El paro y la población activa
Después de dos años de un importante proceso de desaceleración del empleo estimado por la encuesta de población activa (EPA), al retroceder su tasa de variación interanual del 5,5% en el cuarto trimestre de 2000 al 1,6% en el mismo periodo de 2002, en el primer trimestre de este año se ha producido una notable acentuación del ritmo de crecimiento, hasta el 2,3%, que se convierte en el 3,6% si se calcula la tasa de variación intertrimestral anualizada de los datos desestacionalizados.
Esta sorprendente mejora del empleo en el primer trimestre (376.900 ocupados más en términos interanuales), si se tiene en cuenta la evolución de la mayoría de los indicadores coyunturales de la economía española, no ha sido suficiente, sin embargo, para absorber el aumento de la población activa en el mismo trimestre (478.500 activos más), por lo que el paro se ha incrementado en 101.600 personas en relación con un año antes, 4,6% en términos relativos, lo que, aunque supone menor crecimiento que el producido en 2002 (11,4% en media anual), explica que la tasa de paro haya avanzado dos décimas en el trimestre, hasta situarse en el 11,7%.
La insuficiencia del crecimiento del empleo para detener el aumento del paro se explica por el mantenimiento de un elevado ritmo de aumento de la población activa, el 2,6% en el primer trimestre, lo que provoca un avance de la tasa de actividad (en proporción a la población de 16 y más años) de tres décimas respecto al trimestre anterior y de 1,3 puntos respecto a un año antes, hasta alcanzar el 54,6%.
La tasa de actividad de las mujeres españolas está 9,6 puntos por debajo del promedio de la UE y la de los hombres, una décima por encima
De este aumento de la tasa de actividad no es sólo responsable, como venía ocurriendo tradicionalmente, la mayor participación de la mujer en el mercado de trabajo, sino también el crecimiento de la tasa de actividad masculina que se está produciendo los últimos años. La tasa de actividad de los hombres, que había disminuido continuamente desde 1977 (primer año para el que se dispone de una serie homogénea después de los cambios introducidos en el primer trimestre de 2002) hasta 1995 (del 77% en el primer periodo al 65,1% en el segundo), tras dos años de mantenerse constante, aumentó desde 1998 hasta el 67,1% en el primer trimestre de 2003.
Excluyendo a los mayores de 65 años, la tasa de actividad masculina está aumentando tanto en el grupo central de edad (25-54 años) como, sobre todo, en los dos grupos extremos, jóvenes (16-24 años) y personas de mayor edad (55-64 años).
Este aumento en los varones está influido, entre otros factores, por un lado, por el efecto del afloramiento de activos derivado de los cambios de metodología y de diseño de la EPA introducidos desde 1985 y no recogido en la serie homogénea anteriormente citada y, por otro lado, por la creciente inmigración, ya que la tasa de actividad masculina del colectivo de extranjeros, sobre todo de los no pertenecientes a la Unión Europea, es muy superior a la de los españoles (55,5% y 72,6%, respectivamente, en el cuarto trimestre de 2002).
En cuanto a la tasa de actividad femenina, ésta se ha incrementado continuamente desde 1981, con la única excepción de 2001, desde el 27,4% en aquel año al 42,7% en el primer trimestre de 2003, más de 15 puntos porcentuales de avance.
Este aumento, que se había centrado hasta hace pocos años en el grupo de 25 a 54 años, se ha extendido también recientemente a los grupos extremos de edad, jóvenes y más mayores, siendo especialmente relevante el crecimiento de la tasa, además de en el citado grupo central de edad, en el de 55 a 64 años, cuya tasa ha registrado aumentos continuos desde 1988.
Aparte de las razones señaladas para el caso de los hombres, afloramiento de activos y creciente emigración (la tasa de actividad de las mujeres extranjeras es en el cuarto trimestre de 2002 el 52,4%, mientras que la de las españolas es el 35,6%), en el incremento de la tasa de actividad femenina está incidiendo la tendencia creciente a la participación de la mujer en el mercado de trabajo, incluso en las fases de desaceleración económica, como la que se ha producido en España los dos últimos años, al perder progresivamente importancia a partir de la década de los ochenta el efecto desánimo de la actividad que en épocas anteriores (como los años transcurridos entre 1975 y 1981) provocó importantes descensos de la tasa de actividad de las mujeres en épocas recesivas.
A pesar de la tendencia creciente a la participación de la mujer en el mercado de trabajo, la tasa de actividad femenina sigue siendo muy inferior a la masculina (24,4 puntos porcentuales menos en el primer trimestre de 2003) y también muy inferior al promedio de la tasa de actividad femenina de la Unión Europea.
Con datos de Eurostat relativos a 2001, la tasa de actividad de las mujeres españolas (en relación con la población de 15 a 64 años) se encuentra 9,6 puntos por debajo de la del promedio de la UE (en el caso de los hombres la tasa de España está una décima por encima que la de la UE), teniendo únicamente Grecia e Italia tasas inferiores a la de las mujeres españolas.
Descomponiendo el crecimiento de la población activa para el periodo 1988-2000 en sus dos componentes, tasa de actividad y población en edad de trabajar (véanse los gráficos adjuntos), se observa una evolución muy diferente hasta 1997 en el caso de los hombres. Hasta ese año, el componente demográfico es el que explica totalmente el débil incremento de la población masculina, ya que la tasa de actividad tiene un comportamiento negativo contrarrestando parte del incremento de la población en edad de trabajar. En cambio, a partir de 1998 el comportamiento de la tasa de actividad masculina es positivo, al crecer, como se ha señalado, desde ese año, llegando, incluso en los últimos periodos, a explicar un mayor incremento de la población activa que la población en edad de trabajar.
En cambio, en las mujeres la tasa de actividad ha explicado casi siempre la mayor parte del incremento de la población activa, teniendo el componente demográfico un papel mucho más secundario en dicho crecimiento que en el caso de los hombres.