La grave crisis del cine español
En el transcurso de pocos días se han producido situaciones paradójicas en el mundo cinematográfico español que ponen de manifiesto la complejidad de un sector a caballo entre el arte, la cultura y el negocio de masas. Cuando aún estaban frescos los dramáticos datos del Informe Anual del Cine Español, que reflejaban graves descensos de taquilla y facturación de las producciones españolas, nuestro director más universal, Pedro Almodóvar, lograba el reconocimiento de la crítica americana en los Globos de Oro.
La publicación de los datos sobre el cine español coincidía con un también triste informe del semanario The Economist sobre la industria del entretenimiento. En ella se repasaba la dolorosa caída de los mitos empresariales del sector, desde Messier, de Vivendi Universal, hasta los más recientes Mottola, de Sony Music, y Steve Case, de AOL Warner. Al margen de la burbuja bursátil, la publicación británica apuntaba hacia otros factores responsables de la relativa crisis, como el desacertado énfasis en la distribución frente a la creación, la extensión de la piratería en todas sus vertientes (desde el top manta hasta Napster), así como la fragmentación del creciente gasto doméstico en ocio entre una cada vez más variada oferta de entretenimiento.
En el caso español, los problemas del sector cinematográfico pueden estar también vinculados a un exceso de capacidad, que contrasta con el enorme potencial que proporciona el idioma como vehículo de comunicación. Durante 2002 se produjo en España un total de 114 películas, cifra similar a la de Hong Kong. Aunque estos datos pueden parecer correctos, la realidad es muy distinta. Mientras los filmes españoles a duras penas pueden aguantar un tiempo en cartel en nuestro país y encuentran una más difícil comercialización en otros canales, las películas de la ex colonia británica se visualizan en un mercado de 1.300 millones de personas, amén de los 30 millones de chinos de ultramar. Sin embargo, el mercado potencial de la cinematografía española parece también a priori muy suculento, a juzgar por los más de 300 millones de hablantes del idioma.
Al igual que Hong Kong ha ejercido, pese a su reducido tamaño, un papel claro de liderazgo en el mundo cinematográfico de habla china, no existe en el ámbito hispano un equivalente. México, que inundó nuestro mercado con productos muy comerciales en los años cuarenta (con Cantinflas a la cabeza), llegando a crear más de 100 filmes al año, apenas alcanza ahora los 20 títulos. Argentina, en cambio, y pese a la grave crisis que atraviesa, logró alcanzar las 50 producciones el pasado año, algunas con notable éxito fuera de sus fronteras. En cambio, la ya célebre ciudad de Bombay se permite producir unas 200 películas al año y facturar más de 1.000 millones de dólares en el mercado de habla hindi, cuyo público potencial es sólo algo superior al hispano, puesto que no todos los habitantes del país comparten dicha lengua.
Ante la grave crisis que atraviesa el sector cinematográfico en España, sería conveniente interrogarse acerca del modelo de cine a seguir. Resulta evidente que su concepción exclusiva como arte o expresión cultural podría dificultar su viabilidad comercial y hacer imprescindibles las tan reclamadas subvenciones.
En cambio, su orientación hacia el concepto de negocio exige aprovechar el potencial que el idioma y una cierta cultura común otorgan a nuestra industria. Aunque no existe total homogeneidad en los gustos entre ambos lados del Atlántico -como tampoco la hay entre el tan defendido cine europeo-, a buen seguro que se pueden hallar nichos y productos que permitan explotar dicho potencial.
A estos efectos, debería analizarse con detalle la situación actual y los condicionantes de los distintos mercados hispanos ahora fragmentados, los posibles canales de distribución (tal vez potenciando el producto para televisión), así como la creciente relevancia del público hispano en EE UU, cuyos gustos pueden adaptarse más a un producto europeo.
O tal vez debamos incluso desarrollar productos específicamente hispanos en Miami o Buenos Aires bajo dirección y capital españoles. En cualquier caso, esta es la vía para forjar una industria competitiva, con proyección de futuro y menos dependiente de la ayuda estatal, que permita algún día erigirnos en el Hong Kong o el Bombay hispano