Un edén para los gansos
Las rutas migratorias del dinero muestran un vuelo permanente hacia diminutas islas del Pacífico y el Caribe o hacia enclaves en tierra de nadie. En los paraísos fiscales no se cobran impuestos y no se hacen preguntas. Todas las aves que quieren evitar ser desplumadas por la tributación son bienvenidas si logran alcanzar sus costas. Los Estados intentan recrear en casa el microclima apropiado para que gansos, patos y cisnes no emigren, y presionan para que en los paraísos se delate a los halcones y buitres del narcotráfico y el terrorismo. Las rutas migratorias del dinero muestran un vuelo permanente hacia diminutas islas del Pacífico y el Caribe o hacia enclaves en tierra de nadie. En los paraísos fiscales no se cobran impuestos y no se hacen preguntas. Todas las aves que quieren evitar ser desplumadas por la tributación son bienvenidas si logran alcanzar sus costas. Los Estados intentan recrear en casa el microclima apropiado para que gansos, patos y cisnes no emigren, y presionan para que en los paraísos se delate a los halcones y buitres del narcotráfico y el terrorismo.
El estadista francés del siglo XVII Jean Baptiste Colbert definía el arte de la tributación como el modo de desplumar al ganso para obtener la mayor cantidad de plumas con el menor número posible de graznidos. El problema es que con el tiempo los gansos se han dado cuenta. Y han empezado a emigrar. Desde los hostiles territorios de la alta tributación a las abiertas y acogedoras praderas del paraíso fiscal prometido, donde su plumaje está a salvo.
Ante ese movimiento, los Estados han comenzado a mimar a los gansos antes de que se conviertan en una especie en peligro de extinción. La tesis es que los grandes capitales estarán dispuestos a perder unas cuantas plumas sin dar apenas graznidos si pueden quedarse en casa a salvo de mayores amenazas. A fin de cuentas, casi nadie emigra por el placer de hacerlo. De ese modo, cada país se esfuerza en crear reservas o parques naturales donde cada vez más gansos y patos se sientan a salvo. Esos hábitats acogedores están en ocasiones camuflados en medio de la jungla, de una jungla de disposiciones adicionales o transitorias, en medio de leyes de acompañamiento o de artículos bis, ter o quáter. Eso no importa: como buenas aves migratorias, los gansos tienen un magnífico sentido de la orientación. Si hay un resquicio por el que entrar al paraíso fiscal casero, no hay la menor duda de que lo encontrarán.
De ese modo, la forma más efectiva de luchar contra los paraísos fiscales que han encontrado los Estados consiste en socavar su utilidad. Los bajos, o nulos, impuestos son su primer gran atractivo. A medida que los países van creando pequeños hábitats paradisiacos para los capitales, la tentación de emigrar es menor, sobre todo porque uno no sabe cuál será el camino de vuelta.
¿Qué tienen en común las islas Caimán, Gibraltar, Jersey, Bahamas o las islas Vírgenes? Que ninguno está en la lista negra de paraísos fiscales de la OCDE La legislación española recoge 48 territorios diferentes identificados como paraísos fiscales, entre los que están Andorra y Gibraltar ¿Qué tienen en común las islas Caimán, Gibraltar, Jersey, Bahamas o las islas Vírgenes? Que ninguno está en la lista negra de paraísos fiscales de la OCDE La legislación española recoge 48 territorios diferentes identificados como paraísos fiscales, entre los que están Andorra y Gibraltar
A medida que todo el mundo se va convirtiendo poco a poco en un paraíso para las rentas del capital y las plusvalías, los paraísos fiscales van perdiendo reclamo. Acaso a los marxistas del nuevo siglo, y visto que el capitalismo no ha dado su brazo a torcer, les quede el consuelo de pensar que los paraísos fiscales sí contienen en su éxito la semilla de su propia destrucción. Pero, incluso en el caso de que los impuestos desapareciesen de la faz de la tierra, quedaría aún dinero buscando el refugio de los paraísos fiscales. No se trataría ya de gansos, patos y cisnes evitando ser desplumados, sino de halcones, águilas y buitres, del dinero del terrorismo, el narcotráfico y el crimen organizado en general.
