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Columna
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Regreso a antes de la guerra

Josep Borrell

Por su brevedad, la segunda guerra de Irak no ha tenido los efectos desestabilizadores que se temían sobre la economía mundial. El control militar americano de los yacimientos de Irak, que no tiene Gobierno pero sí ministro del petróleo, la progresiva normalización de la producción en Venezuela y la debilidad de la demanda han colocado al mercado del crudo en excedente de oferta. El riesgo inflacionista asociado a un incremento del coste de la energía desaparece y con él muchas de las incertidumbres que nos trajeron los idus de marzo.

El mundo vuelve a enfrentarse a los problemas que tenía antes de la guerra y uno de los más importantes, la diferencia de ritmos entre la economía americana y la europea, puede haberse agravado. Los últimos datos sobre Alemania confirman su crónica debilidad y ponen en duda la modesta previsión de crecimiento del 0,75% para este año. Francia puede situarse también debajo del 1% y ambos países superarán ampliamente el 3% de déficit público. Para el conjunto de la eurozona la Comisión Europea sólo prevé repetir el escaso 1% alcanzado en 2002 y, por primera vez desde 1993, una disminución del empleo.

Para EE UU las previsiones de crecimiento se elevan del 2% al 2,2% o al 2,4% a pesar (¿o gracias a?) los 80.000 millones de dólares que le habrá costado la guerra. Este diferencial de crecimiento se apoya en unas políticas monetaria y fiscal expansivas y provoca un creciente déficit comercial que alcanza ya el 5% del PIB.

A golpe de gastos militares y de reducciones de impuestos (el Congreso acaba de aprobar la cruzada fiscal de Bush con una rebaja de 500.000 millones de dólares en 10 años), el déficit público se acerca también al 5%. Por el lado monetario, Greenspan mantiene los tipos a corto a niveles más bajos que en Europa y, a la chita callando, inyecta liquidez comprando hasta el 30% de las emisiones de bonos del Tesoro.

Así las cosas, la única manera de reequilibrar la balanza comercial americana es aumentar el crecimiento del resto de la economía mundial o que el dólar se siga depreciando. Lo primero no parece muy probable, sobre todo teniendo en cuenta las nuevas incertidumbres de la epidemia de neumonía atípica. Todo parece indicar que la eurozona tendrá que enfrentarse a unas condiciones más difíciles para sus exportaciones y, por tanto, para su crecimiento.

Las tensiones inflacionistas serán menores de lo que son pero aún así la semana pasada hemos visto de nuevo la muy diferente sensibilidad de los bancos centrales de un lado y otro del Atlántico frente al riesgo de deflación. El BCE no ha considerado oportuno compensar con una reducción de los tipos las condiciones más restrictivas impuestas por la devaluación del euro. Ha anunciado, eso sí, una 'clarificación' de los principios en los que basa su acción, en particular su definición de estabilidad de los precios. A partir de ahora mantendrá la inflación a un nivel 'inferior pero próximo al 2%' y hará menos caso al indicador de la masa monetaria. Algo es algo, aunque de nuevo menos y más despacio que la posición de la Reserva Federal frente a economías que crecen permanentemente por debajo de su potencial.

Pero cada institución responde al mandato que se le ha dado. Si la política monetaria de la eurozona se preocupa poco por el crecimiento es porque nadie se lo ha pedido. El BCE cumple con la misión que se le encargó en Maastricht, y si los responsables políticos creen que debe ser otra, o que debe adaptarse a las circunstancias de un mundo en el que la inflación ya no es el enemigo a combatir de forma prioritaria, deben asumir sus responsabilidades y cambiar su mandato.

Pero no parece que vaya a ser así. En la Convención el consenso se inclina por mantener un statu quo que nadie se atreve a modificar aunque muchos son los que reconocen sus carencias. Algo parecido ocurre en la vertiente presupuestaria. A pesar de haberlo calificado de 'estúpido' (léase inadaptado y excesivamente rígido), la Comisión y el Ecofin han confirmado en marzo la validez del Pacto de Estabilidad y, se me olvidaba, de Crecimiento.

Hay que reconocer que las propuestas alternativas para crear una política económica común son escasas, poco desarrolladas y se enfrentan a la resistencia de los Estados de ceder más soberanía. Después de la división creada en torno a la política exterior nadie desea plantear ahora una nueva bronca política en torno al cumplimiento de las restricciones de déficit público. Francia pliega velas y promete medidas de reequilibrio presupuestario para evitar cuestionar el Pacto de Estabilidad como hizo al presentar su último Presupuesto.

Así, es de temer que un conjunto de políticas restrictivas constituya un freno adicional al crecimiento. Seguiremos gargarizándonos, como desde hace 15 años, apelando a reformas estructurales, pero sin una intervención presupuestaria coordinada a favor del crecimiento la eurozona no contribuirá a la recuperación de la economía mundial ni estará en situación de aprovecharla si se produce a remolque del inconfesado neokeynesianismo de Bush.

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