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Columna
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Bagdad: masa y energía

En Bagdad, los periodistas, diezmados por un fuego sin explicación, siguen haciendo su trabajo informativo. En unas ocasiones al relatar, fotografiar o registrar con sus cámaras los hechos son considerados perturbadores aguafiestas indeseables que deslucen el guión deseado por el Pentágono; en otras, son requeridos para inmortalizar los momentos de gloria que el mando quiere transmitir a la audiencia, esa que siempre debe tenerse presente 'porque nos estará viendo y escuchando'. Por eso el derribo de las estatuas del dictador se proyectó en forma de espontaneidad organizada y se dispusieron las grúas a la hora de los informativos de la mañana en los Estados Unidos. De forma que, según señala el manual contra la manipulación informativa, han de ser evaluadas de diferente manera las imágenes tomadas por la libre iniciativa de los periodistas de las que reflejan poses y escenas predeterminadas, preparadas para su difusión.

Un ejemplo ayudará a captar la diferencia. Compárese la fotografía de encargo de los soldados repantingados en los sillones descoyuntados de un palacio reducido a ruinas que aparecen fumando cigarrillos rubios de genuino sabor americano, cuya obtención es imposible imaginar sin el plácet de los fotografiados a los fotógrafos embebed (literalmente encamados en las unidades militares asignadas) con la del camarógrafo José Couso muriendo mientras era intervenido en un hospital desbordado sin medios ni asepsia alguna.

Claro que de nuestro primer compatriota muerto, Julio A. Parrado, falta incluso la foto porque de las víctimas causadas por el impacto de aquel misil iraquí sobre el centro de operaciones americano no ha quedado constancia gráfica conforme a las normas establecidas dentro de las fuerzas armadas de Estados Unidos.

Al comenzar la semana los pronósticos adelantados por teléfono desde Washington eran favorables pero se ennegrecieron el martes, cuando la opinión pública quedó bajo la conmoción y el espanto causado por la muerte de los dos compatriotas antes mencionados. Claro que se trataba de periodistas de esos que se salen del redil de las conferencias de prensa amañadas como aquella de las Azores con el trío de la nueva Yalta.

Así que, cuando ya se adivinaba la victoria y cuando Bagdad estaba a punto de caer, los cadáveres de dos colegas rompían el programa de festejos al que se preparaba solícita La Moncloa. Para captar la percepción aznarista nada más exacto que acudir a la agencia Efe que, en uno de sus despachos del martes día 8, daba cuenta de las primeras preocupaciones en los siguientes términos: 'El Gobierno español entiende, y así lo está explicando Federico Trillo, que el efecto que produce en la opinión pública la muerte de periodistas puede ser utilizado a su favor por el régimen iraquí, por lo que se recomienda su salida de Bagdad'. Pareciera, pues, que por delante de los periodistas muertos debiera atenderse al efecto causado por esas muertes sobre la opinión y aún más a la posibilidad de su utilización favorable por el régimen iraquí. De donde la recomendación para que salieran los periodistas restantes de Bagdad.

Pero aunque las fotos de ayer enfocaban sobe todo el derribo de las estatuas de Sadam registraban también las escenas del pillaje que ha sucedido a la entrada de las fuerzas militares mientras el temible ejército iraquí, la más grave amenaza a la paz internacional que vieron los siglos, se evaporaba sin dejar rastro químico ni físico alguno.

La masa descontrolada en acción, la puesta en práctica del sálvese quien pueda, prefiere todavía estos días presentarse en términos de júbilo popular por la ansiada liberación. Una buena ocasión para comprobar que la masa se transforma en energía conforme a la ecuación e=m.c2, es decir, que la energía resultante es igual a la masa multiplicada por la velocidad de la luz elevada al cuadrado.

Falta saber cómo va a ser canalizada esa energía para evitar que tenga consecuencias explosivas. No vaya a ser que enseguida pasemos del elogio al noble pueblo iraquí que, rotas sus cadenas estrena la libertad, a la denigración de un populacho informe necesitado de tutelas y ortopedias de larga duración, por supuesto militares, antes de adquirir capacidades suficientes para gobernarse a sí mismo con autonomía democrática.

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