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Tribuna
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Los futuros problemas de Lula

Las elecciones en Brasil, con el probable triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva, ocupan estos días muchas páginas en prensa, y no es en vano. Los mercados esperan con impaciencia que se aclare el panorama y hay cierto temor hacia un posible giro económico del Gobierno, lo que se traduce en bajadas de Bolsa, huida de capitales, etcétera. Existe el temor a que un partido de izquierdas gobierne en un país latinoamericano. Si la alternancia política estuviera a punto de darse en un país de la UE, seguro que el temblor de los mercados sería imperceptible. ¿Cuáles son los motivos que provocan que hablar de Gobiernos de izquierdas y progresistas en países latinoamericanos cause miedo?

La clave radica en la nefasta distribución de renta que se da en Brasil: con unos 170 millones de habitantes, más de 50 millones son pobres. Es decir, 1,3 veces la población de España pasa hambre, vive hacinada en favelas y sin acceso a los avances aportados por el desarrollo económico. En los últimos años la combinación de desarrollo y pobreza ha sido una de las características de este país. ¿Alguien puede extrañarse de que la población reclame cambios sociales y voten a Lula da Silva?

El éxito del futuro Gobierno dependerá de cómo encare dos importantes problemas. Ante todo, la deuda externa, principal causa de la inestabilidad de las Bolsas. Con una deuda superior a los 200.000 millones de dólares, el futuro de este rico país está hipotecado.

El presidente Cardoso, y con él los cuatro candidatos a la presidencia, se comprometieron con el FMI a aceptar sus criterios económicos. Esto bastaría para tranquilizar a los capitales, y explicaría por qué las Bolsas no se han desplomado. Pero es posible que el futuro presidente rechace este compromiso previo y tome otras vías: renegociar la deuda externa, o, como Argentina, suspender unilateralmente los pagos.

¿Hacia qué lado se inclinará Lula? ¿Preferirá mantener la credibilidad internacional ante los inversores y obedecer al FMI? ¿O se arriesgará a desestabilizar los mercados y ver cómo cae el real a cambio de conseguir mayor independencia y libertad de acción para su Gobierno? Si debemos hacer caso a su campaña electoral, muy moderada, la primera alternativa parece la escogida. Pero la incertidumbre persiste.

El segundo de los problemas está relacionado con el uso de la tierra. En su programa electoral Lula da Silva ha puesto énfasis en la reforma agraria como pilar de la transformación social. La producción agrícola del país, concentrada en el café, es escasa comparada con la potencial, resultado de la existencia de grandes terratenientes que mantienen vastas extensiones de terreno improductivas.

El Movimiento de los Sin Tierra reivindica que los 4,5 millones de familias campesinas sin acceso a ese recurso vital lo consigan. Lula puede tener ese Movimiento, muy activo en cuanto a movilizaciones, a su lado o no, dependiendo de cómo responda a sus expectativas.

Me gustaría añadir a este paisaje de incertidumbre una perspectiva diferente. De los 8,5 millones de kilómetros cuadrados de Brasil, 5 son de selva amazónica y bosques autóctonos. En las dos últimas décadas la explotación maderera ha provocado que se intensifique la destrucción de estos territorios únicos en el mundo, al tiempo que los beneficios recaen en manos de empresas extranjeras, que concentran en sus manos el 40% de las exportaciones. Pero ¿está el país en situación de renunciar a esta importante vía de entrada de divisas?

Por otro lado, la superficie boscosa de Brasil representa un pulmón irrenunciable para todos nosotros. Los problemas medioambientales son, antes que nada, globales. La desaparición de los bosques tropicales nos pone en peligro a todos. El efecto invernadero y el cambio climático, por mucho que se quiera decir, están ahí, y por muy optimistas que seamos, no podemos confiar en la industria que, como un dios benevolente, proveerá la solución al problema gracias al progreso tecnológico. ¿Y si no le interesa hacerlo? ¿Y si el progreso tecnológico no es todopoderoso? ¿Arriesgaría usted la vida de sus hijos y nietos en ello?

Brasil debe 200.000 millones de dólares. Para poder pagar esta deuda utiliza divisas conseguidas gracias a la destrucción de sus bosques, que para interés mundial deberían conservarse. La solución parece fácil: paguemos a Brasil por no talar árboles. Esto se llama en economía internalizar una externalidad. En términos coloquiales, si Brasil renuncia a la tala masiva de sus bosques, tendrá unos costes, pero el resto del mundo, especialmente los países desarrollados, saldríamos beneficiados. Es lógico entonces que los costes se repartan y todos paguemos.

Si nos inventáramos una balanza de protección medioambiental, Brasil tendría superávit, lo que le permitiría responder a sus obligaciones frente a la deuda y simultáneamente tener libertad para implementar políticas económicas y sociales sin la intromisión del FMI.

Anna Laborda es profesora de Economía de Esade

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