Evitar convertirse en un mercenario
No hemos podido igualar la cantidad que le ofrecían y se ha ido'. Esta frase, que sirve de epitafio a la relación que el profesional mantenía con la empresa, invita a la reflexión. La primera cuestión que cabe plantearse es: ¿por qué ese profesional ha sido receptivo a la oferta de otra organización? Una respuesta verosímil es que el individuo se sentía mal retribuido. La empresa ha fallado en ese principio denominado equidad externa. De ser así, el lastre que la empresa arrastra para retener a sus profesionales resulta obvio, soplen vientos de crisis o no. Pero a mi entender ésta no es, ni de lejos, la causa más común de tal deserción.
Clayton Alderfer, un estudioso de la motivación en el trabajo, avanzó la hipótesis de que el ser humano tiende a compensar la falta de satisfacción en un determinado ámbito buscando incrementar su gratificación en otro(s). Cuando el trabajo no proporciona al individuo un cometido significativo, es probable que éste centre sus aspiraciones en un salario al que va a pedir mucho: no tan sólo que remunere lo que él aporta a la empresa, sino también, y básicamente, lo que la empresa deja de aportarle a él. Tenemos ahí un punto de partida plausible de esa carrera en pos del mejor postor que el profesional va a emprender.
El hecho de que el colectivo de profesionales sea propenso a seguir esta trayectoria no resulta fortuito. Los expertos en management han señalado reiteradamente un foco de tensión en la integración del profesional en la empresa: éste rige su actuación por una lógica universalista, basada en criterios de excelencia profesional, mientras que la empresa le pide actuar de acuerdo con una lógica particularista, que privilegia los aspectos de eficiencia y efectividad. El choque entre ambas lógicas parece inevitable. No obstante, la decisión de la empresa de incorporar a ese profesional, si ha sido atinada, responde a una necesidad perentoria: sacar el máximo provecho de lo que ese individuo, gracias a su bagaje profesional, puede aportar. Pedirle que renuncie a sus estándares, en aras de su integración, equivale a matar la gallina de los huevos de oro. Amén de ser la fórmula perfecta para convertir a ese profesional en un mercenario: alguien que brinda sus servicios no a una causa, sino a quien paga más y mejor.
Ganar-ganar
Obviamente la empresa no puede supeditar sus metas a los intereses de los profesionales que integran su plantilla. ¿Cuál es, pues, la solución viable? Como apunta Samuel Husenman, ésta pasa necesariamente por una buena planificación del talento: la incorporación del profesional ha de ser precedida por un análisis riguroso de las necesidades que el proyecto empresarial plantea, contándose con la certeza de que éste requiere su aportación y tiene la holgura necesaria para acomodarla. A partir de ahí, el camino a transitar lleva ineludiblemente al diálogo y la negociación. Una negociación basada en un enfoque ganar-ganar, que busque el beneficio mutuo y evite doblegar los intereses de uno en aras del otro. Sólo así es posible construir una relación significativa y productiva para ambas partes. Sólo así, en definitiva, se puede evitar una relación mercenaria, sean tiempos de crisis o no.