El anonimato, la opacidad. He ahí el segundo gran imán que atrae el dinero a los paraísos fiscales. Mientras la vista gorda, la tolerancia e incluso la emulación más o menos declarada se han convertido en la actitud predominante frente a la baja fiscalidad; la batalla sin cuartel se impone como estrategia en materia de transparencia e intercambio de información.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos marcaron un punto de inflexión, a partir del cual parecía que se declaraba la guerra a los paraísos fiscales. Sin embargo, en cuanto se ahonda un poco, se observa cómo es la retórica lo que domina. La guerra no es contra la fiscalidad baja, ventajista o inexistente, sino como mucho contra la ocultación de información.
¿Qué tienen en común islas Caimán, Gibraltar, Jersey, las Bahamas o islas Vírgenes? Que ninguno está en la lista negra de paraísos fiscales que elabora la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). En realidad, sólo siete jurisdicciones integran esa lista: se trata de Andorra, Liechtenstein, Liberia, Mónaco, islas Marshall, Naurú y Vanuatu. Sólo esos siete territorios son calificados como paraísos fiscales no cooperativos. Ahí está la clave de la nueva definición del paraíso fiscal. Ya no es el atractivo fiscal de su legislación bancaria o societaria ni la estructura de su régimen tributario la que cuenta, sino el grado de cooperación. Ante la decisiva oposición de Estados Unidos, la OCDE renuncia por completo a la armonización o convergencia fiscal. La lucha contra las 'prácticas fiscales nocivas' queda reducida a los ámbitos de la transparencia y el intercambio efectivo de información.
Hay más preguntas. ¿Se puede ser un paraíso fiscal, no cooperar y, sin embargo, estar fuera de la lista negra de paraísos fiscales que no cooperan? Sí, basta con haberse comprometido a adoptar en el futuro esos principios. La fecha prevista es enero de 2006. La facilidad con que se sale de la lista negra de la OCDE es tan pasmosa que alimenta las sospechas de que algunos de los compromisos de transparencia no se hayan formulado de buena fe. La OCDE lo niega.
Según Jeffrey Owens, jefe del Centro de Política Fiscal de la OCDE, a través de las medidas para el intercambio de información, 'las autoridades fiscales de los países miembros de la OCDE podrán solicitar a los centros financieros offshore paraísos fiscales información, incluida la bancaria, que sea relevante en relación con cualquier investigación fiscal concreta en marcha'. No bastará la cooperación en materia penal, sino que también se exigirá en el terreno fiscal civil.
De alguna manera, los paraísos fiscales pueden acabar revestidos de cierta respetabilidad. Colaborarán en la medida de sus posibilidades en la lucha contra el terrorismo, el lavado de dinero del narcotráfico y hasta cooperarán en algunos casos sonados de fraude fiscal a gran escala. Pero la colaboración se circunscribirá a investigaciones en marcha, que procederán de sospechas anteriores más o menos fundadas. No se permitirán 'expediciones de pesca', en palabras del propio Owens, o indiscriminadas partidas de caza de gansos, que diría Colbert.
De ese modo, y según los críticos, la cooperación acaso pueda servir algunas veces para conseguir más pruebas sobre la culpabilidad de quien ha sido ya sorprendido en manejos turbios o criminales, pero no contribuirá a que actividades al margen de la ley queden al descubierto. Queda en pie la duda sobre la eficacia que pueda tener esa posibilidad de intercambio de información. Es difícil encontrar una aguja en un pajar, pero lo es aún más si no se sabe qué es lo que se está buscando.
La OCDE cree que la transparencia y la cooperación no supondrán la desaparición de los centros financieros creados al calor de esa ventaja competitiva. Según Owens, muchos de los paraísos fiscales han encontrado nichos de mercado financieros completamente legales y capaces de atraer negocio. Owens procura, por otro lado, minimizar el riesgo de que haya un trasvase masivo de fondos desde los paraísos más transparentes hacia los más opacos. La especial vigilancia de cualquier transacción relacionada con estos últimos puede acabar por convertirla en más peligrosa, al menos en teoría.
