Las comparaciones con Japón otra vez
Hace días escuchábamos a un representante del Gobierno de EE UU descartar la posibilidad de que la economía entre de nuevo en recesión los próximos meses. Es significativo cómo las autoridades han ido cambiado el énfasis de sus mensajes las últimas semanas: desde adelantar que la recuperación económica será fuerte hasta negar el riesgo de una nueva desaceleración.
Con todo, no es éste el único factor a destacar en los recientes comunicados oficiales. Tanto la Reserva Federal como las autoridades políticas han comenzado a advertir de nuevo sobre la evolución a la baja de los precios.
La deflación vuelve así al primer plano entre los peligros a evitar, curiosamente en un momento en que los precios han comenzado a sufrir el impacto de la subida de las materias primas (incluido el petróleo). Si todo lo anterior lo combinamos con mercados financieros bajistas, dentro de un contexto de elevada inestabilidad, y el temor a una burbuja inmobiliaria, no es extraño que muchos busquen similitudes con la situación económica y financiera del Japón de los noventa.
Antes de nada, recordemos los principales problemas de la economía japonesa hoy. Quizá el más importante para las autoridades es la deflación. Se ha hecho mucho por contrarrestarla, con escaso éxito. El fuerte aumento del déficit público (superávit del 2,0 % del PIB en 1990 frente al déficit previsto del 8,0 % para este año) y el hecho de que los tipos oficiales se mantengan cerca del cero son los mejores ejemplos del fuerte carácter expansivo de la política económica los últimos 10 años.
Pero no es el único quebradero de cabeza para el Gobierno japonés. También ha recibido muchos consejos desde el exterior (especialmente desde las propias autoridades de EE UU) para que reduzca los préstamos impagados en manos de la banca japonesa. Las cifras sobre este tipo de préstamos son ambiguas, en función del grado de deterioro del riesgo, aunque abultadas (entre 50 y 100 billones de yenes).
Para los analistas, la existencia de este condicionante dentro de la banca japonesa la haría menos flexible para conceder nuevos créditos, además del riesgo directo que supone sobre la solvencia de las propias entidades. Por último, no debemos olvidar la tradicional queja sobre su falta de apertura. Aquí también podemos hablar de la rigidez de la economía, con un crecimiento de la productividad (y no sólo por el descenso de la inversión) muy inferior al de los principales países desarrollados. La consecuencia de todo lo anterior ha sido visible: estancamiento (para algunos, el mejor ejemplo de depresión) y caída de su Bolsa.
El panorama anterior tiene poco que ver con el existente en Japón en los ochenta. De hecho, su economía y mercados se consideraban ejemplo a seguir para el resto de los países. El estallido de la burbuja en las Bolsas, seguido de un derrumbe de precios en el sector inmobiliario, y una gestión lenta (al no abrir la economía al exterior y en el manejo de la política monetaria) por las autoridades llevaron a la situación actual. ¿Se puede repetir este proceso en EE UU? Las similitudes existen, aunque no son más que esto, sin que se puedan sacar más consecuencias.
Por un lado, la gestión de la política económica de la Crisis ha sido admirable. La rapidez de los recortes de tipos por la Reserva Federal y el giro de la política fiscal ha llevado a mantener en estos momentos la política económica más expansiva de los últimos 40 años. ¿Estallido de la burbuja financiera? No parece adecuado dudarlo, dado el importante deterioro observado en las Bolsas a escala internacional (esto último es importante resaltarlo) en los últimos años.
Ahora bien, también estamos asistiendo a una respuesta rápida de las empresas y los bancos. El objetivo es claro: sanear su balance. Aquí volvemos a encontrar diferencias con Japón, en especial en el caso de las entidades financieras. Y nos queda el hipotético riesgo de la existencia de una burbuja en el sector inmobiliario en EE UU. Es verdad que la construcción se ha convertido en uno de los sectores más dinámicos del pasado reciente, aunque las subidas de los precios (18% en términos reales) han sido mucho más moderadas que las de Japón antes del derrumbe.
Lo ocurrido en Japón los últimos 20 años sigue siendo una cuestión abierta; lo que ocurre en estos momentos en la economía mundial podría estar superado en los próximos meses. Las condiciones para que la economía supere la fase de debilidad actual están dadas, de forma que sólo hace falta dejar pasar el tiempo para que la recuperación se afiance. Entre medias se tiene que lograr que los mercados financieros reduzcan su inestabilidad. æpermil;sta ha sido reconocida por el propio Gobierno de EE UU como el principal lastre para la recuperación.
Las recientes medidas adoptadas para hacer más claras y fiables las cuentas de las empresas sin duda se van a reflejar en una creciente confianza de los inversores. A la vez, no debemos descartar la posibilidad de que los bancos centrales afiancen este proceso recortando de nuevo los tipos. La siguiente oportunidad en el caso de la Reserva Federal será a finales de septiembre. En caso de hacerlo, y en medio punto como nosotros esperamos, los dejaría en el 1,25%. Un nivel ya muy cercano al del Banco de Japón y una nueva argumentación para aquellos que buscan semejanzas con lo ocurrido en Japón.