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Tribuna
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La inclusión financiera, el lado oculto de la actividad

Santiago Carbó Valverde y Rafael López del Paso

En el actual marco de intensa globalización, las entidades financieras han perseguido de manera acuciante la búsqueda de la fórmula mágica que permita lograr sus objetivos de rentabilidad, eficiencia y solvencia.

La tarea no resulta sencilla. Como en el resto de sectores, el desarrollo de las telecomunicaciones ha permitido a los agentes poseedores de una mayor cultura financiera abordar nuevos mercados a muy bajo coste. La noción de mercado tradicional desaparece como tal. Ya no es necesario incurrir en coste de suela de zapato -o sea, de transporte- para adquirir los bienes y servicios cotidianos, para sacar un billete de avión, o para la búsqueda de productos exóticos o de difícil acceso en nuestra ciudad de residencia. Basta con hacer algunos clicks conectado a Internet para focalizar en unas cuantas pulgadas los mercados deseados..., Londres, París, un enclave estrambótico..., no importa, en breves segundos son accesibles.

Ante este escenario, las empresas -entre ellas las financieras- han tenido que hilar fino a la hora de determinar la ubicación de sus unidades de negocio. La búsqueda de la mayor eficiencia y rentabilidad posible ha traído consigo un efecto secundario o daño colateral, como es la aparición de un importante fenómeno de índole social, la llamada exclusión financiera.

La apertura de una cuenta de ahorro, la obtención de una tarjeta de crédito con la que pagar nuestras compras, o un pequeño crédito con el que financiar la reforma de la casa o la adquisición de una pequeña maquinaria para el negocio familiar puede que no sea posible, bien por la inexistencia de su oferta, bien por el incumplimiento por parte de los demandantes de los requisitos mínimos establecidos para la obtención de unos estándares mínimos de rentabilidad.

Aun al contrario de lo esperado, la exclusión financiera no es fenómeno exclusivo de los países menos desarrollados. En el Reino Unido, como señalaban los informes Rowntree y de Cruickshank hace años, el fenómeno es importante. En Estados Unidos, también. En cuanto a nuestro país, en 1999, el 40,1% de los municipios españoles -los de menor dimensión- no contaban con ninguna oficina bancaria ubicada en su territorio, o lo que es lo mismo, el 3,2% de la población nacional total se veía potencialmente descubierta de los servicios bancarios tradicionales.

¿Cuáles son los motivos que han llevado a las entidades de depósito a obviar a estas unidades geográficas en sus planes estratégicos de expansión?

Algunas respuestas a esta pregunta se recogen en un artículo publicado recientemente en el número 170 de Cuadernos de Información Económica, de Funcas. Por ejemplo, la probabilidad de estar potencialmente excluido desde el punto de vista financiero aumenta a medida que uno fija su residencia en municipios poco poblados, alejados de aglomeraciones urbanas, con mercados de trabajo estrechos, donde especialmente las mujeres y las personas de más edad han encontrado mayores dificultades en insertarse al mercado laboral, y donde las actividades comerciales se encuentran orientadas en mayor medida a la cobertura de las necesidades de carácter más básico. En definitiva, zonas económicamente más deprimidas o con mayores dificultades para coger el ritmo que marca el tambor de la globalización.

No obstante, para la reducción de este fenómeno de exclusión, la sociedad española está contando con dos herramientas útiles a la vez que poderosas. Por un lado, la presencia de un sector como el de las cajas de ahorros, entre cuyos objetivos aparecen el desarrollo regional y el bienestar de la sociedad en la que se encuentran insertadas.

Muestra de ello es que las cajas de ahorros, mediante su continua apertura de oficinas, han favorecido la inclusión de un 13,4% y 3,5% de los municipios y habitantes, respectivamente, personas que, de otro modo, se habrían visto potencialmente privadas de su participación en la vida financiera y económica.

Por otro lado, el desarrollo de las finanzas electrónicas y servicios bancarios por Internet tenderá a reducir la importancia y necesidad de los enclaves físicos, con lo que el brick (ladrillo, en referencia a las oficinas) será cada vez más -aunque no totalmente- reemplazado por el click (Internet). En todo caso, las mayores o menores posibilidades de acceso a Internet pueden ser fuente de un nuevo fenómeno de exclusión.

Si se desea reducir el fenómeno de exclusión, la apertura de oficinas en municipios lejanos o zonas deprimidas o la concesión de microcréditos, deberían figurar, entre otros, dentro de los planes estratégicos de las entidades financieras.

Al igual que la reducción de los problemas de inmigración, marginación social e integración de las clases menos favorecidas constituyen obligaciones de los Gobiernos, el sistema financiero debería también contribuir al logro de una mayor inclusión financiera. Por tanto, junto a la ganancia de cuota de mercado, reducción de los costes, lanzamiento de nuevos productos y servicios, aspectos asociados a la eficiencia del sistema, las entidades deberían mirar a ese lado oculto de la actividad.

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