Mercaderes y piratas, protagonistas
El comercio de especias generó profundas tensiones entre los Estados
Las especias han sido siempre emblema de lo exótico, lo lejano, lo desconocido; tales condiciones explican su consideración mágica, afrodisiaca y curativa. Cuando Europa decide, tras las Cruzadas, otear los horizontes orientales descubre los bien guardados tesoros asiáticos y, además de los perfumes, las sedas o el papel, se asombra de las especias. Conoce rápidamente su versatilidad y a partir de entonces, siglos XII y XIII, florece un comercio no exento de todo tipo de riesgos. Tal fama adquieren en la época que los pueblos que han pretendido hacerse con el mercado han tenido que conquistarlo con las armas ante la avalancha de pretendientes.
Llegaron a ser más cotizadas que el propio oro y así lo entendieron, primero los venecianos, después los portugueses y más tarde los holandeses, principales protagonistas de las importaciones europeas de especias. Los mercaderes que emprendían tan arriesgadas gestas conocían que un barco cargado de pimienta, jengibre, azafrán, menta, cardamomo, salvia, perejil, anís, comino o clavo podría suponerles la riqueza inmediata; y la ruina automática si la nave era asaltada por piratas, berberiscos o turcos. Para atajar tal eventualidad, los mercaderes se agrupaban en compañías, establecían puestos de vigilancia a lo largo del Mediterráneo y solicitaban favores de los Estados.
La materia prima del pimentón, el famoso pimiento capiscum, llegó a España, sin embargo, desde América; Cristóbal Colón en persona lo ofrendó en 1493 a los Reyes Católicos en el Monasterio de Guadalupe dentro de la retahíla de productos que el descubridor trajo del Nuevo Continente. Posteriormente, los jerónimos expandieron el pimiento, desde el Monasterio de Yuste, por toda la comarca de La Vera, donde fue cultivado por los lugareños hasta elaborar el excelente pimentón que hoy produce la zona.
El azafrán, ya conocido en la Prehistoria, causó en la antigüedad tanto furor como el valioso metal precioso; tanto, que en su búsqueda los hombres llegaban a arriesgar la vida. En el Viejo Continente, el azafrán fue introducido por los árabes, aunque otras versiones apuntan a los fenicios como embajadores de la especia en España. La sutileza, delicadeza y valor del azafrán supusieron que se convirtiera en un producto a la medida de la aristocracia: los arduos trabajos de recolección le añadían una carestía que dificultaba su consumo entre las clases menos pudientes y resultaba prohibitivo para las clases bajas. Por ello, impresiona la costumbre de los romanos de cubrir con azafrán las calles de las ciudades, a modo de alfombra, cuando príncipes o emperadores proyectaban pasar por ellas. ¿Cuántas flores necesitaban? Cada flor tiene tres estambres, y para reunir un kilo de azafrán son necesarios entre 200.000 y 400.000 estambres.