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Futuro
Columna
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'Un gran poder exige gran responsabilidad'

Los escándalos contables han puesto en entredicho el buen gobierno empresarial. Santiago Satrústegui opina que el empresario no sólo debe defender el interés de los accionistas, sino el de toda la sociedad

Empezamos a vivir una época moralizante en la que cualquier duende verde que abusa de su fuerza es castigado por la sociedad o, si esto no fuera posible, por algún superhéroe con la lección muy bien aprendida de que un gran poder implica una gran responsabilidad. En el plano económico el buen gobierno de las empresas está cada vez más en entredicho a medida que proliferan casos de desgobierno y de actuaciones en beneficio propio de los equipos directivos.

Pero más allá de los casos puramente delictivos en los que se ha demostrado que alguien ha metido la mano en el cajón, que poco a poco se irán purgando, el directivo de buena fe se ve inmerso en otro debate más complejo y metafísico en relación con los intereses que tiene que defender en estos momentos.

La teoría, bastante olvidada, del stake holder frente a la del share holder ampliaba el nivel de implicaciones que cualquier empresa debería tener en cuenta antes de tomar una decisión. Aunque parece obvio que el interés principal que hay que defender es el de los accionistas, que para eso son los dueños de la empresa, ésta debería atender también a los intereses de los empleados, los clientes y de la sociedad, ya que todos hacen una apuesta por el proyecto.

Incluso dentro del grupo de los accionistas no todos los intereses son iguales, y en una empresa cotizada el concepto de propiedad es despreciado por el accionista especulativo o por el meramente financiero, y esto permite que la posesión la ejerzan grupos que controlan las compañías con pocas acciones.

En otros casos la atomización del capital deja el poder de la organización en una élite de ejecutivos que pasan a formar, a su vez, un grupo distinto de intereses poco identificado con el resto de empleados. Las stock options (opciones sobre acciones) que pretendieron ser el nexo de unión de estos grupos y el accionariado han demostrado su influencia perversa en las decisiones estratégicas de las compañías.

Un endurecimiento de la legislación sobre el gobierno corporativo puede tener algún efecto cosmético a corto plazo, pero no resolverá un problema que es puramente estructural salvo que se afronte el problema en su raíz.

Es necesario cambiar los modelos de negocio y que la tan cacareada orientación al cliente y consecuentemente la orientación al empleado pasen de un dicho a convertirse en el verdadero mantra de las organizaciones. æpermil;sta será la mejor forma de retribuir a la propiedad, pero sólo si ésta está dispuesta a esperar el tiempo suficiente.

Incluso apostando por el cliente, las entidades financieras tendrán que decidir adicionalmente si su orientación es al cliente institucional emisor de papel o al cliente inversor. Hacer de árbitro de los dos intereses colocó a los bancos de inversión en una situación privilegiada que no supieron administrar correctamente al perder su imparcialidad.

La moralina de los cómics americanos cobra en estos días especial actualidad y muchos directivos que tienen que tomar importantes decisiones con muchos intereses en conflicto (el suyo incluido) harían bien en no olvidar la frase con la que el tío Ben cambió la vida de Peter Parker.

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