Argentina versus Brasil
Por casualidad hace unos días encontré un ejemplar de Cinco Días del 28 de junio pasado. Dado que tenía tiempo libre (es lo que tienen las vacaciones) me dispuse a repasar lo que preocupaba en aquel momento y, por qué no, comparar en lo posible lo que se avanzaba sobre los mercados y economías con la situación actual.
En la portaba ya tenía un buen objetivo para mi estudio: la SEC estadounidense consideraba 'sin precedentes' el descubrimiento de las irregularidades contables de Worldcom. ¡Qué poco sabíamos en aquel momento sobre el tema! Al menos en la actualidad muchos de los temores sobre la aparición de nuevos casos han desaparecido.
A medida que iba avanzando en la lectura podía leer más pruebas del enfrentamiento en España entre los sindicatos y el Gobierno sobre la reforma del desempleo. Pero lo que más llamó mi atención fue el resumen final de la reunión de dos días que mantuvo por aquella época el G8 en Canadá. Además de mandar un mensaje optimista sobre la economía mundial, una vez más obviando los descensos que ya por aquel entonces caracterizaban las Bolsas mundiales, se mostraban también confiados sobre el rápido final de la inestabilidad de los mercados en Brasil.
Ahora bien, esta confianza no se acompañaba de medidas concretas para reducir la inestabilidad. Por supuesto, las referencias a la difícil situación que arrastraba Argentina desde meses atrás brillaban por su ausencia.
Confianza. Esta parece ser la clave de toda la crisis de Brasil (creo que podemos utilizar ya ese término para referirnos a lo que han sufrido los mercados de este país los últimos meses). Un país con un déficit público del 4,0 % del PIB y un déficit exterior de igual tamaño, con lo que esto conlleva de apelación a los mercados de financiación internacional, es muy sensible a un aumento de la aversión al riesgo de los inversores.
Otra cosa a concretar es si las razones de esta desconfianza son razonables o no. Pero los mercados muchas veces no reparan en estas cuestiones, centrándose sólo en el riesgo de que el deterioro continúe. En Brasil tenemos un ejemplo de esto.
La crisis que vive Argentina desde finales de 2001, acompañada de periodos de inestabilidad en Turquía (ambos países fueron en el pasado el mejor ejemplo en la aplicación correcta de las políticas de ajuste del FMI), dieron el primer toque de atención a las autoridades brasileñas sobre la posibilidad de tensiones en su país.
La evolución a la baja en la intención de voto al candidato oficial para las elecciones presidenciales del próximo octubre hizo el resto. ¿Qué significa esto? Pues que el riesgo país de Brasil aumentó hasta ser de los más elevados a nivel mundial; un descenso del Bovespa del 39% desde sus máximos del año; la dificultad para bajar los tipos oficiales desde niveles nominales del 18,0 %, a pesar de la debilidad de la economía.
Hace unos días conocíamos las cifras del déficit exterior brasileño en julio: una moderación en el déficit exterior (beneficiado por la caída de la moneda y el descenso de las importaciones) y de las entradas de inversión directa (lo que ha obligado al banco central a revisar su objetivo para este año hasta 16.000 millones de dólares, 2.000 millones por debajo del inicial. También se publicaban los datos de las cuentas públicas del mismo mes, con una mejora apreciable en los datos de déficit pero un fuerte aumento en el saldo de la deuda pública.
La razón de esta aparente paradoja es obvia: a pesar de los esfuerzos del Gobierno por acomodarse a los objetivos de déficit, la subida de los tipos de interés del mercado y la caída del real, dado el importante peso de la deuda a tipo flotante y en dólares, se han traducido en un fuerte aumento de la deuda pública (hasta un 62 % del PIB, más de 10 puntos por encima de los niveles de hace un año).
æpermil;ste es el principal temor para las autoridades: que la inestabilidad de los mercados financieros se traduzca en un mayor deterioro de las cifras de endeudamiento, que a su vez aumente más la desconfianza de los inversores.
Para romper este círculo malévolo el Gobierno se ha esforzado por clarificar el escenario posterior a las elecciones presidenciales de octubre, llegando a acuerdos con todos los candidatos para que confirmen su disposición a seguir la misma política económica actual. Y bajo esta hipótesis, el FMI se ha comprometido a abrir una nueva línea de crédito al país por más de 30.000 millones de dólares. æpermil;sta es una de las cifras más elevadas dispuestas por la institución supranacional bajo el nuevo directorio.
Por el momento, todas las medidas anteriores han contribuido a frenar el deterioro de los activos en Brasil, pero no han mejorado mucho más allá la situación. También parece razonable dar tiempo a los inversores para que reconsideren su posición. Sin duda que la conclusión será ahora mucho más positiva que en el pasado.
Lamentablemente, no podemos decir esto de la crisis Argentina. Ya casi nos hemos acostumbrado (nosotros y sus autoridades) a sucesivos aplazamientos de un posible acuerdo con el FMI. El último argumento desde este último fue bastante clarificador. Más o menos venía a decir que las negociaciones seguían su desarrollo, sin que fuera previsible esperar su final a corto plazo. Vamos, que el FMI seguirá atentamente las medidas que tome el Gobierno argentino para salir de la crisis, pero sin apoyo financiero adicional.
El propio presidente Duhalde ya ha declarado que corresponderá al nuevo Gobierno que salga de las elecciones en marzo del próximo año firmar un acuerdo con el FMI. El objetivo para el actual Ejecutivo será lograr el aplazamiento de los vencimientos de deuda con las organismos financieros internacionales, los únicos pagos que por el momento son respetados.
Mientras, crece la tensión política en el país, con nuevas peticiones por parte de segmentos de la población para que las elecciones de marzo se conviertan en una renovación de todos los cargos políticos del país. ¿Y la economía argentina? El Gobierno dice que lo peor ha pasado. Muchos analistas están de acuerdo, aunque tampoco descartan entrar en una situación de impasse mientras se resuelven los problemas. Además de los anteriormente descritos, sin duda que la posibilidad de una crisis dentro del sistema financiero (si no lo está ya) se puede convertir en un riesgo adicional a la hora de considerar la solidez de la recuperación económica. ¿Puede funcionar un país sin sistema financiero?
La situación de Brasil y Argentina tienen muchas similitudes, pero también muchas diferencias. Probablemente a partir de ahora será el momento de recalcar estas últimas. Por contra, el mercado a muy corto plazo nos va recordar las primeras.