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Columna
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Los males de Alemania

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

Es raro que, si un país va mal, se deba a una sola causa. Alemania, por ejemplo, va mal y las causas de sus males son variadas.

Pero, antes de diagnosticar las causas de los males de Alemania, hay que distinguir entre los síntomas y la enfermedad. Y digo esto porque, tanto en España como fuera de España, parecería que el principal problema de Alemania fuera el déficit público y que ese déficit fuera la causa de su bajo crecimiento.

Sucede completamente al revés. El problema de Alemania es su bajo crecimiento y el déficit público es, en buena parte, un síntoma de ese bajo crecimiento.

Cuando se crece menos, se gasta más y, sobre todo, se recauda menos. Hay que tener cuidado con equivocar el diagnóstico. Querer, como se está intentando en Alemania, atacar fundamentalmente los síntomas (el déficit público) olvidándose de la enfermedad (el bajo crecimiento) puede agravar los males.

Muchas de las causas de los males de Alemania vienen de lejos. La unificación del marco, con una relación de uno a uno, dejó a media Alemania con unos problemas serios de falta de competitividad que provocaron aumentos desmesurados de gasto público para combatir el paro y para compensar las consecuencias de no aceptar la baja productividad de la Alemania del Este.

La llamada 'reconstrucción' de Alemania unificada, por otra parte, supuso durante bastantes años un nivel exagerado de gasto en construcción que se está pagando ahora porque el sector de la construcción está hundiéndose, y ello explica, en buena parte, el cuadro general depresivo.

Alemania está pagando también la factura de haber entrado en el euro con un tipo de cambio muy revaluado, a diferencia de lo que ha sucedido en España, y ello le está forzando a mantener su inflación por debajo de la media europea, con consecuencias depresivas obvias en el corto plazo.

El principal problema económico de Alemania es la rigidez de sus mercados, los perjuicios para el crecimiento que surgen de un sistema económico hiperregulado agravado por los länder, que acumulan su regulación a la regulación federal.

Se mire por donde se mire, Alemania presenta rasgos de hipertrofia en su sistema económico: la distribución comercial, los horarios comerciales, las farmacias, los profesionales están todos bajo sistemas de regulación mucho más arcaicos y rígidos que el resto de los países europeos.

En cuanto al mercado de trabajo, que sobre el papel pudiera no parecer tan rígido, en la práctica los usos de los sindicatos y empresarios alemanes lo han convertido en uno de los sistemas menos flexibles de la Unión Europea.

Pero lo peor de Alemania no son sus problemas económicos, sino la absoluta falta de ganas de cambiar de sus ciudadanos.

Si se compara con España, todos los partidos políticos y agentes sociales alemanes tienen una actitud menos reformadora que la de España. Entre el SPD y el PSOE hay un abismo en su enfoque de la política económica. En Alemania sería impensable que, como está haciendo el PSOE en España, el partido socialdemócrata pidiera a un Gobierno de derecha que introdujera más competencia en el sistema económico.

Y entre la CDU y el PP, aunque las diferencias son menores, también se puede decir que la CDU es menos reformadora que el PP, al menos el PP de sus primeros años de Gobierno.

De los sindicatos se puede decir lo mismo: la moderación salarial de los sindicatos españoles es incomparable con la de los sindicatos alemanes.

Y lo mismo se puede decir de los profesionales, los comerciantes y de todos los agentes económicos y sociales del país. Alemania, como le sucedió a Japón, no quiere cambiar, y éste es el peor de sus males.

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