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El paladar

La rama marina del ibérico

Este pariente del porcino de dehesa vivió su mayor esplendor en época fenicia

El parentesco del atún rojo con el cerdo ibérico lo jalonan bastantes más coincidencias que el desgastado recurso de llamar al túnido patanegra porque es el más genuino y preciado de cuantas variedades de thunnus han edificado su vivienda en el Mediterráneo: ésa también, pero otras afinidades menos folclóricas son su infiltración muscular de ácidos grasos insaturados, su rendimiento universal; todo su cuerpo es aprovechable, su peculiar sistema de cría (atún de granja), el apodo que los romanos le adjudicaron, puerco marino, y ¡oh, milagro de la naturaleza!, su indisimulada pasión por la bellota. Hace algunos paladares ya comentábamos la casi apocalíptica visión del cronista romano Estrabón en su particular retrato de la Iberia de hace 2.000 años: 'Atunes gordos y grasos, alimentados por bellotas de cierta encina que crece junto al mar, muy rastrera, y que produces frutos, en verdad, abundantes'. Otros autores romanos (Plinio el Viejo) contaban, incluso, que las encinas crecían en el fondo del mar y a ambos lados de los Pilares de Hércules, pero esa visión es más apocalíptica todavía.

Este atún de dehesa es además terco y obstinado..., como su primo el cerdo: ha modificado poco sus itinerarios y costumbres en los últimos 30 siglos. Los mismos movimientos de hoy fueron ya descritos por Aristóteles. Decía el filósofo que ya contaban los fenicios cómo desde Cádiz viajaban hasta más allá de los Pilares de Hércules, hasta un sitio con muchas algas en el que se encontraba una extraordinaria cantidad de atunes de increíble tamaño, que una vez pescados los ponían en jarros y los llevaban a Cartago, donde no sólo los consumían, que eran apreciados como una delicadeza epicúrea, sino que desde allí lo exportaban por todo el Mediterráneo (www.clubdelmar.org). Ahora se llevan a Cartago Nova (Cartagena) y desde allí lo exportan a Japón: todo lo demás es igual.

Desde sus primeras manifestaciones púnicas, los atunes han enriquecido a varias civilizaciones. De Gibraltar a Turquía muchas ciudades fueron fundadas al abrigo de la economía atunera, próximas por tanto a ricos caladeros. La actividad pesquera contaba entonces con apoyo logístico en tierra: los barcos permanecían anclados en el mar hasta que recibían señalas del retén que avizoraba los movimientos de los atunes desde los arrecifes más altos. Su importancia económica llegó a calar con tanta fuerza en la civilización fenicia que su efigie aparecía grabada en las monedas de uso común.

Hoy el atún se enfrenta a nuevos problemas. La frialdad de las aguas atlánticas lo empujan hacia el Mediterráneo en mayo y junio, periodo que aprovecha para desovar. Allí, el cerco del Mare Nóstrum se convierte en una trampa mortal: alrededor de medio centenar de barcos piratas con banderas de conveniencia esquilman los caladeros sin respetar tamaños ni ciclos biológicos. La actividad comienza a estar vigilada, de momento con poco éxito, por las autoridades pesqueras.

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