La sangre del Mare Nostrum
Todas las culturas mediterráneas han vivido con y del aceite de oliva
A
lgo tendrá el aceite de oliva cuando hasta el sumo Zeus lo bendice. El zumo de la aceituna ha resultado uno de los instrumentos más útiles para la humanidad. Cuenta la mitología que para resolver la agria polémica entablada entre Atenea y Poseidón, que se disputaban el protectorado de Atenas, el dios de los dioses quiso conocer el ingenio de cada uno exigiéndoles un presente representativo; mientras que Poseidón ofreció un caballo, emblema de la nobleza, la sutileza y la agilidad, Atenea presentó unas ramas de olivo, imagen de un árbol fuerte, longevo, generador de apetitoso fruto del que los hombres podrían extraer un néctar con que sazonar las comidas, revitalizar el cuerpo, curar las heridas y alumbrar la noche. Zeus eligió la segunda ofrenda.
El olivo, la aceituna y el aceite trascienden sin embargo en la historia al mundo mitológico griego; las crónicas muestran que sus raíces nacen de la propia noche de los tiempos y que fue en el área mediterránea donde el cultivo y su cultura encontraron el escenario más propicio. Se conocen fósiles de olivo pertenecientes al Mioceno Superior, o sea, hace veinte millones de años; especies de prensas muy rudimentarias utilizadas para convertir la aceituna en pasta, y después en aceite, han sido datadas en el año 5.000 antes de Cristo. En el tercer milenio antes de Cristo fue redactado el código de Hammurabi, rey de Babilonia, que constituye el primer conjunto de leyes conocido de la Historia, donde se hace referencia al aceite de oliva y a su comercio, mientras que en Creta, también en esta misma época, el aceite constituye la base de la civilización, de hecho se creó un floreciente comercio en su entorno que contó con los egipcios entre sus principales clientes. A lo largo del delta del Nilo, en Egipto, cerca de Alejandría, se comenzaron a cultivar olivos, fuente del aceite que tan excelentes resultados cosméticos ofrecía a los nativos, durante el segundo milenio antes de Cristo. Con ramas de olivo también se anunció a Noé el final del diluvio, con un tronco de olivo cegó Ulises al Cíclope y bajo los olivos de Getsemaní rezó Jesús.
En España ya existían acebuches salvajes cuando los fenicios (o mejor los griegos, que ambas versiones se barajan) trajeron los primeros plantones. Después los romanos se encargaron de potenciar las producciones, no sólo en España; en todas las zonas conquistadas sustituían las plantaciones autóctonas por este árbol al que tanto adoraban, tanto que incluso aparecía en sus monedas.
Es, sin duda, el emblema más asumido del mundo mediterráneo; jamás ha existido civilización relacionada con el Mare Nostrum que no haya vivido con y del olivo, haya disfrutado sus aceitunas y degustado su aceite que, más que un alimento, fue durante años mítico bálsamo versátil.