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Columna
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Federalismo asimétrico

José Borrell Fontelles subraya las diferencias entre distintos países miembros de la UE a la hora de diseñar el futuro de la Unión. El autor destaca las dificultades de las instituciones comunitarias para decidir sus políticas

Josep Borrell

Los primeros artículos de la futura Constitución europea encomiendan a la Unión la gestión de determinadas competencias según un modo federal.

Allí fue Troya: el debate en la Convención enfrentó apasionadamente a los partidarios y detractores del término federal como concepto definitorio del proyecto político europeo.

La dificultad del debate proviene, en parte, de que la palabra no signifique lo mismo en las distintas culturas políticas europeas. En Alemania y en España suena a liberadora descentralización y en el Reino Unido, a peligrosa centralización. En los países del Este tampoco gusta porque tiene resabios de forzada unidad soviética por una parte y riesgos de disgregación interna por otra.

La política monetaria del Banco Central Europeo no puede sino responder a la situación media de la eurozona

Pero es innegable que en la arquitectura política europea hay elementos típicamente federales, como el de una política monetaria centralizada y encomendada a un BCE supranacional e independiente de los Estados. Sin embargo, ese federalismo monetario está acompañado de un federalismo presupuestario extremadamente débil, puesto que el Presupuesto que gestiona la Comisión Europea está limitado al 1,27 % del PIB sin posibilidad de déficit.

Los problemas que plantea esta original federalización asimétrica de las políticas económicas se han agudizado ante la difícil situación coyuntural de las economías centroeuropeas, frente a la cual el BCE está a estas horas decidiendo si baja o no su tipo de interés

En esta coyuntura, el papel del BCE no es fácil. El único instrumento del que dispone, el tipo de interés a corto plazo, no le permite hacer milagros frente a una situación compleja y una realidad económica muy heterogénea: las tasas de crecimiento son casi nulas en Alemania y todavía del 2% en España; la inflación varía entre el 1% y el 4%; algunos países, como Finlandia, tienen todavía superávit presupuestario, pero Alemania y Francia están ya fuera del límite del Pacto de Estabilidad; el paro en la eurozona supera ya los 14 millones de personas, pero su tasa varía entre el 2% de Luxemburgo y el 12% de España.

La política monetaria del BCE no puede sino responder a la situación media de la eurozona y puede resultar inadaptada a las circunstancias de cada país. En la Alemania que bordea la recesión y la deflación, los tipos de interés reales son muy altos y su reducción es una imperiosa necesidad como lo era en la Francia encadenada a las paridades del Sistema Monetario Europeo en los noventa.

Pero en España el tipo de interés real a corto es negativo y a largo, prácticamente nulo, lo que ha inducido, entre otras cosas, un boom inmobiliario cuya explosión es una creciente amenaza de inestabilidad.

Se puede argumentar que EE UU es una zona monetaria tan heterogénea como la del euro, con grandes disparidades en las estructuras productivas regionales que producen situaciones coyunturales muy diferentes. Y, por otra parte, la eurozona se ha construido sobre economías con niveles de desarrollo y costes muy distintos cuya convergencia exige necesariamente diferentes ritmos de crecimiento.

Pero la diferencia con EE UU es que su heterogeneidad está compensada por su federalismo fiscal. El 70% de los impuestos son federales y ello permite organizar transferencias presupuestarias entre territorios para hacer frente a shocks asimétricos específicos. En Europa las políticas presupuestarias nacionales deben hacer frente en solitario a los ajustes necesarios.

Pero precisamente porque forman parte de una unión monetaria no pueden disponer de toda la flexibilidad que podrían necesitar para ello. Es imprescindible establecer mecanismos de coordinación, aunque sean del tipo de coordinación negativa como los del Pacto de Estabilidad para evitar los efectos negativos del laxismo presupuestario de un país sobre el conjunto.

El problema es que este tipo de coordinación ha demostrado ser insuficiente para producir una política económica coherente, capaz de hacer frente a los cambios coyunturales que se han producido. Los grandes países tienen situaciones presupuestarias estructuralmente deficitarias cuya corrección exigiría aplicar políticas restrictivas durante mucho tiempo incluso cuando el crecimiento es débil. Es normal que sus Gobiernos sean reticentes a ello, que las violaciones del Pacto de Estabilidad aumenten las tensiones entre los Gobiernos y el BCE y que su desconfianza mutua genere descoordinación entre los distintos componentes de la política económica.

Para evitar su impotencia macroeconómica, Europa debe reconocer que no es posible un gobierno sin Gobierno y corregir las asimetrías de su federalismo. El privilegio de formar parte de la Convención me permite darme cuenta de que es más fácil decirlo que hacerlo.

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