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Tribuna
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Un impuesto Tobin europeo

Juan Manuel Eguiagaray analiza las posibilidades de aplicar un tributo sobre las transacciones en el mercado de divisas. El autor destaca la propuesta del profesor Spahn, que viene a enriquecer el debate

En medio del rechazo de los potencialmente afectados, y del escepticismo tanto de los enterados como de los que pretenden serlo, la investigación académica en torno a las posibles modalidades de un impuesto tipo Tobin sobre las transacciones en el mercado de divisas ha continuado en los años recientes. Como era de esperar, las conclusiones siguen tan abiertas como el debate, a pesar del impulso propagandístico que la idea inicial del profesor Tobin ha recibido de muchas de las organizaciones que pugnan por una globalización alternativa a la existente.

Poco antes de fallecer, su propio inspirador expresaba su escepticismo al reconocer: 'Me temo que no hay ninguna oportunidad. La gente decisiva en la escena financiera internacional está contra el impuesto. Los ministros de Finanzas más importantes del mundo están contra el impuesto, incluido el de los Estados Unidos, ya sea el ministro de Bill Clinton, ya sea el de George Bush'.

A pesar de ello, diversas construcciones académicas han ido acotando los términos en los que la idea original de Tobin -en realidad, de Keynes- podría ser aplicada a los mercados de divisas en las condiciones reales de su funcionamiento actual.

El impuesto a las transacciones en divisas tiene, por el momento, muy pocas posibilidades de ser adoptado, pero ni es inútil ni resulta imposible

Las mayores objeciones han venido por el lado de su efectiva contribución al objetivo pretendido: la estabilización de los mercados de cambios. O bien el tipo del impuesto debería ser demasiado alto -con los efectos perversos que de ello se derivan sobre la asignación de recursos especialmente sobre los movimientos de capital a largo plazo- o bien, si el tipo fuera muy bajo -para evitar determinados efectos negativos sobre la eficiencia del sistema-, la estabilización no se conseguiría.

Además -se añadía- un impuesto como el propuesto por Tobin (en torno a los 10 puntos básicos) sería completamente incapaz de prevenir las grandes crisis monetarias que hemos conocido en los años noventa -en Latinoamérica, en Asia o en otros lugares-, de las que se han hecho eco los detractores de la globalización. Por fin -y no es lo menos importante-, hay serias dificultades políticas para lograr un acuerdo internacional de aplicación y no menores para establecer el sistema de reparto de los importantes recursos así allegados.

En este marco, las mejores propuestas, hasta las dotadas de mayor respetabilidad académica y empírica, suelen ser recibidas con un rechazo apriorístico o, en el mejor de los casos, con una sonrisa compasiva.

La más reciente -quizás la más novedosa, también- es la debida al profesor Paul Bernard Spahn (On the feasibility of a tax on foreign exchange transactions, de próxima publicación), preparada por encargo del Ministerio Federal de Cooperación y Desarrollo alemán y recientemente presentada en un curso de la Universidad Menéndez y Pelayo celebrado en Barcelona.

Aunque inspirada en Tobin, estamos ante una propuesta radicalmente distinta en su formulación y en sus efectos. Por un lado, no se trata de un impuesto mundial sino de uno que se pretende viable por decisión política unilateral de la Unión Europea. Por otro, no se trata de un único impuesto sino de dos impuestos con distinta finalidad e instrumentación y para divisas diferentes.

El primero, apellidado 'impuesto Tobin políticamente realizable', es efectivamente un impuesto sobre las transacciones bilaterales en divisas, que Spahn propone aplicar a todas las que comprometan al euro y en la cuantía relativa a la participación de esta moneda.

El segundo es un impuesto sobre la especulación desatada contra una divisa, dirigido a cortar de raíz tal movimiento, estimado por la separación de la cotización de la divisa respecto de una banda o corredor previamente definido. El primer impuesto, el más próximo a la formulación de Tobin, se aplicaría por decisión unilateral en la zona horaria europea (lo que exigiría el acuerdo, también de Suiza), mediante un tipo muy bajo, del orden de un punto básico (unas diez veces menor que el postulado por Tobin), y tendría una finalidad recaudatoria, cuyo producto se afectaría a un fondo europeo destinado a la cooperación al desarrollo.

El segundo apenas serviría para garantizar recursos, pues su efectividad para detener en seco la especulación contra una moneda impediría sensibles efectos recaudatorios. Obviamente, este impuesto sería más propio de los países en vías de desarrollo, o de aquellos otros que quieren unir su suerte a una zona monetaria como la del euro, que de los países desarrollados.

Resulta imposible hacer justicia a la propuesta de Spahn en el espacio disponible y mucho menos a sus fundamentos. Pero sí cabe resaltar varias cosas. La primordial es que los temores derivados de un aumento de la volatilidad a corto plazo en los mercados, al ampliar los spread de las cotizaciones, aparecen razonablemente tomados en consideración. En mercados como el de divisas, en que la tasas de rentabilidad de las operaciones pueden oscilar en torno a uno o dos puntos básicos, el gravamen del impuesto sería equivalente a un 50%, lo que implicaría una menor presión para su traslado a ahorradores y consumidores, un menor efecto sobre la reducción del tamaño del mercado objeto de gravamen e insignificantes incentivos para la evasión o la ingeniería fiscal.

Naturalmente, la reducción de los riesgos se produce a costa de una menor recaudación estimada. Aun así, con las simulaciones de Spahn, al bajísimo tipo propuesto, los países de la Unión Europea podrían obtener de una aplicación unilateral de este impuesto una cifra anual para la cooperación al desarrollo equivalente, grosso modo, al 3% del producto interior bruto (PIB) español. Algo muy alejado de las cuentas del Gran Capitán que se han hecho en ocasiones, pero con la ventaja de la prudencia en la introducción efectiva del impuesto.

Por si fuera poco, ninguna nueva organización política internacional ni adicionales instrumentos técnicos resultan imprescindibles. Para su recaudación bastarían los sofisticados medios de pago y liquidación con que ya cuenta el actual mercado de divisas.

El impuesto Tobin tiene por el momento muy pocas posibilidades de ser adoptado. Lo que no equivale a tacharlo de imposible o de inútil. La nueva propuesta realizada por el Profesor Spahn es una excelente contribución al debate tanto en el apartado académico como en el político.

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