Rebajas de otoño
Juan Manuel Eguiagaray Ucelay analiza las diferencias entre las previsiones de Bruselas para España y las del Gobierno. El autor aboga por que el Ejecutivo lleve a cabo algunos de los muchos deberes pendientes
El alarde de realismo de la Comisión Europea al confesar la indisimulable desaceleración de la economía europea ha resultado un poco más crudo de lo esperado. Este año de gracia de 2002 la economía europea no llegará a un punto de crecimiento de su PIB y el año que viene, si la gracia nos sigue acompañando como hasta ahora, la economía no adquirirá fuerza hasta entrado el segundo semestre. O lo que es lo mismo, tenemos por delante un periodo nada positivo y cuajado de incógnitas.
A los factores económicos que explican el comportamiento nada brillante de las principales economías se les añaden las incertidumbres geopolíticas nada positivas que hasta ahora han predominado. No es de sorprender que a nuestras autoridades no les hayan gustado los análisis de los técnicos europeos, que vienen a corroborar -junto al Banco de España y los principales analistas económicos del país- el incumplimiento de las previsiones gubernamentales para 2002 y la falta de credibilidad de las que el Gobierno acaba de defender para 2003. El vicepresidente segundo del Gobierno ha rehusado acudir a la habitual fórmula de 'hablamos de diferencias de décimas' -que tan diferentes previsiones permite conciliar- para reconocer que las cifras de la Comisión Europea no coinciden con las del Gobierno. Algo que es de agradecer, aunque no sirva para ocultar su malestar. Lo más llamativo de las diferencias entre los análisis del Gobierno y los de la Comisión es el papel otorgado a la inversión en bienes de equipo en esta fase de desaceleración y en la deseada recuperación del año próximo. Sabíamos que la inversión en equipo venía cayendo en ritmo desde 1999 a 2001 (de 7,6% de crecimiento interanual a -1,2%) y que ese proceso había empeorado en 2002.
Sin embargo, la estimación del Gobierno contenida en los Presupuestos para 2003 todavía sostenía una caída de -1,8% en 2002 que la Comisión europea eleva hasta la considerable cifra de -3,9%. A lo que se suma el hecho de que la deseada recuperación de 2003 va acompañada en las previsiones del Gobierno por una tasa de crecimiento en inversión en bienes de equipo (y otros productos) del 3,2%, que la Comisión Europea deja en un modesto 2%.
Es previsible que el molesto discurso de reconocer la desaceleración sea sustituido por el más grato del diferencial de crecimiento con la zona euro
Otras variables sufren también correcciones importantes respecto de las estimaciones del Gobierno, lo que no impide que se reconozca un diferencial de crecimiento para la economía española respecto del área euro en 2003 de 0,8 puntos, superior incluso al que se adelantaba en las previsiones de la Comisión Europea publicadas en primavera (0,2%). Y es que lo relevante en lo que viene ocurriendo es el frenazo de las principales economías europeas que, por el momento, encuentran más dificultades de las anticipadas para salir de la postración en que se encuentran.
Es previsible que el molesto discurso del reconocimiento de la desaceleración -o del incumplimiento de las previsiones del Gobierno- sea sustituido por el más grato del diferencial de crecimiento que mantenemos con el área euro. Y, sin embargo, sería necio que cuando los datos de la desaceleración general van acompañados de preocupantes elevaciones del desempleo y una caída significativa en el ritmo de creación de empleo (la tasa de evolución de esta magnitud ha pasado del 3,5% en 1999 al modesto 1,1% de este año) y proliferan los informes que advierten de la pérdida relativa de competitividad de la economía española, el triunfalismo al uso de nuestras autoridades no diera lugar a otros análisis menos interesados y más rigurosos. Hace unos pocos días, el Foro Económico Mundial -entidad sospechosa donde las haya- nos situaba en el puesto numero 25 entre los 80 países estudiados según una clasificación por criterios de competitividad. Sólo quedaban por detrás Portugal y Grecia en la UE.
La OCDE, hace algunos días más, nos recordaba por si lo habíamos olvidado, la detención de nuestro esfuerzo en materia de educación en los últimos años. Y los empresarios, afectados sin duda por la desaceleración, se quejaban tan amarga como fundadamente, por la evolución de la productividad y el retraso en nuestro proceso de mejora tecnológica, reconocido simbólicamente con el fracaso y abandono del Plan Info XXI.
Mientras salimos de la incertidumbre geopolítica y económica y se produce la recuperación deseada -¿ o se retrasará una vez más?- convendría empeñarse en llevar a cabo algunos de los muchos deberes pendientes. Ya es bastante malo que los Gobiernos realicen previsiones insostenibles y peor aún que las mantengan contra toda opinión fundada. Pero resulta mucho más preocupante como actitud la autosatisfacción ante la desgracia, disfrazada temporalmente de diferencial de crecimiento. Como si viviéramos en el mejor de los mundos posibles, la consigna parece ser la de resistir. ¡Cierra la muralla! Se acabó el tiempo de las reformas y de las ambiciones. Quedan los discursos.
Puesto que la economía no da alegrías hablemos, por ejemplo, de la unidad de España. No resuelve nada, pero distrae al personal.