La colmena global
España produce más y mejor miel por la diversidad de paisajes que atesora
La vida discurre en la colmena bajo un orden obsesivo: la abeja pecoreadora parte a localizar escenarios donde libar y los anuncia, mediante una danza, a sus compañeras que, raudas, se encaminan a la recolección del néctar; de vuelta, lo dejan en manos (en buche) de la abeja almacenadora, que se encarga de su maduración y lo deposita en una celdilla previamente construida por la abeja cerera y mantenida en condiciones óptimas por la abeja limpiadora.
Mientras todo esto ocurre, las abejas guardianas se encargarán de proteger todo el panal, y las alimentadoras, de proveer de alimento a la reina y a su prole, las larvas. Hasta aquí, la clase trabajadora, las abejas obreras. Sobre ellas se erige la reina, que nace en las larvas depositadas en las celdillas realeras, se alimenta de jalea real y es fecundada de por vida, pocos días después de su nacimiento, para concentrarse en su misión: ovular, hasta tres mil veces diarias. Por último, el zángano se entrega prácticamente a su única misión, fecundar a la reina, aunque después parece que ocupa su abundante tiempo libre en mantener caliente la colmena y distribuir el néctar.
No es extraño que industrias tan laboriosas culminen en productos exclusivos y versátiles, que han mostrado su eficacia en campos tan dispares como la gastronomía, la medicina, la cosmética e incluso la ebanistería o la construcción. Es el caso de la miel, uno de los sustentos más ricos en nutrientes, de creciente utilización en repostería, cocina, medicina y cosmética; el polen, otro proteico alimento con numerosas aplicaciones en medicina natural; la cera, cuyos componentes rinden en aplicaciones cosméticas, médicas, farmacéuticas e incluso en la fabricación de pinturas; la jalea real, de grandes aptitudes antiinflamatorias, vasodilatadoras, regeneradoras y cosméticas; el propóleo, utilizado para la fabricación de barnices, pinturas, cosméticos y medicamentos. Hasta el veneno se trata para que sean extraídas sus propiedades bactericidas, tónicas, anticoagulantes y hemolíticas.
La miel surge, por tanto, de una de las más espectaculares manifestaciones de la naturaleza. Porque el asombroso trabajo de las abejas necesita de las plantas y así, en función del paisaje que habiten, estos laboriosos insectos (los únicos domesticados) fabrican miel de tomillo, tilo, salvia, romero, brezo, azahar, algarrobo, acacia, eucalipto, naranjo, mejorana, espliego, pino, abeto, trébol blanco, zarza, algodonero, espino, castaño, col, majuelo, colza, ajedrea, etcétera. De ahí que España, principal productora comunitaria, cuente con tantas clases de miel como paisajes discurren por su geografía, porque, de siempre, donde ha habido campo ha habido meleros que han aceptado esta actividad económica que les regalaba la naturaleza.
Prácticamente hay una miel diferente en cada comunidad autónoma. De hecho, cada año se celebran fiestas o ferias alrededor de este producto en todos los rincones de España, y las administraciones, conscientes de la importancia económica de la miel (33 millones de kilos producidos por 28.000 apicultores, que facturan 60 millones de euros, según datos de Mercasa), comienzan a proteger su calidad. Existen dos denominaciones de origen: Miel de la Alcarria y Miel de Villuercas-Ibores, en Extremadura; una denominación específica, Mel de Galicia; una denominación de origen provisional, Miel de Granada, y siete marcas de calidad protegidas como Miel de Aragón, Mel de Cataluña, Miel de Azahar y Miel de Romero, de la Comunidad Valenciana, Miel de la Rioja, Miel de la Sierra de Madrid y Miel del País Vasco.
Galicia Riqueza floral
Este néctar exquisitamente dulce, de gran profundidad aromática, de color amarillo claro y de intensidad variable en función de la zona de localización del apiario, se nutre de la diversidad floral gallega, territorio sobre el que se extiende toda la denominación específica: tojales, pinos, abedules, eucalipto, nogales, romero, lavándula, espino, tomillo, etcétera. Por ello, el origen botánico ofrece cinco variedades de mieles amparadas: la multifloral y las monoflorales de eucalipto, castaño, zarza y brezo. Además, la reglamentación permite cuatro presentaciones: miel en secciones, líquida, cristalizada y cremosa.
Villuercas-Ibores Sabor milenario
Las flores de brezos, quirolas, encinas, alcornoques y robles de la comarca cacereña de Las Villuercas, predio de la villa de Guadalupe, son libadas por las abejas, al menos desde el año 1086, cuando meleros de la vecina Talavera se asentaron en la zona para colocar posadas de colmenas. Tiempo ha habido para aprender a elaborar una miel de primera calidad, ámbar oscura de tonos rojizos, de aroma suave, y de específico y aromático olor, características que definen a la miel monofloral de retama. Las mieles de bosque, castaño, roble y encina es rojiza, oscura y verdosa, aromática y con ligero toque amargo.
Miel de la Alcarria La más clásica
La miel elaborada desde el siglo XVII en la comarca jarreña y conquense de La Alcarria, rodeada por los ríos Tajo, Henares y las estribaciones del sistema Ibérico, se nutre principalmente de romero y espliego, las dos monoflorales, y de tomillo, romero, espliego, ajedrea, hisopo y aliaga, las multiflorales. La calidad de la miel está asegurada por las estrictas normas a las que somete a los meleros el Consejo Regulador de la Denominación de Origen, que exige al producto cualidades organolépticas propias del origen floral en cuanto a aroma y a sabor.