_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Europa en acción

Mientras en Washington y en Londres todo son aires marciales y músicas militares, la presidencia griega de la Unión Europea planea una gira por siete países árabes moderados para principios de febrero en un nuevo intento para evitar la guerra que preconiza el presidente norteamericano George W. Bush contra el Irak de Sadam Husein, conminado a desarmarse por Naciones Unidas.

Dicen los últimos viajeros llegados de Bruselas que el jefe de la diplomacia griega, George Papandreu, encabezaría esta gira entre cuyas etapas, según el corresponsal de Abc Amadeu Altafaj, se incluirían Siria, Jordania, Líbano, Arabia Saudí, Israel, Egipto y Palestina. Faltan las últimas confirmaciones de la Comisión Europea y del Alto Representante para la Política Exterior de la UE, Javier Solana, pero la iniciativa saldrá adelante en los primeros días de febrero.

La cuestión ahora es saber si esta iniciativa de la UE, que ni la presidencia de Aznar ni la de Dinamarca supo encarrilar, tendrá tiempo de desplegarse y dejar sentir sus efectos antes de que se inicien las acciones militares, porque el presidente Bush insiste en que para nada se siente obligado a obtener una nueva resolución de Naciones Unidas antes de atacar a Bagdad. Sobre todo, habida cuenta de que la fecha límite en la que debe concluirse el informe al Consejo de Seguridad del jefe de los inspectores de desarme de Naciones Unidas, Hans Blix, y del director general de la Agencia Internacional de la Energía, Mohamed el-Baradei, es la inmediatamente anterior del lunes 27 de enero, día en el que también están convocados en Bruselas los ministros de Asuntos Exteriores a un Consejo de Asuntos Generales.

Las propuestas bélicas de Washington han suscitado definiciones muy diversas en las capitales de los países de la UE. Si, como dijo el viejo Areilza, no hay mayor síntoma de sumisión que adoptar como propios los odios ajenos, debemos convenir que Aznar ha ganado ese campeonato por la coincidencia milimétrica con el último desatino de la Casa Blanca.

Para el presidente del Gobierno, según dejó claro en la entrevista concedida al director La Vanguardia, cualquier intento de reflexión autónoma sobre la cuestión de Irak merece ser tildada de cánticos antiyanquis y situada en la sima del más absoluto aborrecimiento. La actitud de otros líderes cubre diferentes registros certeramente descritos por el Financial Times (FT) de ayer.

El primer ministro británico, Toñín Blair, se ha apuntado a la práctica de reservar sólo al ámbito privado la discusión de sus diferencias con Washington, convencido de que es en esa penumbra donde tiene probabilidades de influir sobre Bush y su equipo. París prefiere usar la megafonía para dar cuenta de sus discrepancias y Berlín, que acaba de instalarse en la presidencia del Consejo de Seguridad, ha descartado a priori cualquier apoyo a una guerra contra Irak y por exhibir semejante criterio está siendo tratado con una severidad mucho mayor que la reservada a quienes discrepan con mucha mayor contundencia en las páginas de la mejor prensa de los Estados Unidos, desde Warren Christopher a Paul Krugman, pasando por William Pfaff o Thomas Friedman.

La actitud de Blair tuvo, para el FT, el efecto de disuadir a Bush del unilateralismo al que se había aferrado hasta septiembre y conducirle a presentar el caso ante Naciones Unidas.

En todo caso, la tarea de que la UE hable con una sola voz es de gran dificultad y más en momentos tan graves, de los que puede dar idea la entrevista del miércoles de Javier Solana, aparecida también en el FT, donde, pese a su bien ganada fama de rehuir la controversia, se lamenta de las divergencias crecientes entre Europa y Estados Unidos y señala como causa el extraño sentimiento de religiosidad que se está expandiendo en Washington bajo el cual tienden a ver los problemas complejos con la óptica binaria de las certezas morales, en términos de blanco y negro, del todo o nada.

Es el concepto de moral clarity al que acude una y otra vez Bush, influido por su consejero en política nacional Karl Rove. Pero feeling isn't argument, como titulaba ayer Pfaff su columna en el Herald Tribune. Dice bien Solana que para nosotros los europeos es difícil aceptar los planteamientos en esos términos porque estamos secularizados. Veremos si Papandreu resulta un valor añadido a la UE y presta una contribución a la paz.

Archivado En

_
_