Histeria colectiva
La crisis de confianza en las cuentas de las compañías ha desarrollado un movimiento gregario que lastra las Bolsas. Antonio Morales cree que pagan justos por pecadores y pronostica una vuelta a la normalidad
Ya hace dos siglos, coincidiendo con la crisis del ferrocarril, Charles Mackay escribió lo siguiente: 'Los hombres tienden a aborregarse, parecen enloquecer de golpe y a la vez; sin embargo, sólo lentamente y de uno en uno recuperan la sensatez'. Secularmente, la naturaleza humana ha sucumbido y ha enloquecido en masa, y esto ha sido una nota constante en el mundo de la inversión, desde la época de los tulipanes en el siglo XVII, hasta la crisis de la tecnología en los siglos XX y XXI.
Muchos quieren comparar la situación actual con las crisis de los años treinta y con la más reciente de la economía japonesa, pero las situaciones son bien distintas, las actuaciones de las autoridades monetarias han sido bien distintas; por lo tanto, desde nuestro punto de vista, esto no debería preocuparnos.
Actualmente vivimos dominados por el miedo, y condenamos la avaricia. Los inversores siempre han mostrado pautas de comportamiento, entiéndaseme bien, maniaco-depresivas. Ahora parece que todos los directivos son unos avariciosos, que los intermediarios y analistas tienen en la codicia su principal 'hecho diferencial', que todos los beneficios están inflados y que en el ambiente empresarial se respira un cierto tufillo más bien desagradable.
Que se han producido importantes abusos es un hecho contrastable, y que saldrán más escándalos contables a la palestra durante las próximas semanas, para animarnos el verano, un hecho consumado.
Sin embargo podemos, y debemos, hacer una sencilla reflexión: hasta la fecha, apenas una docena de compañías han sido acusadas de haber practicado 'contabilidad creativa', y uno de los índices más representativos de la Bolsa americana agrupa a 500 compañías cotizadas, ¿qué pasa con las otras 488?
Por centrarnos en el mercado de valores estadounidense, origen de estos desvaríos, vemos que la inmensa mayoría del sector empresarial de este país no ha tenido ni arte ni parte en los excesos; sin embargo, muchos de ellos pagan las consecuencias. Es decir, terminan pagando justos por pecadores.
Hasta hace poco tiempo, los inversores de todo el mundo pensaban que los mercados de valores de las economías más desarrolladas eran los más justos y transparentes. Ahora esos mismos pronostican el fin de la economía y de las Bolsas. ¿Tiene esto sentido? Desde luego que no.
Se castigará a los culpables, se acordarán y pondrán en marcha reformas, se endurecerá el castigo para los que cometan este tipo de delitos, y las aguas volverán a su cauce, probablemente además de las nuevas regulaciones, los inversores institucionales deberán implicarse más en el gobierno de las empresas.
Quizá tardemos tiempo en alcanzar nuevos máximos, quizá tardemos tiempo en purgar los excesos cometidos en el pasado; la historia nos demuestra que, cuando estalla una burbuja, las secuelas pueden ser dolorosas y duraderas, pero nunca ha habido ni habrá un vehículo de inversión que supere a las acciones.
Un obligacionista o un acreedor difícilmente se harán ricos, antes lo harán propietarios, accionistas. La renta fija puede conservar la riqueza, pero no crearla.