En España, el Plan de Control Tributario 2002 incluye entre las áreas de riesgo fiscal de actuación prioritaria el 'control de determinadas transacciones comerciales o financieras con el exterior efectuadas, preferentemente, desde o hacia países distintos de la Unión Europea y, en particular, paraísos fiscales, con el fin de eludir la tributación que correspondería al verdadero titular de las mismas'. Según este plan, 'mediante los procedimientos de control fiscal de las transferencias y pagos realizados, revisando los criterios de valoración empleados en cada caso, la comprobación de este tipo de operaciones centrará sus esfuerzos en localizar a los contribuyentes residentes que operan a través de sociedades interpuestas'. Hacienda reconoce que 'este tipo de investigación requiere, dado su alto grado de dificultad, un análisis previo y en profundidad de la información disponible, lo que impide que pueda realizarse de forma masiva'.
48 paraísos fiscales
La legislación tributaria española se rige por un real decreto de 5 de julio de 1991 en materia de identificación de las jurisdicciones consideradas como paraísos fiscales. En dicho real decreto se enumeran 48 territorios, a saber: Andorra, Antillas Neerlandesas, Aruba, Bahrein, Brunei, Chipre, Emiratos Árabes Unidos, Gibraltar, Hong Kong, Anguilla, Antigua y Barbuda, Bahamas, Barbados, Bermudas, islas Caimán, islas Cook, Dominica, Granada, Fiji, las islas de Guernsey y de Jersey (islas del Canal), Jamaica, Malta, islas Malvinas, isla de Man, islas Marianas, Mauricio, Montserrat, Naurú, islas Salomón, San Vicente y las Granadinas, Santa Lucía, Trinidad y Tobago, islas Turks y Caicos, Vanuatu, islas Vírgenes británicas, islas Vírgenes de Estados Unidos, Jordania, Líbano, Liberia, Liechtenstein, Luxemburgo, Macao, Mónaco, Omán, Panamá, San Marino, República de Seychelles y Singapur.
¿Qué nos deparará el futuro? 'Me gustaría ver a todas las jurisdicciones comprometidas en la lucha por promover la transparencia y la cooperación. Y que todos busquemos el mismo objetivo: la justicia en la imposición y la competición abierta y transparente que descanse en la calidad del servicio y no en lo estricto del secreto', señala Owens.
æpermil;sta es, sin embargo, una época en la que ya no hacen falta maletines y un mundo de cuentas cifradas, identidades falsas, sociedades interpuestas y transacciones cibernéticas. El dinero vuela en forma de anotaciones en cuenta. Quizá no a la velocidad de la luz, pero sí a la del teléfono (o a la de la conexión a Internet). Lo normal es que las personas trabajen donde residen -dejando de lado a tenistas y similares- y que no puedan eludir la fiscalidad sobre las rentas del trabajo. El consumo, de nuevo con excepciones como las virtuales, tampoco puede escapar fácilmente del control físico, con la ventaja añadida de que la imposición indirecta provoca muchos menos graznidos que la directa. Y mientras los gansos salvajes del capital vuelan libremente por el mundo en busca del paraíso, las rentas del trabajo y el consumo juegan en la fiscalidad moderna un papel parecido al de la oca. Al fin y al cabo, una oca no es otra cosa que un ganso doméstico a la que lo más probable es que acaben arrancándole el hígado.
El estadista francés del siglo XVII Jean Baptiste Colbert definía el arte de la tributación como el modo de desplumar al ganso para obtener la mayor cantidad de plumas con el menor número posible de graznidos. El problema es que con el tiempo los gansos se han dado cuenta. Y han empezado a emigrar. Desde los hostiles territorios de la alta tributación a las abiertas y acogedoras praderas del paraíso fiscal prometido, donde su plumaje está a salvo.
Ante ese movimiento, los Estados han comenzado a mimar a los gansos antes de que se conviertan en una especie en peligro de extinción. La tesis es que los grandes capitales estarán dispuestos a perder unas cuantas plumas sin dar apenas graznidos si pueden quedarse en casa a salvo de mayores amenazas. A fin de cuentas, casi nadie emigra por el placer de hacerlo. De ese modo, cada país se esfuerza en crear reservas o parques naturales donde cada vez más gansos y patos se sientan a salvo. Esos hábitats acogedores están en ocasiones camuflados en medio de la jungla, de una jungla de disposiciones adicionales o transitorias, en medio de leyes de acompañamiento o de artículos bis, ter o quáter. Eso no importa: como buenas aves migratorias, los gansos tienen un magnífico sentido de la orientación. Si hay un resquicio por el que entrar al paraíso fiscal casero, no hay la menor duda de que lo encontrarán.
