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Columna
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Junta cadáveres

La fruición, el deleite goloso por el error ajeno es un síntoma inequívoco de perversión en el que se acaba entrando sin advertirlo. Otro síntoma de esa misma afección muy bien descrita en los manuales es el que lleva a cifrar las esperanzas del propio progreso político en la aparición de deterioros y catástrofes varias ya afecten a los adversarios o a la totalidad del país o de la humanidad.

Es la negrura en que un creciente sector social o político parece instalarse desafiando el vértigo temerario del abismo y aceptando de buen grado la condición de tuerto si con ello viniera a lograrse la ceguera total de quienes han pasado a ser considerados antagonistas cósmicos. Entonces todas las esperanzas se cifran únicamente en los males que puedan sobrevenir, los cuales en consecuencia acaban deseándose con todo fervor.

Es la invocación absoluta de la moral de la convicción, la del caiga quien caiga, la que se resume en el grito de 'muera Sansón y los filisteos'. La misma expresión desesperada bajo la que cada día en Palestina se inmolan los nuevos filisteos activistas del atentado suicida. Es una nueva confirmación de que, como nos tenía advertidos Ernst Bloch, 'la razón no puede prosperar sin esperanza'.

Todo indica, por tanto, que deberían administrarse dosis masivas de esperanza, pero se ha preferido inocular el odio, de cuyo poder destructivo algo hemos ido sabiendo desde el principio de la historia.

Esa moral de la convicción tan sospechosa es también la que parece advertirse en la actitud de Sadam Husein cuando se resiste a las conminaciones del Consejo de Seguridad sin que le sea posible ignorar los mortales desencadenamientos que terminarían siendo impulsados por quienes sintiéndose desafiados están ahora a los mandos en Washington.

La misma moral que lleva a los tres patrocinadores de la guerra -Bush, Blair y Aznar-, los del abrazo de Lajes en la base militar de Azores, a poner la mecha mientras al mismo tiempo se proclaman ajenos a las responsabilidades sangrientas de la explosión inexorable cuando transcurra el plazo tasado del temporizador.

Es el momento del cuanto peor, mejor. El que aquí marca el uso excluyente de la Constitución intentado por un Gobierno del PP, que prefiere dejar fuera de la Carta Magna a todas las demás fuerzas políticas parlamentarias. La sesión de Control al Gobierno durante el pleno del Congreso de los Diputados del pasado miércoles fue un verdadero recital de ese comportamiento excluyente. Llamazares, Zapatero y Anasagasti fueron colocados de cara a la pared como si fueran un compendio de todas las maldades sin posible homologación.

Aznar y los aznaristas de estricta obediencia se convierten en exclusivistas y terminan por invalidar todo aquello que dicen defender. Véase el caso de la bandera nacional. Se empeñaron de modo unilateral en izar una colosal de 300 metros cuadrados en un mástil gigantesco en la plaza de Colón, de Madrid, como si quisieran atender a esa leyenda escrita por El Roto al pie de uno de sus dibujos en el diario El País, según la cual 'una buena bandera lo tapa todo'.

Pero esos ejercicios de Popeye son los que nos devuelven a un paisaje de espinacas porque ha sido después de tan pretencioso e innecesario exhibicionismo cuando las calles españolas se han llenado por vez primera en 60 años de banderas republicanas.

Sin salirnos del capítulo de los símbolos, enseguida nos encontramos con el jefe del Estado. El Gobierno Aznar ha optado por ningunear al Rey como símbolo de la unidad y permanencia del Estado y por dejar bajo mínimos la misión que la Constitución le atribuye de arbitrar y moderar el funcionamiento de las instituciones, con el resultado visible de que empiece a ser cuestionada su figura.

Se les llena la boca de la unidad de España y es como si hubieran proclamado el rompan filas porque todos sus hasta ayer indeclinables aliados aparecen patrocinando proyectos de cosoberanía en adelante.

Así que cunde la perplejidad y parece que, como escribe Rafael Sánchez Ferlosio, 'una vez más los hombres demuestran amar más las verdades que los conocimientos y atenerse al lema de falso pero seguro, pues las verdades son, naturalmente, siempre falsas, como lo demuestra el hecho de que su séquito no se componga de estudiosos, sino de guardaespaldas'.

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