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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El valor del capital riesgo

En un contexto marcado por la incertidumbre, las perspectivas para la industria de capital riesgo son alentadoras sea cual sea el escenario resultante de la guerra en Irak. Si la situación semirrecesiva continúa o incluso se agrava, numerosas empresas se verán en la tesitura de vender parte o todo su negocio. Es el caso en que se encuentran multitud de compañías que, a pesar de mantener cuentas saneadas, desde hace dos años no contemplan planes de expansión inversora. Si, por el contrario, los vientos soplan favorables al final del conflicto bélico, muchas compañías españolas se lanzarán frenéticas a recuperar tiempo perdido, cerca ya de tres años, en el que su crecimiento no ha pasado de ser sólo potencial. En ambos casos, el capital riesgo tiene un relevante papel que jugar como forma de financiación.

El capital riesgo presenta ventajas, especialmente para empresas pequeñas y medianas que tienen las puertas cerradas a otras fuentes de financiación. En condiciones normales supone una entrada amigable y pactada en el capital y respeta la gestión, apoyándola y asesorando en los puntos débiles. Además, tiene periodo de caducidad, pues la aportación de socios es temporal.

Sin embargo, a pesar de las bondades para un tejido empresarial como el español, repleto de pymes y empresas familiares, aquí sigue a años luz del desarrollo logrado en países del entorno. La inversión del capital riesgo en España es de entre 1.000 a 1.200 millones de euros al año, la mitad de la registrada en el mercado italiano, un tercio del francés y sólo una octava parte del británico.

¿Qué le falta al capital riesgo para convertirse en un verdadero instrumento de apoyo empresarial en España? El sector pide, con poco convencimiento, mejoras en el tratamiento fiscal del dinero invertido. Incluso plantea que se asemeje al de los fondos de pensiones. Pero para apoyar estas medidas es necesario que antes justifique su eficacia y su rentabilidad social. Igualmente, habrá que determinar si el coste fiscal beneficiaría a las empresas o sólo a los inversores. Es verdad que el inversor en capital riesgo asume desventajas. La primera, una gran iliquidez: el dinero se inmoviliza entre 8 y 10 años; la segunda, el alto desembolso, alrededor de un millón de euros de media. Eso explica que la mayor parte del capital proceda de inversores institucionales como fondos de pensiones extranjeros, entidades financieras o aseguradoras.

El sector, sin embargo, cree que en tres años puede alcanzar en España los 2.000 o 2.500 millones de inversión, es decir, al menos duplicar su actual tamaño. Es un desarrollo deseable por el beneficio que supondría esa financiación para las pymes. La Administración debe apoyar tal crecimiento. La reciente entrada en España de los grandes grupos internacionales del capital riesgo es una señal clara de la potencialidad que ven en el mercado español.

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