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Columna
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Vuelve la crisis financiera en Argentina

La hiperinflación que padeció Argentina en la década de los ochenta se trató de controlar con una medida drástica: el anclaje del peso en el dólar, aprobando la Ley de Convertibilidad. Se estableció la paridad del peso con el dólar, garantizando con divisas la base monetaria, a cuyo efecto se prohibió emitir pesos sin respaldo de dólares, impidiéndose la emisión de billetes como un instrumento del Gobierno para financiar los déficit crecientes, cortando de esta manera las expectativas inflacionistas.

Para que el sistema implantado funcionara eficientemente se tenía que conseguir la eliminación del déficit público y que la productividad de Argentina creciera al fuerte ritmo que lo hacía la de Estados Unidos. Ninguno de estos condicionantes se cumplió, ya que el déficit público, que en 1997 era del 3,2%, sobrepasó el 6% en 2001, y en cuanto a la productividad, se fue deteriorando paulatinamente, lo que dio lugar a una sobrevaloración del peso frente al dólar, incidiendo muy negativamente sobre la competitividad de las empresas argentinas, lo que dio lugar a una caída de sus exportaciones y a un aumento de las importaciones, con un fuerte deterioro de la balanza de pagos.

La caída de las ventas de las empresas argentinas ocasionó una disminución de la producción interior y de la demanda nacional, dando lugar a una fuerte caída de la tasa de crecimiento del PIB, haciendo su aparición el paro, que sobrepasó el 20%, y la caída de los ingresos fiscales llegó a tal límite que hubo que suspender el pago de los sueldos de los funcionarios y de las pensiones.

El girar incansable de este mecanismo dio lugar a un proceso acumulativo de déficit público y de déficit exterior que destruyó el tejido industrial argentino, provocando una fuerte crisis económica y social.

A todo ello se unió un entorno de corrupción generalizada, un fuerte fraude fiscal y una falta de incentivos para trabajar que hizo desaparecer la clase media argentina: más del 50% de la población se encontraba por debajo del límite de la pobreza, provocando el resquebrajamiento de las instituciones políticas.

Para combatir tal situación, el Gobierno del presidente Eduardo Duhalde suprimió la paridad peso-dólar, ordenó la devaluación del peso a la tercera parte de su valor, nivel que servirá de referencial al mercado, ya que el cambio se dejó flotar, los bancos devolverían los depósitos en dólares a la cotización de 1,40 pesos por dólar, en tanto que los créditos concedidos por dichas entidades denominados en dólares se reembolsarían por los deudores en pesos a la par. Decisión asimétrica que puso en situación de quiebra al sistema financiero. A la banca española establecida en Argentina, especialmente BBVA y SCH, le alcanzaron plenamente tales medidas, colocando en situación de quiebra a sus sucursales en dicho país, que ha sido saneada con cargo a los resultados obtenidos en España por las entidades centrales, viendo fuertemente reducidos los resultados del grupo. La crisis económica continuó agravándose y Argentina decidió unilateralmente la suspensión de pagos de la deuda exterior.

Argentina recurrió al Fondo Monetario Internacional en solicitud de un préstamo que le fue concedido en enero pasado. La fuerte devaluación del peso, que ha llegado en el corriente mes al cambio de 3,7 pesos por dólar, ha reactivado las exportaciones argentinas y el aparato productivo ha empezado a funcionar.

Cuando ya se vislumbraba la salida del túnel, la Corte Suprema de Justicia argentina ha dado la razón al recurso presentado por la provincia de San Luis sobre la devolución en dólares de un depósito de 247 millones de dólares que tenía en el Banco Nación, anulando así la norma por la que en enero de 2002 se convirtieron a pesos los depósitos que 400.000 argentinos tenían en dólares.

Aunque la sentencia se refiere exclusivamente al recurso presentado por la provincia de San Luis, no cabe duda que constituye un precedente para las reclamaciones en curso e, inclusive, para nuevas reclamaciones. Hay que tener en cuenta que a principios de 2002 había 27.000 millones de dólares en depósito, lo cual supone para el sistema financiero argentino una pérdida de 62.100 millones de pesos por el diferencial de cambio actual con el aplicado en enero de 2002; la quiebra del sistema bancario argentino está cantada.

Es cierto que los bancos españoles BBVA y SCH han realizado en el pasado ejercicio fuertes provisiones para sanear sus inversiones en Argentina, pero la nueva sentencia volverá a poner en números rojos las cuentas de resultados de sus sucursales argentinas.

La alternativa que se les presenta a las centrales de dichas entidades son dos: declarar la quiebra de sus sucursales, abandonando sus actividades en Argentina, con lo cual al tener provisionadas sus pérdidas hasta fin de 2002 no tendría incidencia en los beneficios de 2003, o continuar las operaciones bancarias haciendo frente a las fuertes pérdidas que la redolarización les va a suponer, que tendrán de nuevo que ser provisionadas por la central del grupo.

Es evidente que después de la fuerte caída en los beneficios del pasado año en los dos mencionados bancos, la incidencia de la redolarización pondría en quiebra, como hemos dicho, a todo el sistema financiero argentino, y por tanto a las entidades pertenecientes a los grupos españoles BBVA y SCH que operan en Argentina.

Se especula con que el Gobierno no puede dejar quebrar el sistema financiero argentino, por lo que se le ha pedido que asuma el coste de la nueva sentencia de redolarización, a través de una emisión de bonos, lo cual dispararía el déficit público.

Si la devolución tuviera que efectuarse en dólares, la deuda tendría que emitirse en el exterior en dólares, con el consiguiente efecto sobre la liquidez bancaria que dispararía de nuevo la inflación. Los tipos de interés que el Gobierno tendría que pagar serían muy elevados dada la situación de bancarrota del país, lo que tendría además efectos muy negativos sobre el déficit público y el déficit de la balanza de pagos. En fin, que la citada sentencia ha metido a Argentina en otro callejón sin salida.

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