La Convención europea avanza
José Borrell Fontelles analiza los pasos que conducen a la futura Constitución de la UE. El autor destaca el intento de conjugar las diferentes posiciones y reconoce que, desde varios puntos de vista, el proyecto es mejorable
Liberados de la hipoteca irlandesa, los jefes de Estado y de Gobierno de los 15 alcanzaron el viernes pasado en la Cumbre de Bruselas un acuerdo financiero que hace posible la ampliación a 10 nuevos miembros en el 2004. El eje franco-alemán parece resurgir de sus cenizas y el acuerdo alcanzado sobre la PAC relanza el viejo motor de la construcción europea. Hasta el punto de que ambos países se han comprometido a presentar en enero un proyecto común para la estructura política de una Unión a la que la dimensión le habrá cambiado la naturaleza.
Por su parte, en la Convención europea que preside Valéry Giscard d'Estaing los trabajos avanzan. Hemos debatido sobre una propuesta de estructura de la Constitución europea que debe refundir en un texto comprensible para los ciudadanos la maraña de tratados que ha jalonado el camino desde Roma en 1957 hasta Niza en el año 2000.
La ampliación y la proximidad a los ciudadanos son las dos razones que hacen imprescindible una refundación del proyecto europeo a la que su futura Constitución quiere dar forma.
Todo el mundo parece estar de acuerdo en superar las presidencias rotatorias, pero la figura de un presidente de la UE produce vértigo y reticencias
Con 25 o 27 países la Unión no podrá funcionar de acuerdo con los procedimientos inventados para seis. Las reglas de unanimidad que hoy delimitan, mañana paralizarán. Las presidencias rotatorias de entre un conjunto demasiado numeroso y heterogéneo fraccionarán demasiado el impulso necesario para seguir avanzando. Sin más autoridad la Comisión no podrá identificar y defender el interés general de un agregado más complejo.
Por otra parte, ya no se podrá seguir haciendo avanzar el proyecto europeo sin sus ciudadanos. Y para ello es necesario hacerlo comprensible. De ahí, la importancia del resultado de los trabajos de la Convención que hoy han pasado un umbral crítico. Con la estructura de un proyecto constitucional se empieza a dar forma a propuestas, a plantear las disyuntivas posibles y a explorar lo aceptable por unos y por otros.
El término 'Constitución europea', tras el cual algunos ven un Superestado que rechazan, ya no es tabú en Bruselas ni siquiera para los británicos. El representante personal de Blair, Peter Hain, es el más asiduo partícipe de los trabajos de la Convención. El Gobierno alemán acaba de designar al mismísimo ministro de Exteriores, Joschka Fischer, para representarle, como el español con Ana de Palacio.
Buenos ejemplos de la importancia que se concede a las propuestas de una Convención nacida gracias a la presión de muchos y el escepticismo de algunos.
La arquitectura del proyecto constitucional que se ha presentado va en la buena dirección desde muchos puntos de vista: carácter constituyente; estructura de tipo federal, respetuosa de las identidades nacionales de los Estados miembros; personalidad jurídica única de la Unión, superando la estructura de pilares; ciudadanía europea; principio de cohesión económica y social; separación de poderes; gestión de las competencias exclusivas, compartidas y complementarias de la Unión; sistema presupuestario; papel de los Parlamentos nacionales, etcétera.
Desde estas perspectivas se trata de un intento de sintetizar las posiciones de los partidarios de una Europa federal y de los más celosos de preservar las capacidades de decisión nacionales.
Desde otros puntos de vista el proyecto es mejorable o insuficiente. La Europa social tiene un papel reducido y subsidiario; la solidaridad, el desarrollo sostenible y la igualdad de género debieran aparecer con más fuerza entre los valores y los objetivos de la Unión; la coordinación económica que se propone no está a la altura de los retos y de las ambiciones que se derivan de la moneda única y del papel de Europa en la economía global, etcétera.
Pero, sobre todo, la estructura institucional está por concretar, y los procedimientos de decisión, por definir. No podría ser de otra manera, puesto que sobre estos temas estamos lejos del consenso y todavía queda mucho trabajo por hacer.
Seguiremos debatiendo entre las tendencias intergubernamentales y comunitarias, por un lado, y los papeles respectivos de los Parlamentos nacionales y del Parlamento Europeo, por otro.
¿Es necesario un Congreso de los Pueblos que reúna a los Parlamentos de los Estados miembros en las grandes ocasiones? Depende para qué ¿Es necesario un presidente permanente del Consejo Europeo que represente e impulse sin interrupciones el proyecto europeo? Depende, sin duda, de cuáles sean las políticas que se quieran compartir a escala europea. Todo el mundo parece estar de acuerdo en la necesidad de superar las presidencias rotatorias a 25, pero la figura de un presidente produce vértigo y reticencias.
Cambiaría, quiérase o no, la dimensión política de la Comisión y es grande el temor a generar una bicefalia -palabra de infausto recuerdo- europea que diluya las responsabilidades y haga menos claro el diseño constitucional de Europa.
En éste, y en otros muchos temas, la Convención prepara el tránsito entre los tratados de ayer y la Constitución de la Europa de mañana.