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Tribuna
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¿Qué pasa en los mercados financieros?

Alejandro Inurrieta analiza la situación de las Bolsas internacionales. El autor plantea las posibilidades de inversión en el momento actual y apuesta por la formación y por un rearme moral y ético en las empresas

La comunidad financiera, pero también el resto de los mortales, asiste estos días incrédula a la sobrerreacción de los mercados bursátiles, tratando de comparar esta coyuntura con alguna vivida por los más antiguos del lugar, sin conseguirlo. Bajo este síndrome de lo desconocido, los agentes de medio mundo han visto buena parte de su ahorro volatilizado, fruto del esfuerzo de muchos años, y lo peor es que, en muchos casos, sin tiempo para rehacerlo antes de poner fin a su vida laboral. Los puristas del sistema sostienen que todos los agentes conocen y poseen toda la información disponible de forma instantánea y, por tanto, toman sus decisiones financieras bajo la premisa de expectativas racionales. Sin embargo, llegados a este punto, hay algo que se nos escapa a los que conformamos la mal llamada comunidad financiera y que no permite explicar de forma racional la razón última de esta sangría en los mercados bursátiles.

El origen lo encontramos a partir de marzo de 2000, cuando los mercados bursátiles comenzaron a ajustar una presunta burbuja especulativa, alimentada en torno a empresas tecnológicas que, en forma de portales de Internet, pero también alrededor de la telefonía móvil en todos sus vertientes, consiguieron atraer al capital riesgo y a la banca convencional. La segunda parte fue el señuelo que lograron insuflar a todos los intermediarios financieros, pero también a la mayoría de Gobiernos y a los inversores finales. Este nuevo episodio, no muy distinto a los muchos que han presidido la historia de la euforia financiera, revela que el ser humano repite recurrentemente los mismos errores y da la razón al dicho de que 'el que no conoce la historia está condenado a repetirla'.

Como en el resto de episodios históricos, nada tendría de malo que los mercados ajustasen el exceso de valoración de las empresas, para llegar de nuevo al precio justo, si es que este es posible medirlo. Lo que ha ocurrido es que en este entramado se han mezclado demasiados factores. En primer lugar, una conjura entre los actores principales, empresas, auditoras, analistas y finalmente el regulador. La falta de ética empresarial, auspiciada por el mal uso de la innovación tecnológica y financiera en forma de opciones sobre acciones, ha hecho del engaño una virtud y con la inestimable ayuda del mundo mediático configuró una bola de nieve en el que han quedado atrapados buena parte del ahorro mundial. Además, la falta de formación en algunos segmentos del mundo financiero, la escasa edad de muchos participantes y la ignorancia de episodios de este estilo han realimentado la espiral especulativa.

En segundo lugar, si erróneo ha sido el comportamiento del sector privado, el del sector público no ha sido mejor. Por un lado, las funciones de regulación y supervisión han fracasado, dejando al descubierto que tan negativo es el exceso de regulación como la desregulación absoluta. El ejemplo de la crisis financiera de 1998 no ha servido de nada y es triste que la regulación y supervisión estén sujetas a fuertes vaivenes en función de la magnitud de las disfunciones. A esto hay que añadir que la voracidad recaudatoria de muchos Gobiernos agrandó el volumen de fondos pagados por las subastas de telefonía móvil aliviando las cuentas fiscales en un momento de euforia económica. La falta de previsión ha dejado a algunas operadoras al borde de la suspensión de pagos, con un grave perjuicio para sus accionistas y proveedores.

Por último, los errores de previsión han contradicho a aquellos que pensábamos que una crisis de este calibre no se puede compensar en tan poco tiempo. El exceso de capacidad instalada, pero sobre todo la profunda crisis de confianza de los agentes, no es posible introducirla en ningún modelo económico. No es, por tanto, de recibo que se sigan lanzando a los agentes previsiones para 2003 tan optimistas como repiten sistemáticamente las autoridades económicas públicas. Ejemplos muy cercanos los tenemos en la Comisión Europea, que ha tenido que retrasar el cumplimiento del Pacto de Estabilidad ante la realidad en 2002 y las perspectivas en 2003, y más recientemente en el anteproyecto de Presupuestos español, con un crecimiento esperado del 3,0%, muy complicado dadas las expectativas para la economía europea. Con este proceso de purga, la pregunta es qué se puede hacer o dónde se debe invertir. Mi impresión es que como elemento primordial urge invertir en formación, elevando la calidad del capital humano, pero en el financiero en particular. A partir de aquí, y tras al limpieza que tendrá que realizar el mercado, se debe asentar el gusto por la excelencia profesional y conformar una comunidad financiera más científica.

Adicionalmente, un rearme moral y ético, alejado de extremismos justicieros, y más cercano al concepto shumpeteriano, devolviendo a la función del empresario todo su esplendor. Para ello es esencial reeducar a la sociedad para que busque y se mire en el espejo del creador de riqueza honesto, y no en el advenedizo generador de grandes fortunas. En nuestras manos está devolver la confianza a nuestros clientes sabiendo que la tarea es ardua. El resto lo hará la recuperación económica que, aunque lenta, ya está en marcha. Como siempre, si lo ocurrido deja huella, no habrá sido estéril el sufrimiento, pero dudo de la altura de miras de la sociedad.

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