La décima cruzada
José Borrell Fontelles destaca la incidencia que la invasión de Irak tendrá sobre las negociaciones en el seno de la UE. Recuerda que en 1991 el conflicto bélico se produjo en un contexto económico favorable, muy distinto del actual
La división europea, el divorcio transatlántico, el fracaso diplomático de EE UU, la tensión franco-americana, etcétera, han sobrevolado esta semana los trabajos de la Convención, que ha tratado de seguir discutiendo sobre la arquitectura institucional de la Europa del futuro sometiéndola mentalmente al test de los acontecimientos presentes.
¿Qué hubiera ocurrido si el Consejo Europeo hubiese dispuesto de un presidente permanente, exclusivamente dedicado a impulsar y representar el papel de Europa en el mundo?, ¿se habría tenido que refugiar en el silencio de míster PESC? La reunión de las Azores, ¿hubiera tenido lugar?, ¿o Europa habría, quizá, podido defender una posición común en el Consejo de Seguridad?
En todo caso, ya sabemos que la profunda división entre los europeos retrasará los trabajos de la Convención. El informe de Giscard d'Estaing se ha caído del orden del día del Consejo Europeo. Evidentemente hay cosas más importantes -o por lo menos más urgentes- de las que hablar, aunque hay quien cree que ni siquiera eso será fácil dado el deterioro de las relaciones personales entre los líderes europeos, especialmente entre Blair y Chirac.
¿Por qué Alemania tendría que seguir financiando la solidaridad interna de la UE cuando la externa se ha roto de forma tan estridente?
A otro nivel, la tensión es también evidente aquí, en Atenas, entre los presidentes de las Comisiones Parlamentarias de Asuntos Europeos, hasta donde llega el eco del debate Aznar-Zapatero en Madrid y el apoyo parlamentario al Gobierno laborista obtenido en Westminster gracias a la oposición conservadora.
Mientras va a iniciarse lo que algunos denominan la décima cruzada (recordemos que hubo históricamente nueve cruzadas de la vieja cristiandad), las Bolsas mundiales se disparan. Parece que es una constante histórica, ya que, como dicen los franceses, 'bajan cuando suena la trompeta y suben cuando suena el cañón'. Es por el fin de la incertidumbre, también se suele decir, y porque los mercados asumen la hipótesis de una guerra rápida, limpia y victoriosa que reduzca el precio del petróleo y genere horizontes tranquilos.
En realidad nadie sabe qué puede ocurrir. Los ministros de Economía europeos, reunidos en Ecofin, han decidido, al menos, que es necesario reforzar la coordinación de sus políticas económicas. Algo que no parecía tan claro cuando en la Convención discutíamos sobre el gobierno económico de Europa. Los bancos centrales han decidido esperar y ver. Los acontecimientos excepcionales que la guerra representa pueden ser una buena razón, como ha anticipado el comisario Solbes, para modificar el Pacto de Estabilidad y disimular su sistemático incumplimiento.
Todo el mundo parece estar de acuerdo en el elevado coste que la guerra tendría para el presupuesto estadounidense. Los dividendos de la paz, utilizados durante los noventa para disminuir el gasto público, se van esfumando. Bush tendrá que pedir al Congreso un presupuesto extraordinario de 100.000 millones de dólares, el 1% del PIB de EE UU, para financiar una guerra cuyas ramificaciones y consecuencias son imprevisibles, aunque sea corta y victoriosa.
En el escenario de Oriente Próximo hay que desconfiar de las guerras cortas y victoriosas. Hace 35 años Israel ganó su guerra de los Seis Días, pero nunca le llegó el descanso del séptimo. Nunca consiguió convertir su victoria en una paz que garantizase su seguridad porque la legitimidad que creyó ganar con la guerra le deslegitimó definitivamente para el mundo árabe.
La caída del precio del petróleo es otro indicador de la creencia de los mercados en un rápido retorno a la normalidad de los aprovisionamientos. Pero nada es menos seguro. Los precios del crudo están cayendo, razones psicológicas aparte, ante la certeza de que la Agencia Internacional de la Energía libera sus stocks estratégicos para destensionar los mercados como los bancos centrales bajan los tipos de interés para aumentar la liquidez. Pero si Sadam Husein destruye una parte importante de la capacidad de los pozos de su país, la guerra puede disminuir la oferta de petróleo a corto plazo más que cualquier otra alternativa.
También es de temer que la mala sangre (bad blood) que las desavenencias entre europeos y estadounidenses han producido estos días se extienda a otros factores determinantes de la actividad económica. Es seguro que afectarán a las negociaciones de las próximas perspectivas financieras de la Unión. ¿Por qué tendría Alemania que seguir financiando la solidaridad interna cuando la externa se ha roto de forma tan estridente? Además, ¿no le reprochamos desde países de reciente virtud presupuestaria, como España, su abultado déficit? Francia ha echado sus cuentas y constata que la ampliación al Este le cuesta más de lo que recibe a través de la denostada política agrícola común. ¿Por qué mantener un anacronismo como el cheque inglés en beneficio de Blair?
El recuerdo de 1991, con su guerra victoriosa y la recuperación que le siguió, da también alas a los mercados financieros. El Dow Jones ganó un 16% en un mes y medio de guerra. Pero si las operaciones militares pueden parecerse con 12 años de diferencia, y el Irak de hoy es mucho más débil que el de entonces, la situación económica general no es equivalente. La coyuntura económica era globalmente favorable en 1991, mientras que ahora la guerra incidirá sobre un contexto de ralentización de la actividad que obedece a causas estructurales profundas.
El problema principal es el de la falta de inversión. La caída de los mercados ha afectado profundamente a los balances de las empresas y sin inversión el crecimiento no se relanzará y el sobresalto de los mercados puede no ser sino un salto al vacío.
Si además se produjera una oleada de atentados que cercenase la actividad de sectores claves como el transporte, el turismo y los seguros, los inversores descubrirán que la guerra no elimina la incertidumbre sino que la agrava y la extiende. Y que la ignorancia del mundo islámico de la que hace gala el presidente Bush al insistir en la inspiración religiosa de sus campañas contra el déspota de Bagdad hubiera permitido que la 'vieja Europa', la de las viejas cruzadas, jugase el papel de moderación y equilibrio que el mundo surgido de la guerra fría necesita.