahora e incluso son sorprendentes las transformaciones que han sufrido, por ejemplo, los teléfonos móviles. 'Sin duda hemos logrado una mejora tecnológica', afirma David Burns. 'Pero se ha demostrado que hace falta tiempo para que se produzca una transformación como ésta'. Andrés Vázquez coincide en esto último. 'Yo mismo hago la compra a través de Internet', reconoce.

Las empresas, los inversores, los analistas..., ¿han aprendido la lección? 'Hemos aprendido que las cosas llevan su tiempo', afirma Hoyos. 'Hemos asistido a una revolución tecnológica, pero no en la medida que se anticipaba. Ahora los inversores y las compañías son más cautos con las promesas'. Una consecuencia de lo sucedido, según este experto, es que se han ajustado las valoraciones en todo el mercado, y ello ha impulsado a las compañías a recuperar las políticas de retribución al accionista como el pago de dividendos.

La purga, en cualquier caso, ya se ha producido, y las compañías que quedan de los tiempos de la locura tecnológica son las que realmente tienen modelos de negocio rentable. Compañías como Yahoo o Amazon, a pesar del desplome bursátil, han aguantado el tirón y sus últimos resultados apuntan una mejoría.

'Yo siempre digo que lo sucedido en los noventa es similar a lo que sucedió a principios de siglo con los fabricantes de coches. Al principio hubo un centenar de compañías, pero finalmente quedaron cuatro o cinco', relata Burns. 'Estas cosas se repiten con el tiempo', asegura Hoyos. 'La memoria es muy frágil, y es muy posible que dentro de una década nazca una nueva revolución industrial o tecnológica que dé pie a otra burbuja'.

Lo que pudo ser y no fue

El ocaso de las 'puntocom'Llegó un momento, a finales de la década pasada, que todo lo que se apellidaba puntocom se colocaba en Bolsa con éxito. Daba igual que la compañía no tuviera visibilidad de beneficios; empresas e inversores estaban dispuestos a pagar precios elevadísimos por ella tan sólo por ser de Internet. Poco queda de aquello. Desde que el Nasdaq alcanzara máximos históricos en marzo de 2000, casi 2.600 compañías de este mercado han solicitado su exclusión, abocadas a la bancarrota. Cifra que supone cerca del 40% de las 6.000 empresas que llegaron a cotizar en el Nasdaq en su periodo de mayor apogeo.La quimera de la Bolsa paneuropeaEl 4 de mayo de 1999, ocho mercados europeos -Madrid, París, Milán, Zúrich, Amsterdam, Bruselas, Londres y Fráncfort- firmaban una alianza para trabajar en la creación de una gran Bolsa paneuropea. Pero el proyecto quedaba poco después en agua de borrajas cuando los mayores mercados iniciaban la expansión por su cuenta. Londres y Fráncfort llegaron a anunciar una fusión, que finalmente fracasó cuando la Bolsa sueca lanzaba una opa hostil sobre el mercado británico. Tan sólo salió adelante el proyecto de fusión de París, Bruselas y Amsterdam, que dio paso a Euronext.Los nuevos mercados echan el cierreLa proliferación de compañías tecnológicas en las Bolsas de todo el mundo hizo necesaria la creación de un espacio propio para albergar su cotización debido a la volatilidad extrema de estos valores. Las Bolsas no tardaron en crear sus propios nuevos mercados a imagen y semejanza del Nasdaq. El Nuevo Mercado español, el Noveau Marché francés, el Neuer Markt alemán... El propio Nasdaq quiso poner un pie en cada continente con el objetivo de crear un gran mercado que cotizara las 24 horas. Nacían así el Easdaq en Europa y el Jasdaq en Japón. Poco queda de todo aquello. El mercado que no ha desaparecido -como el Neuer Markt o el Easdaq- ha perdido a su mayor estrella (Terra en el Nuevo Mercado).El fraude de la contabilidad creativaUna de las consecuencias del estallido de la burbuja bursátil fue la proliferación de prácticas contables creativas encaminadas a maquillar las cuentas de las empresas, aprovechando los vacíos legales de la normativa estadounidense. El resultado no pudo ser más desastroso. Compañías como Enron y Worldcom destaparon agujeros millonarios y provocaron las mayores bancarrotas de la historia, con la consiguiente crisis de confianza de los inversores.El fin de los ciclos económicosLa llegada de la nueva economía auguraba el fin de los ciclos económicos. El intenso desarrollo tecnológico estaba llamado a generar tales niveles de productividad que desaparecería la inflación y las políticas monetarias pasarían a la historia. A lo sumo, se podían esperar desaceleraciones suaves de cuando en cuando. La crisis, sin embargo, no llegó del lado de la oferta. Las compañías generaron demasiada producción como para que fuera absorbida por el mercado. En 2001 EE UU vivió tres trimestres consecutivos de caída del PIB y los riesgos hoy en día no son inflacionistas,sino deflacionistas.Los analistas estrella, en el banquilloLa burbuja tecnológica se convirtió en el gran negocio de la banca de inversión, pero fue causa de numerosos fraudes y recomendaciones de compra engañosas que hoy están pasando abultadas facturas. Muchos de los analistas estrella que entonces movían el mercado con sus recomendaciones hoy se enfrentan a penas de cárcel. El caso más sonado es el de Frank Quattrone, banquero de Credit Suisse First Boston, que se enriqueció colocando compañías en Bolsa y hoy se enfrenta a un juicio por fraude. Los 10 mayores bancos de Wall Street han tenido que pagar 1.400 millones de dólares por elaborar análisis engañosos.La factura de la UMTSEuropa tuvo su propia burbuja. Las promesas del móvil de tercera generación, con tecnología UMTS, arrastró a las grandes operadoras de telefonía a una escalada de gastos para hacerse con las licencias de explotación en toda Europa. Numerosos países aprovecharon para reducir sus déficit convocando subastas para estas licencias que culminaron con desembolsos por parte de las compañías de 111.000 millones de euros, 20 billones de las pesetas de entonces. De la UMTS, de momento, ni rastro.De la euforia al miedo a salir a BolsaSalir a Bolsa a finales de los noventa era sinónimo de éxito empresarial. El que no cotizaba no era nadie. Cada día se colocaban en el parqué las acciones de decenas de empresas que a menudo duplicaban y triplicaban su precio de salida en apenas unas horas. Tanta era la liquidez que había en el mercado y la demanda por parte de los inversores. La compañía que hoy se atreve a dar el salto al parqué es cuando menos osada y las cifras dan muestra de ello. El ritmo global de OPV cayó un 90% entre 1999 y 2001. En el primer semestre de 2003 sólo 10 compañías salieron a Bolsa. En 1999 fueron más de 1.000.

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