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Tribuna
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¿Sirve para algo un código de buen gobierno?

En la última década el interés por los aspectos éticos en el ámbito de la dirección de empresas ha alcanzado cotas insospechadas. Las principales escuelas de negocios en todo el mundo han creado e impulsado departamentos de ética y en la mayoría de los foros empresariales se ha abordado la importancia de la ética en los negocios. Por su parte, los Gobiernos se han visto obligados a trabajar sobre este tema creando comisiones de estudio que, por desgracia, se han mostrado bastante ineficaces hasta el momento.

Sólo faltaban los escándalos que han ido apareciendo a cuentagotas a lo largo de este año para que se produzca un clamor social que plantea la urgencia de unos códigos éticos que garanticen el buen gobierno de las empresas y de las grandes corporaciones.

Independientemente de si los comportamientos éticos son o no rentables, que es un tema a discutir en profundidad, lo que se plantea es la necesidad de recuperar la confianza de los inversores y de los pequeños accionistas en los responsables de la gestión de las empresas a las que han confiado su dinero.

La sociedad occidental, en un entorno globalizado como el actual, no puede permitirse el lujo de que la empresa, una de sus principales instituciones que conforma el tejido social y económico, pierda su bien ganada credibilidad, sin que peligren las mismas bases del sistema social del que disfrutamos.

El goteo de escándalos que se han producido en las grandes corporaciones ha hecho saltar todas las alarmas sobre la falta de garantías y de control que existe, por parte de los accionistas y del Gobierno, para detectar primero, y evitar después, estas situaciones límite. Insisto, está en juego la credibilidad del sistema. Hay que establecer, primero, un código formal que establezca unas reglas de juego, unas condiciones y unos controles que hagan difícil que se produzcan escándalos como los ocurridos. Pero hay que ser conscientes de que los requisitos formales que se aprueben, aun siendo necesarios, no van a ser por sí mismos suficientes, ni van a conseguir las garantías totales.

¿Cuál es la variable que se convierte en condición suficiente para complementar la norma que pueda establecerse? Por un lado, la capacidad del gestor para conseguir la rentabilidad de la empresa, y por otro, la defensa de unos valores que le permitan pasar con éxito cualquier prueba o control a la que sea sometido.

Sin lo primero se produce directamente la quiebra económica, y sin lo segundo se produce la quiebra moral que antes o después conducirá igualmente a la quiebra económica. Desgraciadamente, mientras predomine la puesta en escena, lo superficial, el conquistar la opinión pública a cualquier precio, y la sociedad otorgue premio a este comportamiento, no podemos alimentar queja alguna contra el mal que nos amenaza.

¿Cómo se consigue mejorar las capacidades técnicas y morales de nuestros directivos, que son los que han de cumplir las normas establecidas para un buen gobierno?

Ante todo, hay que dejar de presionar y valorar la gestión de los altos directivos sólo en función del corto plazo. O se convierten en héroes capaces de superar toda clase de promesas y cantos de sirena que halagan su yo o su cuenta corriente, o acabarán antes o después sucumbiendo a las muchas tentaciones que se les presentan.

Hay que convencerse de que el valor real de una empresa no está tanto en función de sus resultados a corto, sino en su capacidad de generar credibilidad y confianza en sus clientes y el conjunto de la sociedad. Y eso no se improvisa, hay que ganárselo con esfuerzo y rigor profesional.

Sólo los líderes auténticos, con su ejemplo, lo pueden conseguir impulsando una cruzada de honestidad en lo profesional y en lo personal. La lealtad, el cumplimiento de la palabra dada, la coherencia en los comportamientos han de ser el sustento para devolver fuerza y sentido a la institución empresarial.

No hay que olvidar que un perplejo ciudadano contempla con asombro esta nueva ola de fracasos empresariales y no sabe dónde encontrar una brizna de aire puro que le permita sentirse seguro y optimista ante el futuro.

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