Una reflexión antes del despido
Antonio Cancelo pide a los ejecutivos que estudien posibles alternativas que demuestren la creatividad de la empresa antes de reducir plantilla como medida para mejorar la competitividad
Una fórmula ampliamente consensuada para obtener una buena rentabilidad en el uso de ese factor siempre escaso que es el tiempo consiste en aplicar recetas ya experimentadas en la resolución de cuestiones recurrentes. Mecanismo de ahorro que evita consumir excesivas energías, ya que, existiendo antecedentes de empleo satisfactorio, lo razonable es repetir lo que ya fue testado. Este modo de hacer simplifica nuestras vidas y las hace posibles, puesto que, de otra forma, al cabo del día nos faltaría tiempo para atender reflexivamente a tantos requerimientos exigibles, a los que sería posible responder de diferentes maneras, dando lugar a un proceso de análisis, ponderación, etc., y que podrían conducirnos al colapso vital. Los procedimientos simplificadores se repiten en la gestión directiva, existiendo en la empresa un complejo entramado de normas, reglas y manuales, que definen cómo hay que actuar en un gran número de situaciones, facilitando el trabajo e incluso, se puede decir con mayor contundencia, haciéndolo posible.
La experiencia acumulada, el aprendizaje constante, hace posible establecer una serie de comportamientos reglados que, no obstante, deberán permanecer abiertos a la incorporación de nuevos conocimientos si se desea evitar su cosificación y mantener o mejorar su eficacia. De vez en cuando se toman decisiones en el mundo empresarial que parecen seguir el esquema descrito y que incluso dan la impresión de responder a un saber básico acumulado de carácter universal, que sirve indistintamente sea cual fuere la actividad de la empresa, los mercados en los que actúa y su desarrollo tecnológico.
Toda empresa sometida a la presión de mercados más exigentes, obligada a la búsqueda de soluciones que mejoren su competitividad, recurre de forma inmediata y expeditiva al recorte de plantilla, como si se estuviera ante una de esas decisiones contempladas en un procedimiento que se titularía De la competitividad. Así, al anuncio realizado por Telefónica, como experiencia más inmediata, se unen los de todas las compañías de teléfonos europeas, americanas y asiáticas. En esta coincidencia se constata el carácter universal de la medida, que nadie cuestiona, ni los propios afectados, y que incluso, con frecuencia, resulta positivamente sancionada por los inversores.
Esa coincidencia generalizada resalta la inviabilidad de la norma que sigue vigente y, en consecuencia, aplicable, pese a que un análisis sereno de las compañías que la han utilizado plantee serias dudas sobre su eficacia. Si lo que se pretende, desde luego, es hacer frente a los desafíos de la competitividad, mal se va a conseguir si la aplicación se universaliza.
Una de las claves del éxito empresarial radica en la obtención de ventajas competitivas, pero esas ventajas dejarían precisamente de serlo cuando afectaran a todas o a la mayoría de las empresas que compiten en un mercado. Se puede estar obligado a tomar determinadas medidas para no perder capacidad competitiva, si los demás lo hacen, pero nunca para mejorarla. Lo que sí se puede conseguir con la reducción de empleo es la mejora de la productividad, medida, por ejemplo, en ventas por persona, pero de ahí a lograr un incremento en la competitividad media un abismo, ya que depende de lo que hagan al mismo tiempo los competidores.
Por eso, el recurso a la aplicación del manual de recortes, decisión sencilla a la que no hay que dedicarle mucha materia gris, que es fácilmente copiable y que no produce ninguna ventaja competitiva, ni siquiera a corto plazo, sólo se puede deber a una enorme pereza mental de quienes piensan que es igualmente manualizable un procedimiento de calidad que el de rescindir el contrato de trabajo a miles de personas.
Si hay algo que debería quedar fuera de cualquier norma es aquello que afecta a las personas en su relación contractual con la empresa, y los directivos deberían estar profundamente sensibilizados respecto a la responsabilidad que les atañe con relación al mantenimiento del vínculo del trabajo. Seguramente, hablar de estas cuestiones en la actualidad pueda parecer algo rancio, pura moralina, pero entonces dejemos de hacer tantas referencias a la ética, como de un tiempo a esta parte vienen realizándose en multitud de foros empresariales. Está claro que no me posiciono en contra de las necesarias adecuaciones de plantillas, pero sí de que se haga sin mayor reflexión, sin dedicarle el tiempo necesario y como puro efecto reflejo de aplicación mimética.
La mejora de la competitividad es una medida tan necesaria que sin ella no hay futuro para la empresa y, por tanto, para los trabajadores, pero eso deben saberlo los directivos y trabajar con una perspectiva de largo plazo, porque tampoco hay futuro con unos trabajadores que no sepan que la empresa está dispuesta a defender sus puestos de trabajo.
Mi larga experiencia en la dirección de empresas me permite afirmar, porque lo he vivido, que hay soluciones, si verdaderamente se desea, para conciliar la inevitable y permanente mejora de la productividad que haga más competitivos nuestros negocios, con el mantenimiento y, aún más, el crecimiento de los puestos de trabajo.
Para conseguirlo hay que salir de la rutina, del procedimiento, y apostar por la creatividad, puesto que la innovación también tiene su espacio, más allá de los productos, en la búsqueda de alternativas a la reducción de plantillas.