Qué deflación
Uno de los principales problemas con los que analistas, expertos, docentes y público en general se encuentra a la hora de abordar la actual situación económica es el vocabulario.
A diferencia de los conceptos que el léxico médico utiliza y que no han variado de significado en los últimos siglos -una sinusitis continúa siendo hoy lo mismo que era cuando tal inflamación se descubrió-; no sucede lo mismo en economía.
La mayoría de conceptos que hoy se utilizan en economía fueron acuñados en el siglo XIX, durante la I y la II Revolución Industrial. Fueron novedosos porque la situación generada por las revoluciones industriales dio lugar a fenómenos que no se daban durante la Era Agraria, lo que hizo necesaria su definición.
Pero hoy seguimos utilizando esos mismos conceptos y, sin embargo, en nada se asemeja la situación de principios del siglo XXI a la de la época en que Ricardo escribió sus Principios.
Cuando pensamos en un proceso deflacionario, lo hacemos en la Depresión de los años treinta, el proceso que John Kenneth Galbraith tan magistralmente relató en su clásica obra sobre el periodo acaecido tras el crash de 1929; pero cuando hoy leemos sobre los riesgos deflacionarios de Estados Unidos o de Alemania, ¿debemos imaginar una situación parecida?
Las caídas de precios que en el pasado se producían eran debidas siempre a una caída de la demanda que desencadenaba una crisis de subconsumo; los motivos podían ser variados, pero estaban relacionados con el hundimiento de la capacidad de compra de los consumidores. De resultas de ello se producía una caída de la oferta que ponía en marcha una crisis de sobreproducción que se interpenetraba con la de subconsumo. La violencia de la depresión subsiguiente dependía de la amplitud de ambos fenómenos y de la profundidad con que afectaran al conjunto del sistema.
Lo que hoy está sucediendo, o tiene una alta probabilidad de suceder, no tiene nada que ver con los procesos deflacionarios del pasado, aunque sí se da una semejanza fundamental entre ambos: las caídas de precios pueden ser generalizadas y profundas.
A diferencia del pasado, hoy el eje sobre el que pivota todo el sistema económico es la productividad; la posibilidad cierta de incrementar la productividad. Hoy los cambios productivos y organizativos que la digitalización de la información ha traído de la mano de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) está propiciando que la productividad pueda aumentar de manera continuada. Nunca, en toda la historia de la humanidad, algo así había sucedido.
En un planeta que ya es posglobal, la demanda -cualquier demanda, tanto de bienes y servicios de consumo como de bienes y servicios de capital- está constituida por todos aquellos a quienes la oferta pueda acceder y, como gracias a la Red la información es global e instantáneamente accesible por toda la demanda, los precios de bienes y servicios susceptibles de cubrir necesidades semejantes tenderán a igualarse.
A través de las TIC y de la tecnología de producción imbricada por aquellas, la oferta mejorará su productividad de forma continuada, por lo que su margen unitario, en principio, crecerá; pero, debido a la competencia al alza, la oferta trasladará a los precios una parte creciente de esta ganancia a fin de mejorar su posición en el mercado. La consecuencia de este proceso es una tendencia decreciente de los precios de todos los bienes.
En un escenario como el descrito, el PIB puede, incluso, decrecer aunque la productividad continúe aumentando. Algo así llevaría a un exceso de oferta de factores productivos -con independencia de sus precios- debido a que los aumentos de productividad generarían una necesidad decreciente de los mismos. Por el lado de la oferta de bienes finales y de servicios, la tendencia sería la definición de targets, su penetración en función de características de conveniencia e idoneidad y su mantenimiento a través de la fidelización. La consolidación subsectorial -ya iniciada en diferentes subsectores- y la integración vertical sería la evolución esperable.
En esta situación ya no cabría hablar de deflación debido a que las caídas de precios -inducidas, no derivadas- nada tendrían que ver con los derrumbes de precios del pasado ocasionados por causas que en nada se asemejan a las actuales (ya en la década de los veinte del pasado siglo, los aumentos de productividad generados por la primera oleada automatizadora de la historia influyeron en la Gran Depresión, por ello esa depresión se pareció muy poco a las anteriores).
La deflación en la que ahora nos encontramos es algo a lo que tendremos que acostumbrarnos. Paulatinamente irán produciéndose excedentes de factores productivos y de bienes de capital, de oferta y también de demanda; por eso, bajar los tipos de interés afecta tan poco al entorno económico. El problema reside en que no tenemos manual para aplicar ni vocabulario para referirnos a estos nuevos fenómenos. Habrá, por tanto, que escribirlo y que inventarlo.