De ese modo, la forma más efectiva de luchar contra los paraísos fiscales que han encontrado los Estados consiste en socavar su utilidad. Los bajos, o nulos, impuestos son su primer gran atractivo. A medida que los países van creando pequeños hábitats paradisiacos para los capitales, la tentación de emigrar es menor, sobre todo porque uno no sabe cuál será el camino de vuelta.
A medida que todo el mundo se va convirtiendo poco a poco en un paraíso para las rentas del capital y las plusvalías, los paraísos fiscales van perdiendo reclamo. Acaso a los marxistas del nuevo siglo, y visto que el capitalismo no ha dado su brazo a torcer, les quede el consuelo de pensar que los paraísos fiscales sí contienen en su éxito la semilla de su propia destrucción. Pero, incluso en el caso de que los impuestos desapareciesen de la faz de la tierra, quedaría aún dinero buscando el refugio de los paraísos fiscales. No se trataría ya de gansos, patos y cisnes evitando ser desplumados, sino de halcones, águilas y buitres, del dinero del terrorismo, el narcotráfico y el crimen organizado en general.
El anonimato, la opacidad. He ahí el segundo gran imán que atrae el dinero a los paraísos fiscales. Mientras la vista gorda, la tolerancia e incluso la emulación más o menos declarada se han convertido en la actitud predominante frente a la baja fiscalidad; la batalla sin cuartel se impone como estrategia en materia de transparencia e intercambio de información.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos marcaron un punto de inflexión, a partir del cual parecía que se declaraba la guerra a los paraísos fiscales. Sin embargo, en cuanto se ahonda un poco, se observa cómo es la retórica lo que domina. La guerra no es contra la fiscalidad baja, ventajista o inexistente, sino como mucho contra la ocultación de información.
¿Qué tienen en común islas Caimán, Gibraltar, Jersey, las Bahamas o islas Vírgenes? Que ninguno está en la lista negra de paraísos fiscales que elabora la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). En realidad, sólo siete jurisdicciones integran esa lista: se trata de Andorra, Liechtenstein, Liberia, Mónaco, islas Marshall, Naurú y Vanuatu. Sólo esos siete territorios son calificados como paraísos fiscales no cooperativos. Ahí está la clave de la nueva definición del paraíso fiscal. Ya no es el atractivo fiscal de su legislación bancaria o societaria ni la estructura de su régimen tributario la que cuenta, sino el grado de cooperación. Ante la decisiva oposición de Estados Unidos, la OCDE renuncia por completo a la armonización o convergencia fiscal. La lucha contra las 'prácticas fiscales nocivas' queda reducida a los ámbitos de la transparencia y el intercambio efectivo de información.
Hay más preguntas. ¿Se puede ser un paraíso fiscal, no cooperar y, sin embargo, estar fuera de la lista negra de paraísos fiscales que no cooperan? Sí, basta con haberse comprometido a adoptar en el futuro esos principios. La fecha prevista es enero de 2006. La facilidad con que se sale de la lista negra de la OCDE es tan pasmosa que alimenta las sospechas de que algunos de los compromisos de transparencia no se hayan formulado de buena fe. La OCDE lo niega.
Según Jeffrey Owens, jefe del Centro de Política Fiscal de la OCDE, a través de las medidas para el intercambio de información, 'las autoridades fiscales de los países miembros de la OCDE podrán solicitar a los centros financieros offshore paraísos fiscales información, incluida la bancaria, que sea relevante en relación con cualquier investigación fiscal concreta en marcha'. No bastará la cooperación en materia penal, sino que también se exigirá en el terreno fiscal civil.
De alguna manera, los paraísos fiscales pueden acabar revestidos de cierta respetabilidad. Colaborarán en la medida de sus posibilidades en la lucha contra el terrorismo, el lavado de dinero del narcotráfico y hasta cooperarán en algunos casos sonados de fraude fiscal a gran escala. Pero la colaboración se circunscribirá a investigaciones en marcha, que procederán de sospechas anteriores más o menos fundadas. No se permitirán 'expediciones de pesca', en palabras del propio Owens, o indiscriminadas partidas de caza de gansos, que diría Colbert.
