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Columna
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La huelga 'preventiva'

Joaquín Trigo subraya la inutilidad de la huelga contra la guerra convocada para hoy. El autor mantiene además que, si se considera el proceso de relocalización de actividades y la pugna por captar inversiones, el momento es pésimo

La regulación española contempla la huelga como una forma de defensa de los trabajadores en el ámbito estrictamente laboral. Una huelga que se convoca, como la de hoy, para 'expresar el rechazo de los trabajadores y las trabajadoras a las consecuencias laborales, económicas y sociales de la guerra contra Irak, que van a afectar de manera muy grave al conjunto de la sociedad española y en especial a todos los asalariados', está en otro ámbito.

Dejando de lado las sólidas consideraciones de ilegalidad que afectan a una convocatoria tan peculiar, la medida adoptada no guarda relación de causa a efecto con el fin pretendido, perjudica a los propios trabajadores, lesiona otros derechos y sus efectos pueden ser contrarios a la voluntad solidaria que se alega.

Para empezar es una respuesta preventiva, porque esas consecuencias aún no se han manifestado. Es cierto que las guerras tienen una influencia negativa en la actividad productiva, pues, entre otras cosas, aplazan decisiones de inversión y perjudican la creación de empleo.

El incremento de competencia, asociado a la debilidad de la demanda en EE UU, Alemania, Francia o Japón, aconseja prudencia

La debilidad económica actual viene de antes de la guerra, e incluso es anterior a los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001. Algunas actuaciones de política económica han sido insuficientes y otras incluso podrían haber sido contraproducentes, por lo que la continuidad del bajo crecimiento no puede imputarse únicamente al conflicto.

En segundo lugar, perjudica de modo directo e indirecto a los que la realicen. De una parte, porque pierden una parte de su retribución; de otra parte, porque se debilita la actividad de las empresas, la atención al cliente y, por tanto, también a la solidez y continuidad del empleo. La cuantía del perjuicio es moderada, pero real.

Toda huelga supone la alteración de una actividad pactada. La interrupción laboral distorsiona la organización productiva e, inevitablemente, es fuente de tensión entre la dirección y los huelguistas, pero también entre éstos y los clientes o usuarios de servicios y los demás trabajadores que no deseen secundar el paro. En este caso esa tensión es ajena a la voluntad de quienes no quieran secundarla y que, obviamente, no son culpables de la guerra.

Anadie se le oculta, y ni siquiera los convocantes abrigan la menor esperanza de que alguna de las partes en conflicto modifique su actitud por este paro. Por eso, incluso si se siguiera masivamente, sería inútil respecto al objetivo implícito contra la guerra. Respecto al objetivo explícito de contraponerse a 'las consecuencias laborales...' es perjudicial porque la voluntad de invertir y contratar se debilita en un ambiente en el que la actividad laboral es campo de otras maniobras e intereses.

Adicionalmente, se añade una voluntad solidaria cuando se insta a las empresas a que abonen las horas no trabajadas a finalidades concretas. La solidaridad presupone la voluntariedad, sin la que no hay valor moral alguno. Tras esa penalización monetaria que sigue a la ruptura de la actividad productiva, la empresa extranjera que analiza la posibilidad de una inversión en España podría buscar otra opción. Si se considera el proceso de relocalización de actividades y la pugna por captar inversiones foráneas, el momento es pésimo. La ampliación de la Unión Europea, los avances en la liberalización comercial, el incremento de competencia asociado a la debilidad de la demanda en EE UU, Japón, Francia o Alemania, entre otros, aconsejan prudencia.

Si una (o varias) organizaciones sindicales desean trasladar al ámbito laboral su oposición a la guerra hay alternativas mucho mejores, con coherencia interna, sin efectos colaterales indeseados y que añaden un componente de dignidad.

La asintonía entre el medio usado y la motivación esgrimida es fácilmente subsanable. Una alternativa puede ser el recurso a las huelgas a la japonesa. Mantener la actividad productiva y durante esas horas colocarse un distintivo relativo al tema de la convocatoria, para después asignar voluntariamente los ingresos de las dos horas de trabajo a la actividad solidaria pertinente. Esta posibilidad contribuiría a la cohesión de los partícipes, permitiría que la solidaridad se expresara de forma personal y evitaría todas las distorsiones apuntadas, inclusive que los convocantes den la imagen de imponer una penitencia inmerecida a empresas, usuarios y a los discrepantes de su planteamiento.

La causa de que se haya optado por la huelga merece una explicación que la convocatoria no da, y los artículos de apoyo que han aparecido en los medios de comunicación cuestionan la intervención aliada en Irak sin justificar la propuesta.

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