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Columna
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El principal desafío

José María Zufiaur analiza la situación por la que atraviesa el desarrollo sostenible en el mundo. El autor repasa las causas del pesimismo que rodea a la próxima Cumbre de la Tierra y sus posibilidades de éxito

La Conferencia de Naciones Unidas sobre protección del medio ambiente de 1972, en Estocolmo, puso en circulación la idea (posteriormente desarrollada por el Informe Bruntland, en 1987) de un desarrollo sostenible, entendido como aquel que responde a las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para hacer frente a las suyas.

Este concepto de desarrollo sostenible reposa sobre tres principios:

Solidaridad con las generaciones futuras y con todos los pueblos del planeta.

Precaución, es decir, el principio de privilegiar la acción preventiva sobre la paliativa.

Y el principio de participación de todos los actores de la sociedad en los procesos de toma de decisiones.

Se trataría, en suma, de revertir el sistema de desarrollo que tenemos establecido -las actuales políticas destruyen los recursos naturales y acentúan las diferencias entre los países pobres y los países ricos (así como las desigualdades dentro de cada país) convirtiendo, así, en insostenible a largo plazo esta manera de producir, de consumir y de repartir la riqueza- para hacer conciliables el crecimiento económico, la protección del medio ambiente y el progreso social.

La Primera Cumbre de la Tierra, celebrada hace ahora 10 años en la ciudad brasileña de Río de Janeiro, marcó un hito en el compromiso con un desarrollo sostenible: se aprobaron un Plan de Acción -la Agenda XXI, que en muchas ciudades y municipios se ha convertido en la Agenda Local 21- y dos convenios muy importantes -uno sobre biodiversidad y otro sobre cambios climáticos- y se consensuaron 2.500 recomendaciones.

La próxima Cumbre sobre Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, a celebrar en Johanesburgo (Suráfrica) entre los días 26 de agosto y 4 de septiembre próximos, se presenta, en cambio, con bajas expectativas y hasta con la amenaza de representar un retroceso respecto a los compromisos acordados ahora hace una década en la cumbre brasileña.

¿A qué se debe este pesimismo, expresado por múltiples organizaciones sociales, ante esta próxima II Cumbre de la Tierra?

De entrada, a que en ninguno de los dos grandes objetivos marcados hace una década años -mejorar la protección del medio ambiente y reducir sustancialmente la pobreza- apenas se ha avanzado.

El secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, ha reconocido que 'la realización de los objetivos (marcados en la Cumbre de Río) ha progresado más lentamente de lo que estaba previsto y, en ciertos casos, la situación incluso ha empeorado'.

Las emisiones de gas carbónico, principal causante del efecto invernadero, han aumentado un 9%; más de 1.000 millones de personas no tienen acceso a agua potable; 17 millones de hectáreas de bosque desaparecen cada año y 11.000 especies de animales están en peligro inmediato de extinción.

El deterioro del medio ambiente no ha servido, sin embargo, para mejorar mucho la situación de la gente. 1.200 millones de personas (hace diez años eran 1.300 millones) siguen teniendo que vivir con menos de un dólar al día; en los países pobres, hasta el 20% de los niños no alcanzan la edad de cinco años; la esperanza de vida apenas si ha mejorado e, incluso, ha retrocedido en África, desde los 50 a los 47 años.

Además, el pesimismo se sustenta en la falta de consenso con que terminó la reunión preparatoria de la cumbre, celebrada en Bali hace dos meses.

Tanto en los países industrializados como en los menos desarrollados se ha producido un retroceso respecto a los consensos anteriormente consolidados.

En cuanto a los primeros, no han estado a la altura de sus compromisos; Estados Unidos, incluso, se ha echado para atrás con el Protocolo de Kioto sobre emisiones contaminantes.

Respecto a los segundos, los países menos desarrollados exigen la apertura de los mercados de los países ricos, sin querer, al mismo tiempo, comprometerse en el respeto de los derechos humanos en el trabajo; también en este caso han rebajado el listón medioambiental, especialmente en lo que respecta al principio de precaución.

¿Qué posibilidades hay de que, en este contexto, salgan adelante en Johanesburgo las cinco prioridades adelantadas por el secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan?

Estas prioridades son:

El agua: sin una actuación urgente en este campo, en 2025 dos tercios de la población mundial sufrirán penurias graves de agua.

La energía eléctrica: 2.000 millones de personas carecen de ella.

La productividad agrícola: dos terceras partes de las tierras cultivables sufrirán los efectos de la degradación del suelo.

La biodiversidad: cerca de un 75% de las reservas marinas de pescado están agotadas.

La salud: la degradación del medio ambiente, la pobreza, la carencia de infraestructuras básicas son los responsables, cada año, de decenas de millones de muertes.

El que los negativos augurios que en estos momentos pesan sobre la magna concentración que en los próximos días se va a celebrar en la capital surafricana -180 países representados, la mayor presencia de jefes de Estado y de Gobierno jamás reunida, 60.000 asistentes- se cumplan o no dependerá, fundamentalmente, de tres cosas:

De que la Unión Europea asuma un decidido liderazgo en favor de la profundización de los objetivos de Río.

De que se acuerde un conjunto significativo de compromisos concretos, cifrados y datados.

De que la conciencia social en pro de una globalización diferente, impulsada por múltiples foros por la sostenibilidad en el mundo, se manifieste con fuerza.

Cuando lo que está en juego es el futuro del planeta es imposible aceptar a priori que la próxima Cumbre de la Tierra se pueda sellar con un fracaso.

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