Marruecos en transición
Resulta curioso comprobar cómo dos países vecinos, con tanta historia común, y con tanto presente y potencial futuro comercial, social y estratégico latente, se desconocen mutuamente entre sí. Sus sociedades y opiniones públicas recogen, habitualmente, tan sólo los tópicos que caricaturizan a sus respectivos vecinos del norte o del sur. Basta leer determinada prensa marroquí para comprobar la demagogia con la que se encizaña a su población contra España, pero, desgraciadamente, también nosotros podemos observar cómo se propagan aquí idénticos dislates demagógicos para enfrentarnos con nuestros vecinos del sur.
Se habla mucho de que estamos condenados a convivir de la forma lo más razonable posible con Marruecos, y para ello, lo primero que deberíamos hacer sería comenzar a conocernos. Este enunciado, que parece tan simple, es, sin embargo, bien difícil de llevar a cabo, dado el grosor de la capa de sedimentos de recelos y desconfianzas mutuas que acumulan nuestras relaciones. Sin embargo, tenemos que intentarlo, y para ello la consulta de algunos de los buenos libros que se están escribiendo sobre Marruecos parece una de las vías más cómodas y rápidas.
Recomiendo, vivamente, la lectura del libro Marruecos en transición, del escritor y catedrático de Historia francés Pierre Vermeren, que acaba de publicar la editorial Almed. Desde su conocimiento personal -Vermeren ha vivido ocho años en África del norte, seis de los cuales ha sido profesor en el Liceo Descartes, de Rabat- analiza la actual sociedad de Marruecos, con sus sombras y sus luces, y lo hace de una forma objetiva, rigurosa y amena.
Marruecos es un país complejo, donde conviven estructuras casi feudales en muchos de sus ámbitos rurales, con ricas y prósperas megápolis industriales, en las que se está alumbrando una nueva sociedad, donde una prensa razonablemente libre comienza a denunciar algunos de los casos más llamativos de la corrupción que todavía asuela la Administración y poder público, y cuando partidos islámicos rivalizan en las urnas con partidos nacionalistas tradicionales -como el Istiqlal-, con otros izquierdistas o socialistas. Un país repleto de contrastes, con potencialidades y muchas dificultades, pero que debemos conocer, respetar y, en lo posible, con el que tenemos que colaborar.
El PIB marroquí en 1999 ascendió a 33.800 millones de dólares, lo que lo sitúa en el puesto número 57 de la economía mundial. Su PIB es muy modesto en comparación con Europa (un 0,41% del PIB europeo), pero significa el 33,7 % de la economía del Magreb, y el 42,1% de sus habitantes.
En conjunto, las estrategias de desarrollo económico de sus últimos 40 años no han sido lo suficientemente acertadas ni adecuadas, por lo que su sociedad se ha ido empobreciendo progresivamente.
El rápido crecimiento de la población ha sido superior al incremento de su riqueza, por lo que la emigración ha sido una válvula de escape para una juventud que tiene muchas dificultades económicas, sociales y culturales para sobrevivir con dignidad en el Marruecos de los últimos años. Sus migraciones interiores han sido intensas -el éxodo rural ha poblado los cinturones de sus grandes ciudades-, mientras se considera que en la actualidad unos dos millones de marroquíes trabajan fuera del país.
Un 80% de estos emigrantes trabaja en Europa, un 15% en algún país árabe, y el 5% restante en diversos países del mundo, EE UU incluido. Las remesas que envían sus emigrantes al país supusieron unos 1.000 millones de dólares a finales de los ochenta, y actualmente se estima que rondan ya los 3.000 millones de dólares, una importantísima cuantía para su economía, que le permite compensar parcialmente su déficit comercial.
La presión migratoria seguirá creciendo, ya que para muchos de sus jóvenes salir al extranjero es la única posibilidad de un futuro mejor que divisan. Muchos de los jóvenes que aspiran a la emigración son titulados medios o universitarios, que pasan por unos momentos de altísimo desempleo. Aunque la natalidad cae con rapidez, el desempleo juvenil será un gravísimo problema que nuestro vecino tendrá que afrontar los próximos años.
Marruecos realiza importantes esfuerzos para modernizar su economía, indispensable para paliar el grave avance de la pobreza y el deterioro social que experimenta. La población marroquí que vive bajo el umbral de pobreza absoluta se elevó desde el 13% (3,2 millones de personas) en 1991, hasta el 19% (5,3 millones) en 1999. No lo tienen nada fácil ni su Gobierno ni su Rey, aunque en algunos aspectos, como transparencia pública, libertad política y de expresión, o derechos humanos han experimentado una sensible mejora desde la muerte de Hassan II.
País de luces y sombras, pero con una gran energía interior que Pierre Vermeren nos descubre en su libro. Deseamos sinceramente que Marruecos pueda superar los grandes retos que tiene por delante, así como esperamos que, entre todos, podamos resolver la actual crisis en las relaciones entre Marruecos y España, fruto quizá de un exceso de historia, como prologa el propio autor del libro.