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Tribuna
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Estabilidad inundada

José Borrell Fontelles sostiene que la UE dejó que Alemania hiciese frente sola a la reunificación del país, y eso produjo serias dificultades a la economía continental. El autor reclama que la UE no caiga en el mismo error

Josep Borrell

Después de Bratislava, Praga y Dresde la crecida del Danubio amenaza Budapest, y la del Elba el centro de Alemania camino de su desembocadura en Hamburgo. Los daños provocados por las inundaciones en Alemania, Austria y Chequia se estiman ya en 20.000 millones de euros. Una cantidad importante en estos tiempos de catástrofes financieras y climáticas. Pero inferior, problemas humanos aparte, a la deuda oculta que llevo a la quiebra a Enron, a las pérdidas acumuladas por Vivendi en los últimos 18 meses y al coste que representó para el Estado francés el agujero del Crédit Lyonnais.

Demasiado, en todo caso, para la situación financiera de Alemania, cuyo déficit público para este año se estimaba, antes de la catástrofe, peligrosamente próximo al 3% y cuyas previsiones de crecimiento se han revisado de nuevo a la baja. Los ingresos fiscales de los länder y del Estado federal han disminuido el 5% en el primer semestre, el paro supera los cuatro millones y quedan promesas de rebajas de impuestos por aplicar.

A cuatro semanas de unas elecciones que se le presentan difíciles, no es de extrañar que Schröder dé la prioridad a la ayuda a los afectados. El pasado viernes proclamaba que no le importaba en absoluto el riesgo de rebasar los límites de déficit público impuesto por el Pacto de Estabilidad. Se enfrentaba así a Prodi que, como presidente cooptado de la Comisión Europea, no tiene que presentarse a esa cosa tan vulgar que son las elecciones y se había apresurado, con la oportunidad que le caracteriza, a advertir que las inundaciones no debían ser tomadas como una excusa para 'contornear' dicho pacto.

Afortunadamente, la reunión de este domingo pasado en Berlín entre Schröder, Prodi y los jefes de Gobierno de Austria, Chequia y Eslovenia ha conseguido que, al menos en materia de pactos presupuestarios, las aguas vuelvan a su cauce.

Alemania y Austria revisarán sus políticas presupuestarias en el marco del Pacto de Estabilidad, retrasando gastos y rebajas fiscales, y la Comisión apoyará financieramente a los países afectados por las inundaciones.

Aunque esas promesas de ayuda deben concretarse todavía, se habla de asignar a este fin la totalidad de los fondos regionales todavía no utilizados, lo que representaría unos 5.000 millones de euros. La ocasión ha sido buena para evocar de nuevo la creación de un fondo especial para hacer frente a catástrofes naturales en suelo europeo, del que la Unión carece actualmente, y dotarlo de forma inmediata con 500 millones de euros

La reunión de Berlín es una buena noticia para todos. Desde luego, para Schröder, que ha marcado un punto importante con esa cumbre antiinundaciones y demuestra un considerable valor al anunciar que retrasa rebajas de impuestos en vísperas electorales. Pero, sobre todo, para la idea de Europa y para evitar repetir, en su proceso de construcción, errores del pasado.

En Berlín, Europa ha demostrado que existe y es capaz de un espíritu solidario cuando los ciudadanos de la Unión sufren una desgracia. Se podrá decir que estaba obligada a hacerlo porque si dejaba que cada país se enfrentase solo a sus problemas los frágiles mecanismos que les ligan, como el Pacto de Estabilidad, saltarían en pedazos. Y los países de Europa Central y Oriental (Pecos) podrían preguntarse, todavía con más razones, qué clase de Europa era esa que sólo se preocupa de reglas financieras olvidando los problemas de los pueblos.

Pero que la expresión de solidaridad de Berlín haya sido obligada no le quita su importancia simbólica y táctica. Sobre todo porque Europa tuvo ya ocasión, en el pasado, de aceptar que un problema alemán debía considerarse como un problema europeo. Y no lo hizo. Y bien caro que lo pagamos todos.

Me refiero, claro está, a la reunificación alemana que también puso en tensión la economía del país y sus equilibrios presupuestarios. Europa no comprendió entonces que ese acontecimiento era un hecho político mayor que cambiaba radicalmente la estrategia económica del continente y su camino hacia el euro.

Dejamos que los alemanes hiciesen frente solos al coste de la reconstrucción de los länder del Este y eso recalentó su economía, que entró en un profundo desfase coyuntural con la francesa. Los incrementos de tipos de interés en Alemania, impuestos para hacer frente a las tensiones inflacionistas, tuvieron que ser seguidos por el resto de los países para no romper la relación de cambio entre sus monedas. Eso fue letal para las coyunturas recesivas de los países europeos que hubiesen necesitado una política monetaria expansiva, exactamente contraria a la alemana.

Así, el contrachoque de la reunificación provocó la gran crisis de 1992-1995. Salvando todas las distancias, es bueno que Europa aplique ahora las actitudes cooperativas que no tuvo en el pasado.

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