Admirable 'América'
Juan Manuel Eguiagaray Ucelay destaca que igual que no hay un solo pensamiento en política internacional en EE UU, tampoco lo hay en lo económico. El autor subraya las fuertes críticas a las medidas fiscales adoptadas por Bush
No es el mejor momento para decirlo, probablemente. Sin embargo, una crisis como la actual permite poner de manifiesto los mimbres de los que está hecha la sociedad americana que, como recordaba el general Powell hace unos días, es una de las más viejas democracias del mundo. Discrepamos abiertamente de los pasos dados por la Administración Bush al defender la guerra preventiva, abominamos de su visión militarista y unilateral del mundo, pero estamos lejos de pensar que EE UU como sociedad pueda reducirse al comportamiento de su actual Administración.
Hay demasiadas rupturas, por ejemplo, respecto a la estrategia de la Administración Clinton que aprobaba la creación del Tribunal Penal Internacional, se comprometía con el Protocolo de Kioto y mantenía una visión más multilateral de las relaciones internacionales. Aquello también era América.
El presidente Bush inició su mandato bajo el síndrome de un grave problema de legitimidad derivado de unos resultados electorales inciertos, convalidados por un sistema democrático imperfecto pero maduro. Conoció de modo casi inmediato los primeros efectos de la recesión de 2001 en la economía y, luego, el inmenso impacto del 11 de septiembre sobre la conciencia americana y su visión de la seguridad.
La eliminación del impuesto sobre los dividendos propuesta por Bush es 'un arma de destrucción masiva contra la clase media', dice un Nobel de Economía
Ante la necesidad de hacer frente a problemas tan reales como los anteriores y, a la vez, galvanizar en su favor una opinión pública no muy convencida ni de sus merecimientos electorales ni de sus capacidades personales, se embarcó en una revisión de los postulados básicos de la Administración anterior. El unilateralismo en las relaciones internacionales se hizo presente de modo desgarrador. Al dolor por la barbarie sufrida se le unió el orgullo herido, en una explosión de patriotismo más sensible a la exhibición del poder que a la comprensión de la complejidad del mundo. Y el liderazgo de la primera potencia, empezó a debilitarse en la misma medida en que crecía su necesidad de manifestarse. Poder y liderazgo, ya se sabe, no son la misma cosa. El primero es una constatación factual; el segundo necesita ser aceptado por los demás.
La reciente situación de relativo aislamiento de EE UU, en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, es el último y más visible episodio de esta deriva de la política americana, capaz de dividir Europa, mientras se debilita su liderazgo y, de paso, se resquebraja el orden internacional
En la economía, la situación no es mejor. La recesión que se inicia antes de septiembre de 2001 mereció una reacción admirable de Alan Greenspan y la Reserva Federal, acompañada por una política fiscal expansiva dirigida al mantenimiento de la actividad.
Se había acabado el periodo de superávit presupuestario gestado por la Administración Clinton y había que utilizar el margen generado para sostener la economía y acelerar la vuelta al crecimiento. Sin embargo, los iniciales acuerdos de Greenspan y Bush se han tornado desacuerdos por orientación de la política fiscal y presupuestaria del presidente. Pero no es sólo una cuestión del viejo Greenspan. Su visión crítica es compartida por un amplio elenco de académicos laureados, que no se han privado de expresar en público sus profundos desacuerdos con la política económica del presidente Bush .
Bajo los auspicios del Economic Policy Institute (EPI), una organización dedicada al análisis económico y al fomento del debate sobre las mejores estrategias para alcanzar la prosperidad y la eficiencia económica, el 10 de febrero 400 economistas pertenecientes a todas las universidades americanas y encabezados por nada menos que 10 premios Nobel (Samuelson, Modigliani, Solow, Arrow, Stiglitz, entre otros), expresaron en un manifiesto su radical oposición a la política económica recientemente anunciada por el presidente Bush. No porque no creyeran en la necesidad de hacer algo para enderezar el rumbo de la economía, sino porque el recorte de impuestos propuesto no es, a su respetable juicio, la solución para crear empleos a corto plazo y porque sus efectos -afirman- serán el agravamiento del déficit estructural de la economía a largo plazo.
Daniel McFadden, uno de los laureados con el Nobel, calificó la propuesta de Bush de eliminar el impuesto sobre los dividendos como 'un arma de destrucción masiva dirigida contra la clase media'. Un lenguaje bastante combativo en los momentos que vivimos que denota que el saber no está al margen de la pasión.
EE UU ha sido el lugar de trabajo de 26 de los 34 premios Nobel en Economía otorgados desde 1969. Pues bien, una porción nada desdeñable de los que aún viven, junto a algunos de los economistas más conocidos, han expresado con argumentos y propuestas alternativas su oposición a los planes de Bush, sin demasiada preocupación por ser mal interpretados. Sin duda, eso forma parte también de lo que es América.
No hay una única América en lo económico, como no la hay en la política internacional. Felizmente, el señor Bush tiene una elevada contestación interna que goza de importantes apoyos intelectuales y sociales.
Puesto que el papel de Europa en la crisis actual, con la inestimable ayuda del señor Aznar, sigue siendo limitado, quizá se pueda tener esperanza todavía en la creciente reacción de la opinión pública americana ante la guerra que prepara el señor Bush. Al fin y al cabo, él ha dejado muy claro que quiere seguir contando con la mayoría. Y a su presidencia le va mucho en ello.