El verano es para trabajar
La mayoría de los trabajadores han abandonado mesas, ordenadores personales, corbata o mono de trabajo y se han sumergido en la aventura de robar sitio en cualquier terraza, pagar sobreprecios, retar al sol medio desnudos, negociar horas de sueño colgados de la barra de un bar bananero o, quizás, intentar descubrir rutas imposibles en cualquier ciudad europea.
Para otros, jóvenes en su mayoría, empieza la aventura de ponerse a prueba en este extraño paradigma que los más adultos denominan trabajo, al que todos critican pero que proporciona la llave material del irresistible poder económico.
La primera motivación que llevará a cientos de miles de jóvenes a apuntarse a las denominados trabajos de verano es, sin duda, el dinero. Después viene la posibilidad de experiencia, aprendizaje o la batalla perdida contra el tedio. Y así, muchos negocios de temporada como los dedicados al turismo y la hostelería, los bares nocturnos, parte del comercio, la atención a niños y ancianos, oficinas de cambio, distribución etcétera, ya sea como sustitución o complemento, necesitan mano de obra. El verano es, por encima de todo, un gran negocio, y en este país, el mejor, sin duda. La contratación temporal es superior al 43 % en esta época.
Estas limitadas experiencias laborales de dos meses ayudan también a llenar el currículo de muchos (ingenuos) estudiantes e incluso algunos tienen la certeza de que va a serles muy útil cuando acaben su formación y llamen a la puerta del primer trabajo serio. No es por decepcionarles pero, excepto que este esporádico trabajo estival se relacione con la futura profesión, nunca constituye mayor mérito que la buena actitud que se le supone al que sacrifica parte de su ocio.
Aunque también puede ser una oportunidad única para conocer el mundo laboral, entender el funcionamiento de una actividad, aprender que en el juego de los negocios sólo gana el que es capaz de sacar del bolsillo el dinero del cliente para llevarlo al propio y podrá averiguar cómo la gente es capaz de sonreír si se la trata con afecto, que detrás de un mostrador, barra o escaparate pueden mostrarse los valores, ya que servir a los demás es una buena forma de servirse a uno mismo.