Las advertencias sobre resultados centrarán la atención de las Bolsas
En marzo de 2000 el globo de las Bolsas comenzó a desinflarse en lo que aún hoy es un ajetreo agónico. El agujero se hizo más grande en septiembre de ese año cuando surgió la moda, hasta entonces oculta, de advertencias negativas sobre resultados de las empresas que cotizan en Wall Street. La lectura era ayer, como hoy, fácil. Las altas valoraciones de las cotizaciones no se correspondían con las cuentas de resultados.
Hasta septiembre de 2000, la moda analítica era la del engorde artificial por la suma de las partes, de tal modo que las partes que cotizaban en Bolsa añadían más valor a la matriz a medida que éstas más subían. En el otoño de ese año, el agraviado PER comenzó a ser considerado por los expertos en sus cálculos.
Después se han sucedido más episodios similares, con empresas emblemáticas que han vuelto a advertir de manera reiterada de incumplimientos presupuestarios y de no poder lograr el ansiado beneficio por acción.
La historia continuará en los próximos días sin que aparezcan síntomas que hagan prever un cambio a mejor. Intel ya puso el martes su guinda particular al considerar que las ventas de la Navidad que viene no serán suficientes para satisfacer los deseos de la empresa ni de sus accionistas. Luego le han seguido Nortel y Sund.
Malos presagios los de estas empresas que, según los mejores analistas, tendrán su réplica en otras tantas de Wall Street. La oleada de advertencias que se avecina coincide con un giro alcista importante de los mercados de acciones estadounidenses. æpermil;stos, lejos de mejorar sus multiplicadores, han vuelto a niveles siderales gracias a la nueva ofensiva lanzada por los gurús en los últimos días. Alguno de ellos ha basado el comportamiento de las Bolsas de Estados Unidos en una postura puramente psicológica. La aversión al riesgo ha alcanzado su máximo nivel, han dicho, y desde ahí las cosas sólo pueden mejorar.
La psicología choca con harta frecuencia, no obstante, con los fundamentales económicos, que son los que siempre se imponen en las valoraciones de las empresas. Salvo que se produzcan sorpresas favorables, las previsiones de beneficio para las empresas del S&P 500 son de un crecimiento del 11% a septiembre, cuando hace seis meses eran del 20%.
Está claro que si los resultados se ajustan al consenso, el PER seguirá incontestable. La amenaza de un desplome de Wall Street será patente y ello, como se ha visto en los últimos meses, redundará en cifras de actividad bajo mínimos en las principales Bolsas.
Los grandes se vuelven chicharros
La adaptación del término chicharro a la Bolsa la hicieron los viejos bolsistas de Bilbao hace más de treinta años, cuando aquella plaza se caracterizaba por marcar tendencia, dado el buen olfato de sus operadores e inversores.
El chicharro era entonces, que no hoy, una especie marítima despreciada. Lo peor para los comensales de la época. En Bolsa, un chicharro era aquella empresa al borde la suspensión de pagos o de la quiebra; sin reparto de dividendos y sin futuro.
Los chicharros, no obstante, daban mucho juego especulativo, porque siempre tenían cotizaciones muy bajas, que no es lo mismo que baratas. Eran, de este modo, susceptibles de marcar alzas y bajas muy abultadas. Los ejemplos más recientes fueron los de Altos Hornos o Papelera Española.
Hoy son los grandes valores del mercado, como Telefónica y los bancos, los que han suplido a estas compañías en el concierto especulativo. Subidas o bajadas del 10% en un solo día ya son frecuentes por estos pagos. Antes, esos porcentajes no se conseguían en un año.