De ese modo, y según los críticos, la cooperación acaso pueda servir algunas veces para conseguir más pruebas sobre la culpabilidad de quien ha sido ya sorprendido en manejos turbios o criminales, pero no contribuirá a que actividades al margen de la ley queden al descubierto. Queda en pie la duda sobre la eficacia que pueda tener esa posibilidad de intercambio de información. Es difícil encontrar una aguja en un pajar, pero lo es aún más si no se sabe qué es lo que se está buscando.
La OCDE cree que la transparencia y la cooperación no supondrán la desaparición de los centros financieros creados al calor de esa ventaja competitiva. Según Owens, muchos de los paraísos fiscales han encontrado nichos de mercado financieros completamente legales y capaces de atraer negocio. Owens procura, por otro lado, minimizar el riesgo de que haya un trasvase masivo de fondos desde los paraísos más transparentes hacia los más opacos. La especial vigilancia de cualquier transacción relacionada con estos últimos puede acabar por convertirla en más peligrosa, al menos en teoría.
En España, el Plan de Control Tributario 2002 incluye entre las áreas de riesgo fiscal de actuación prioritaria el 'control de determinadas transacciones comerciales o financieras con el exterior efectuadas, preferentemente, desde o hacia países distintos de la Unión Europea y, en particular, paraísos fiscales, con el fin de eludir la tributación que correspondería al verdadero titular de las mismas'. Según este plan, 'mediante los procedimientos de control fiscal de las transferencias y pagos realizados, revisando los criterios de valoración empleados en cada caso, la comprobación de este tipo de operaciones centrará sus esfuerzos en localizar a los contribuyentes residentes que operan a través de sociedades interpuestas'. Hacienda reconoce que 'este tipo de investigación requiere, dado su alto grado de dificultad, un análisis previo y en profundidad de la información disponible, lo que impide que pueda realizarse de forma masiva'.
48 paraísos fiscales
La legislación tributaria española se rige por un real decreto de 5 de julio de 1991 en materia de identificación de las jurisdicciones consideradas como paraísos fiscales. En dicho real decreto se enumeran 48 territorios, a saber: Andorra, Antillas Neerlandesas, Aruba, Bahrein, Brunei, Chipre, Emiratos Árabes Unidos, Gibraltar, Hong Kong, Anguilla, Antigua y Barbuda, Bahamas, Barbados, Bermudas, islas Caimán, islas Cook, Dominica, Granada, Fiji, las islas de Guernsey y de Jersey (islas del Canal), Jamaica, Malta, islas Malvinas, isla de Man, islas Marianas, Mauricio, Montserrat, Naurú, islas Salomón, San Vicente y las Granadinas, Santa Lucía, Trinidad y Tobago, islas Turks y Caicos, Vanuatu, islas Vírgenes británicas, islas Vírgenes de Estados Unidos, Jordania, Líbano, Liberia, Liechtenstein, Luxemburgo, Macao, Mónaco, Omán, Panamá, San Marino, República de Seychelles y Singapur.
¿Qué nos deparará el futuro? 'Me gustaría ver a todas las jurisdicciones comprometidas en la lucha por promover la transparencia y la cooperación. Y que todos busquemos el mismo objetivo: la justicia en la imposición y la competición abierta y transparente que descanse en la calidad del servicio y no en lo estricto del secreto', señala Owens.
æpermil;sta es, sin embargo, una época en la que ya no hacen falta maletines y un mundo de cuentas cifradas, identidades falsas, sociedades interpuestas y transacciones cibernéticas. El dinero vuela en forma de anotaciones en cuenta. Quizá no a la velocidad de la luz, pero sí a la del teléfono (o a la de la conexión a Internet). Lo normal es que las personas trabajen donde residen -dejando de lado a tenistas y similares- y que no puedan eludir la fiscalidad sobre las rentas del trabajo. El consumo, de nuevo con excepciones como las virtuales, tampoco puede escapar fácilmente del control físico, con la ventaja añadida de que la imposición indirecta provoca muchos menos graznidos que la directa. Y mientras los gansos salvajes del capital vuelan libremente por el mundo en busca del paraíso, las rentas del trabajo y el consumo juegan en la fiscalidad moderna un papel parecido al de la oca. Al fin y al cabo, una oca no es otra cosa que un ganso doméstico a la que lo más probable es que acaben arrancándole el hígado.
El próximo lunes, capítulo 13: La coctelera nutritiva.