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Columna
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La otra cara del paraíso

Desde premios Nobel de Economía de la escuela de Chicago hasta líderes políticos de las más variadas tendencias, pasando por instituciones internacionales y nacionales especializadas en contrabando ideológico nos han martilleado con el discurso de la obsolescencia del modelo social europeo en comparación con las excelencias del norteamericano. Los escándalos de todo tipo que han estallado en EE UU -graves restricciones a las libertades individuales tras los atentados del 11 de septiembre, repugnantes, y además numerosos casos de pedofilia protagonizados por ministros de la Iglesia católica, megafraudes financieros en empresas emblemáticas, colusión de intereses entre los máximos representantes del poder político con sectores económicos estratégicos- ponen en cuestión y en evidencia tan apologéticas aseveraciones.

Eran ya bastante conocidas algunas facetas poco envidiables del supuesto paraíso social americano. Por ejemplo, un mercado de trabajo en el que la tasa de paro es baja (aunque no tan baja como en algunos países europeos: Dinamarca, Holanda, Luxemburgo, Portugal, Austria, Irlanda, Noruega, Suiza... tienen porcentajes de desempleo inferiores), pero donde más de 20 millones de trabajadores son pobres (lo que ganan trabajando está por debajo del umbral de pobreza).

EE UU es, por otra parte, el país industrializado que menos convenios básicos de la Organización Internacional del Trabajo tiene ratificados; y donde el 2% de la población masculina adulta está en la cárcel: lo que en Europa nos gastamos en prestaciones por desempleo allí se gastan en seguridad, con resultados bastante más negativos para la cohesión social.

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En asistencia sanitaria, a pesar de que los norteamericanos gastan, en este capítulo, cinco puntos más de PIB que nosotros (14 puntos frente a nueve, de media, en Europa), 39 millones de personas carecen de ella.

Las políticas estadounidenses de reducción de impuestos no parecen, igualmente, el mejor camino hacia la cohesión social: de acuerdo con los datos aportados por la ONG Citizens for Tax Justice, el 1% de los americanos más ricos se beneficiará, en los próximos 10 años, de una rebaja de impuestos por una suma de 477.000 millones de dólares; en 2010, el 52% del total de las rebajas programadas irá a parar a ésta élite privilegiada compuesta por 1,4 millones de contribuyentes; y, refiriéndonos ahora únicamente al impuesto sobre la renta, el 40% de las rebajas programadas irá destinadas a las rentas más altas, frente a tan sólo el 1,6% que se repartirán entre el 20% de las rentas más bajas. En otra de las cuestiones que suscita mayor sensibilidad social, la protección del medio ambiente, tampoco EE UU tiene mucho que enseñar: tras su rechazo, en marzo del año pasado, al Protocolo de Kioto se ha convertido en el contra-ejemplo mundial.

Las manipulaciones contables y financieras de los directivos de grandes empresas como Bristol-Myers, Enron, Andersen, Worldcom, Xerox, Tyco, Adelphia, Qwest, Global Crossing, Merrill Lynch, etc. desmienten la versión -tan interesadamente expandida por el dogmatismo neoliberal- de un sector privado honesto y eficaz, frente a un sector público corrupto e ineficiente.

Estos dirigentes se han dedicado a engañar sistemáticamente a sus asalariados y accionistas para enriquecerse. Manipulando los resultados de las empresas que dirigían conseguían aumentar el valor de éstas en Bolsa y, particularmente, vender sus stock options con considerables plusvalías. Según datos recogidos en el suplemento de Economía del diario Le Monde de la semana pasada, las rentas provenientes de stock options representaban, como media en 1990, aproximadamente el 80% de las remuneraciones de los jefes de empresa; en 1981, a su vez, los 10 presidentes de empresas mejor pagados ganaban entre 2,3 y 5,7 millones de dólares, mientras que el año pasado esa horquilla se situaba entre los 64 y los 706 millones de dólares. 'Sabíamos que todo esto era un casino, pero pensábamos que, al menos, era honesto', declaraba recientemente, entre crítico y corporativo, un alto ejecutivo de un gran banco americano.

El resultado de todo ello está siendo la pérdida de centenares de miles de empleos -no sólo cuando se han descubierto estas manipulaciones contables; también antes, mediante la práctica de los despidos bursátiles, que se han convertido en una forma de gestión habitual, en la variable de ajuste para hacer subir las cotizaciones- y la ruina de muchos trabajadores que habían invertido en las acciones o en los sistemas de ahorro de sus empresas.

Da la impresión de que, desembarazado de toda oposición, el capitalismo liberal no respeta ya ni sus propias reglas y se aboca hacia actuaciones que no están muy alejadas de las prácticas mafiosas que han denunciado algunas magistrales películas norteamericanas.

En 1991, Michel Albert publicó el libro Capitalismo contra Capitalismo, en el que contraponía un modelo 'neoamericano', basado en el éxito individual, el beneficio a corto plazo y la visualización del mismo a través de la Bolsa, al modelo 'renano' o europeo que ha venido sustentándose en el éxito colectivo, el consenso social y el desarrollo sostenible. 10 años después, la superioridad, al menos social, del modelo anglosajón respecto al europeo no se ve por ninguna parte. Tendríamos que preguntar a muchos de nuestros políticos, nacionales y europeos, por qué, pese a ello, tienen tanto interés en copiarlo.

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