Huida hacia adelante
Marruecos acaba de sufrir un revés importante en Naciones Unidas para sus aspiraciones sobre el Sahara Occidental. A pesar del padrinazgo de EE UU y Francia, el Consejo de Seguridad ni siquiera llegó a discutir, por falta del quórum (dos tercios de los 15 miembros del alto organismo), una propuesta de resolución estadounidense que, de ser aprobada, hubiera consagrado la anexión de derecho de la antigua colonia española al Reino marroquí a cambio de una retórica autonomía para la región. Fue un triunfo para las diplomacias española, rusa y argelina, que mantenían la tesis de que una solución sin el apoyo de las dos partes, Marruecos y el Frente Polisario, estaba condenada al fracaso. Ante esta situación, el Consejo de Seguridad hizo lo que tenía que hacer: demorar otros seis meses la solución del problema y pedirle al representante para el Sahara, el ex secretario de Estado de EE UU James Baker, que volviera a intentar un acuerdo entre las partes.
Las referencias a 'la ocupación de Ceuta y Melilla' contenidas en el discurso pronunciado el martes por Mohamed VI hay que enmarcarlas dentro del contexto de ese revés diplomático sobre el Sáhara, inesperado para el monarca marroquí, dado el apoyo de EE UU y Francia. Reflejan, de un lado, la frustración marroquí por la decisión de la ONU y pretenden, de otro, buscar un enemigo exterior hacia el que la población desvíe su irritación creciente ante las pésimas condiciones interiores. La reivindicación sobre Ceuta y Melilla no es nueva. La expresa todos los años Marruecos en su intervención anual ante la Asamblea General de la ONU, como lo hace España con Gibraltar. Lo que sí es nuevo es que lo haga Mohamed VI, que no la había mencionado en sus tres años anteriores de reinado, y que la haga como parte de una serie de actos inamistosos hacia España, que culminan con la ocupación del islote de Perejil.
Hassan II reconoció que la Marcha Verde sobre el Sáhara había constituido 'un chantaje' aprovechándose de la agonía del general Franco. Su hijo parece que está dispuesto a emular el chantaje paterno. Conviene recordar que, cuando Marruecos accedió a la independencia en 1956, Rabat ni siquiera inscribió a Ceuta y Melilla en la lista de territorios pendientes de descolonización por Naciones Unidas. Porque mal se podía descolonizar lo que no estaba colonizado, dos ciudades pertenecientes a la Corona de España desde los siglos XV (Melilla) y XVI (Ceuta) cuando Marruecos ni siquiera era Estado. Conviene no olvidar que la situación geográfica no constituye un argumento reconocido en el derecho internacional para aplicar la soberanía. Si por geografía fuera, Estambul debería pertenecer a Grecia porque la mayoría de Turquía está en Asia: las islas del Canal (Jersey y Guernsey) deberían ser francesas y no inglesas porque están a tiro de piedra de Normandía; Alaska debería pasar a Canadá y así sucesivamente.
Desde 1975, España ha jugado limpio en el tema del Sáhara, algo que no se puede decir de Marruecos, que ha tratado de aplicar al territorio una política de hechos consumados, como quiso hacer en Perejil. Este Gobierno, y los anteriores, se han comprometido a aceptar cualquier solución que patrocine la ONU. La estabilidad en una zona tan sensible como el Mediterráneo occidental no mejorará con presiones inaceptables sobre Ceuta y Melilla. Algo que deberían también reconocer nuestros teóricos aliados estadounidenses y franceses.