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Columna
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Al final la verdad (siempre) prevalece

Anselmo Calleja analiza el comportamiento expansivo de las empresas en el exterior. El autor destaca los graves errores estratégicos y la responsabilidad que los gestores empresariales han tenido en ellos

Parece que es el momento justo para recordar este dicho de carácter casi axiomático, pues se está cumpliendo a la vista de todos en importantes aspectos de la economía bastante diferentes entre sí, pero sin duda relacionados. Se ve, en efecto, cómo a medida que pasan los días los mercados revisan a la baja el billete verde, buscando un valor más en consonancia con los crecientes y graves desequilibrios de la economía estadounidense, pero también como consecuencia de la creciente desconfianza en el mundo empresarial al salir a la luz la incompetencia y corrupción de los gestores de algunas empresas. Si hubiera que buscar un catalizador, habría que buscarlo en la necesidad de expansión que han empezado a sentir muchas empresas a ambos lados del Atlántico para poder competir y aprovecharse de las posibilidades que ofrece la globalización de la economía.

El crecimiento interno es en la mayoría de los casos la mejor vía para conquistar y consolidar el liderazgo e incluso para tutelar el equilibrio económico y financiero. Además, y no es lo menos importante, no crea discontinuidad de cultura empresarial y refuerza el espíritu de equipo.

Hay circunstancias, sin embargo, en que es preciso recurrir a alianzas, adquisiciones y fusiones a pesar de los problemas. Por ejemplo, cuando se quiere adquirir nuevas tecnologías, alcanzar un tamaño crítico que permita competir a nivel mundial o para diversificar su actividad y entrar en nuevos sectores con potencial de crecimiento.

El caso más clamoroso de error de gestión es el que ha llevado al comportamiento gregario de las empresas europeas de telecomunicación

Esta necesidad de expansión empresarial ha llevado a un frenesí de fusiones y adquisiciones en el ámbito internacional al socaire de la fuerte y prolongada expansión de la economía americana en la última parte de los noventa. Tanto es así que importantes empresas españolas se decidieron a realizar inversiones directas muy cuantiosas en Argentina para hacer absorciones en diversos sectores.

Si es cierto, como parece, que las adquisiciones, alianzas y fusiones son un mal necesario si una empresa quiera alcanzar una mayor dimensión, no lo es menos que conviene conocer a priori las dificultades y problemas a que dan lugar y los procedimientos para atenuarlos o evitarlos. Y esto es aún más necesario cuando se trata de operaciones más allá de las fronteras. Entonces la prudencia aconsejaría conocer la situación política, social y económica del país en que se va a operar, y, sobre todo, dada la naturaleza de las inversiones que se van a realizar, su probable evolución. No parece que estas elementales reglas de sentido común se hayan tenido en cuenta, a juzgar por sus pésimos resultados en las inversiones en ese país para efectuar absorciones por parte de sociedades españolas en actividades tan diversas como las líneas aéreas, la industria del petróleo, la banca y las telecos.

Siempre es posible que una empresa cometa un error grave de estrategia aunque sus gestores hayan actuado con la mayor transparencia, profesionalidad y buen sentido. Pero da que pensar que cinco grandes empresas españolas acudan de forma gregaria con cuantiosas inversiones a Argentina atraídas por el señuelo del potencial de crecimiento que se podía esperar tras la fijación unívoca del tipo de cambio del peso frente al dólar y del periodo de crecimiento con estabilidad que le acompañó. Es inconcebible que los gestores de esas empresas no se hayan percatado de la inherente inestabilidad política y social de ese país, que vive en una situación de crisis endémica y latente, oculta por ciertos periodos de estabilidad. Por eso la relación artificial establecida entre las dos divisas ha sido a la larga inviable, con las nefastas consecuencias para la economía argentina y que se han reflejado en los pésimos resultados de esas empresas en ese país.

El tiempo ha puesto al descubierto dos cosas importantes. Que estos graves errores simultáneos sólo se pueden explicar por la incompetencia e irresponsabilidad de los componentes de los órganos gestores de las empresas. Y lo que es quizás más importante, el deficiente sistema de selección y nombramiento.

Curiosamente las únicas víctimas de estos descalabros han sido la gran mayoría de los propietarios de las empresas y a la larga lo serán también sus trabajadores. Por el contrario, los verdaderos responsables han salido de rositas, lo que podría explicar su conducta.

Pero el caso más clamoroso de error de gestión es el que ha llevado al comportamiento gregario de las empresas europeas de telecomunicación, en relación con los teléfonos móviles de última generación y ha creado la delicado situación en la que muchas de ellas se encuentran. Se podría aceptar un error compartido en la sobrestimación de la demanda de estos productos, que las ha incitado a una sobreinversión, al pago de sumas exorbitantes por las concesiones administrativas y, como consecuencia, a un excesivo endeudamiento. Pero que sus técnicos hayan sido incapaces de ver los problemas que podrían impedir su explotación es el colmo de la incompetencia. Este nefasto comportamiento de estas empresas ha puesto en evidencia su pecado original: haber nacido como empresas públicas. Es cierto que la gran mayoría se ha privatizado, pero el poder político mantiene una influencia en la toma de decisiones, como es obvio en el caso de Telefónica. Por eso persisten los hábitos de que el partido político de turno nombra parte de los cuadros dirigentes y, sobre todo, los gestores, más bien como recompensa de servicios prestados o a prestar, que por su competencia y experiencia profesional.

Las consecuencias de esta forma de proceder no se dejaban ver en la actividad corriente de estas empresas, que además actuaban en régimen de monopolio. Pero mientras esto no cambie seguirán cometiendo errores parecidos cada vez que estas empresas se enfrenten con una decisión trascendental.

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