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Columna
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Crédito y descrédito de la política económica

En Japón, tras años de combinación de políticas monetaria y fiscal expansivas, no se consigue la recuperación de la economía. En EE UU esas políticas, aunque llevan aplicándose menos tiempo, son fuertemente expansivas y los resultados no son los previstos. Es posible que en el segundo caso se esperase demasiado y muy pronto, pero también en Europa la política monetaria es, supuestamente, favorable al crecimiento y éste se demora. La insatisfacción acerca de lo conseguido genera dos reacciones; por un lado, se piden dosis más fuertes, esperando que la mayor intensidad de actuación de resultado, y, por otro lado, se clama por actuaciones alternativas. Probablemente hay que aquilatar más lo que puede lograr y lo que no es posible con la intervención del sector público.

Las regularidades de comportamiento que se encuentran en el ámbito microeconómico tienen validez en distintas situaciones de lugar y tiempo. Las de la macroeconomía, en cambio, tienen una validez que cambia a medida que se van usando y que es diferente según el entorno en que se aplican, aunque en todas partes sea cierto que el aumento en el tipo de interés reduce la capacidad de compra y debilita la demanda.

Un ejemplo está en el control de los agregados monetarios, que genera reacciones en las instituciones financieras para orillar las limitaciones que comporta y permitir la expansión del crédito. Charles Goodhart expuso que el agregado monetario que mejor correlaciona con el IPC deteriora su vínculo con éste desde el momento en que se controla su crecimiento para moderar el alza de precios.

En la política fiscal ocurre algo parecido. Si se genera déficit para forzar la recuperación económica, en el mejor de los casos se produce el efecto expulsión (crowding out) y el gasto público reduce la inversión privada, pero la mayoría de las veces eleva el tipo de interés y genera expectativas de incremento de la tributación futura que hace que el gasto total generado sea menor que el que se habría producido sin déficit. Añádase que, en general, el efecto multiplicador del gasto público es inferior al de la inversión privada y el atractivo de la financiación deficitaria del gasto público se reduce drásticamente.

Las expectativas de los agentes económicos se adaptan con rapidez creciente y es difícil sorprenderles con actuaciones inesperadas. Incluso cuando se consigue la sorpresa la interpretación tiende a estar exenta de ilusiones monetarias y fiscales.

El aumento de la formación económica, la accesibilidad de la información y el análisis y su difusión a través de los medios de comunicación impiden que funcionen recetas ofrecidas en los años treinta, como aumentar los salarios para después elevar los precios en mayor cuantía a fin de elevar el margen empresarial. Aunque muchos trabajadores pudieran tardar en apreciar el resultado, los negociadores lo anticipan correctamente e impiden que funcionen estos mecanismos.

Hay otros factores que debilitan la eficacia de medidas que en el pasado funcionaban. En la actualidad el gasto público representa un porcentaje del PIB que duplica con creces el que suponía en los años treinta. El acceso a fuentes de financiación de otros países, la interconexión de los mercados financieros, la sustituibilidad entre unas y otras fuentes de financiación hacen que el riesgo, por ejemplo el de presiones en el tipo de cambio, lleguen a disuadir de según qué tentaciones de manipular el tipo de interés. En su conjunto el riesgo de descrédito de la autoridad económica en caso de que fracasen sus intentos de incidir en el nivel de actividad es alto y, si se materializa, la pérdida de confianza puede agravar los problemas en presencia.

Las políticas microeconómicas, como las que impulsan la competitividad, fomentan la innovación, reasignan los factores productivos e incentivan la inversión empresarial siguen siendo eficaces. Su efecto es más lento que el de las intervenciones que afectan al conjunto de la economía, pero es más seguro y duradero. También tienen riesgos y limitaciones, pues si se aplican en todas partes, reducen el impacto diferencial, aunque no el absoluto. Las restricciones están en que deben aplicarse de forma horizontal a fin de evitar sanciones que pudieran imponer las agencias internacionales.

Con estas actuaciones la visibilidad de la actuación pública es inferior a la que aportan descensos en el tipo de interés o la realización de grandes obras, y esa evidencia es, desde un punto de vista político, un valor en sí mismo que, eficacia aparte, explica el atractivo de las intervenciones globales. Pero también las políticas de imagen (o de espejismo) tienen un efecto menguante.

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