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Columna
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Datos del terrorismo internacional

Los que estamos convencidos de que la información estadística constituye un instrumento valioso para interpretar problemas de toda índole, no podemos dejar de sorprendernos ante las limitaciones de la información oficial de EE UU en materia de terrorismo internacional, sobre todo cuando los acontecimientos del pasado año, por su envergadura, han monopolizado la atención mundial.

En principio, cabe decir que gran parte de la información que existe, o al menos de la que se divulga por el Departamento de Estado de EE UU, son meros recuentos de atentados, tipos de armas utilizadas, listados de organizaciones terroristas y de delincuentes buscados, detenciones, controles establecidos y cuestiones similares.

En algunas ocasiones, se facilitan valores relativos como, por ejemplo, la distribución de los objetivos elegidos por el terrorismo (en el último año, el 89,5% de los atentados contra estadounidenses se han dirigido a locales de negocios, el 3,1% a sedes diplomáticas y el 2% a sedes militares y gubernamentales) o la distribución de atentados contra EE UU por región donde se cometen (en su propio territorio sólo se produce el 1,8% del total, existiendo un gran predominio en Latinoamérica, donde tiene lugar el 87,2%).

En otros casos, se publican series, como la evolución del número de víctimas de nacionalidad estadounidense, que en los últimos años tenía su máximo en 25 en 1996 y, por el extraordinario impacto de los atentados del 11-S, ha alcanzado en 2001 la cifra de 3.240, dato que el Departamento de Estado habrá de revisar puesto que las últimas informaciones sitúan el total de víctimas por debajo de esa cifra y, como se aprecia en los listados de muertos y desaparecidos, por ejemplo en la página web del periódico USA Today, muchos de ellos no tenían nacionalidad estadounidense, como gran parte del personal dedicado a limpieza, cocina y ocupaciones afines en las Torres Gemelas.

Este tipo de informaciones, de carácter descriptivo, está muy en línea con el planteamiento de EE UU de acabar con el terrorismo de forma inmediata, objetivo de logro dudoso, pero no ayuda a explicar el fenómeno ni, por tanto, a conocer qué tipo de acciones no represivas podrían llevarse a cabo para acabar de forma más eficaz, a medio o largo plazo, con las causas del fenómeno terrorista.

Un ejemplo del escaso poder explicativo de los datos que divulga el Departamento de Estado lo tenemos en sus series sobre el terrorismo mundial, donde no diferencia los distintos tipos de terrorismo (internacional, local, de Estado, etcétera).

De este modo, las series estadísticas, con datos desde 1981 hasta la actualidad, no permiten llegar a conclusiones razonables puesto que, por ejemplo, la evolución del total de atentados en el mundo parece presentar una tendencia decreciente, con máximos que superan los 600 atentados en el periodo 1985-1988 hasta los 348 que se registraron en 2001, y esa tendencia alentadora está en contradicción con la situación de alarma que vive el mundo ante el fenómeno terrorista.

Esta falta de definición de los tipos de terrorismo impide conocer, entre otras muchas cosas, el número y las características de los atentados que el terrorismo internacional dirige hacia distintos países, esencial para, posteriormente, poder realizar un análisis sobre aquellos rasgos diferenciales que pudieran explicar el hecho de que unos países sean víctimas de dicho tipo de terrorismo y otros se vean libres del mismo.

Pero, además de la limitación de la información disponible, se echan en falta, por ejemplo, análisis sobre la tipología de los terroristas que, en este caso, atacan a los estadounidenses.

Los estudios estadísticos sobre tipologías, en particular sobre delincuentes, muestran tercamente la existencia de variables significativas en los actos criminales y eso que dichos estudios encuentran la fuerte restricción de utilizar sólo aquellas características personales que se suelen recoger en la gestión administrativa de los hechos delictivos, como edad, sexo, estado civil o nacionalidad, sin poderse adentrar, por tanto, en otras características que seguramente tendrían mayor valor explicativo, como carencias culturales y educativas, creencias religiosas o exclusión social.

Es preocupante que no exista información satisfactoria sobre una materia tan importante como el terrorismo internacional, o al menos que se impida que los informes que puedan existir alcancen a la opinión pública, comenzando por la norteamericana, víctima de los terribles atentados que hoy se conmemoran. Pero no parece fácil que la Administración de EE UU promueva y divulgue una información de la que, posiblemente, se derivarían conclusiones difíciles de soportar por sus responsables a la vista de su política económica, militar, medioambiental, etcétera, y de su escaso esfuerzo por conseguir un mundo donde el terrorismo no tuviera razón de existir.

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