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Tribuna
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Balance de un septenio

Se cumple estos días el séptimo aniversario de la llegada al Gobierno del Partido Popular, un septenio. En España existe una cierta tradición historiográfica de enclaustrar etapas históricas en periodos plurianuales y asignarles, con mayor o menor benevolencia, un adjetivo con pretensión descriptiva: el trienio liberal, el bienio progresista, la década ominosa, el sexenio absolutista. Es una terminología muy decimonónica, válida para el análisis histórico, pero que no se compadece con la realidad de nuestros tiempos.

En un escenario de estabilidad constitucional como el que disfruta nuestro país, prefiero, por un cierto prurito economicista, hablar de ciclos políticos, sin perjuicio de que, con ánimo meramente cronológico, hable de septenio para referirme al periodo que se inicia en el año 1996 y que forma parte de un ciclo político inconcluso, entre otras razones porque el ciclo, en España y en Europa, tiende a abrazar un mínimo de tres legislaturas.

Si se me pidiera que hiciera un balance de este septenio lo haría en términos positivos. Probablemente no sorprendería a mis lectores pues participo del proyecto que en 1996 inició la transformación de este país.

Sin embargo, hacer balance exige una fuerte dosis de objetividad y para reconciliarme con ella propondría a mis lectores, si les adorna la virtud de la paciencia, que reflexionaran sobre dónde estábamos en 1996 y dónde estamos ahora.

Con este sencillo método comparativo concluiríamos que hemos avanzado en defensa de la libertad y de la democracia con la Ley de Partidos; en la eficacia contra el terrorismo y la delincuencia; en importantes reformas de la Administración de justicia; en la revolución tecnológica con la universalización del móvil y de Internet; en la equitativa distribución de los recursos hidráulicos con el Plan Hidrológico Nacional; en el desarrollo de nuestro modelo de organización territorial; en el diseño de un nuevo modelo educativo que posibilite la igualdad de oportunidades para todos; en la modernización de nuestras infraestructuras o en el protagonismo internacional de España y en su contribución al proceso de construcción europea.

Pero si un ámbito es especialmente sensible al análisis comparativo de dónde estábamos antes y dónde estamos ahora, en la prospección histórica de este septenio, es el económico.

La España del euro, del ahorro fiscal y de las hipotecas bajas, no tiene nada que ver con la España del paro, del déficit o de la quiebra de la Seguridad Social. En estos siete años se ha producido un cambio de modelo de política económica o, mejor dicho, la emergencia de una política económica dónde no la había, que ha dado sus frutos en términos de crecimiento económico y creación de empleo.

Ha sido, y es, un modelo que ha descansado en unos ejes claros: estabilidad macroeconómica con una política fiscal rigurosa que nos ha llevado al equilibrio presupuestario y a tipos de interés históricamente bajos, apertura de nuestra economía que ha dado lugar a una creciente internacionalización de nuestras empresas, diálogo social y reformas estructurales para liberalizar mercados e introducir competencia. Y entre las reformas estructurales se ha acometido un importante programa de privatizaciones para devolver al mercado lo que es del mercado, y una reforma fiscal sin precedentes que ha retocado a la baja casi todas las figuras tributarias.

De no cumplir ninguno de los requisitos de convergencia nominal pasamos a aprobar con nota el examen de Maastricht y a administrar, desde la presidencia española de la Unión Europea, la puesta en circulación de la nueva divisa.

De tener el déficit público de un 7% del producto interior bruto al equilibrio presupuestario, de tener una tasa de paro del 24% al 10%, de tener los tipos de interés al 11% a unos tipos que están entorno al 4%, de tener una Seguridad Social en quiebra a lograr una cifra récord de afiliaciones, haciendo buena la afirmación de que la mejor política social es la que crea empleo. La sociedad del bienestar, la que genera cohesión social, no puede existir sin una sólida política económica.

Nuestra economía ha mantenido una velocidad de crucero superior a la media comunitaria. El mejor antídoto contra la amnesia es hacer balance y el saldo que arroja la gestión económica es, sencillamente, brillante.

Ha sido un septenio de progreso económico que nos ha permitido crecer y converger con Europa, incluso en fases de ralentización como la actual.

Si la transición democrática fue el principal legado del ciclo UCD, la política económica rigurosa será uno de los principales legados del actual ciclo político cuando concluya.

Haciendo buena nuestra tradición historiográfica, éste ha sido un auténtico septenio progresista, con mayor libertad económica y confianza en la sociedad civil, que me gustaría dedicar a nuestros adversarios políticos con las mismas palabras que Hayeck empleó en la dedicatoria de ese monumento a la libertad que es su libro Camino de servidumbre: 'A los socialistas de todos los partidos'.

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