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La atalaya
Tribuna
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Arafat, contra las cuerdas

Ll pasado fin de semana, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yasir Arafat, se lamentaba, en declaraciones al diario israelí Haaretz, por no haber aceptado discutir en profundidad las propuestas que le fueron presentadas por Ehud Barak en Camp David y en Taba, con el apoyo total del presidente Bill Clinton. A la vista de lo ocurrido desde entonces -segunda Intifada, matanzas por doquier, terrorismo indiscriminado y reocupación de las ciudades palestinas de la Cisjordania por el Ejército de Israel-, se comprenden las lamentaciones del rais. Una vez más, Arafat se equivocó en su estrategia. Creyó que tensar la cuerda le reportaría dividendos y la cuerda está a punto de romperse, como lo demuestra la exigencia de la Casa Blanca, expresada por George Bush el lunes, al ligar la creación de un Estado palestino a la renovación de su liderazgo.

Edward Said, uno de los intelectuales más influyentes de la diáspora palestina desde su cátedra de la Universidad de Columbia, lo recordaba la pasada semana en El País. Arafat, decía Said después de arremeter contra Israel y EE UU, se equivocó en 1970, en 1982 y se ha vuelto a equivocar ahora. ¿Qué pasó en esas fechas? En 1970, el líder de la entonces OLP (Organización para la Liberación de Palestina) intentó un golpe de mano en Jordania en la creencia de que la población jordana, de mayoría palestina, apoyaría sus pretensiones. El resultado fue el tristemente famoso Septiembre Negro. La Legión Árabe machacó a las huestes de la OLP y el rey Hussein expulsó a Arafat y a su gente de Jordania. Refugiados en El Líbano, y aprovechando la guerra civil que sacudía el país, el líder palestino intenta en 1982 desestabilizar a Israel lanzando ataque tras ataque contra los asentamientos judíos de Galilea. El balance es conocido. Israel, con un ministro de Defensa llamado Ariel Sharon en el Gobierno, invade El Líbano, destroza a las milicias de la OLP y, ante la presión internacional, autoriza a regañadientes el exilio de Arafat y sus colaboradores a Túnez.

Dos décadas más tarde, la historia se repite. Rechazadas las propuestas de Camp David y Taba, Arafat, que se había comprometido en Oslo en 1993 a impedir la violencia contra Israel, apuesta por la segunda Intifada en la creencia que la comunidad internacional apoyaría sus posiciones maximalistas. Craso error. La Intifada se le va de las manos, controlada por el terror de Hamás, la Yihad Islámica y las Brigadas Al Aqsa de su propio partido, y su Némesis, Sharon, es elegido primer ministro. Como en 1948, negativa árabe a aceptar la partición del Protectorado británico de Palestina en dos Estados, y en 1967, los famosos tres noes de la Liga Árabe en Jartum tras la Guerra e los Seis Días, los palestinos ven de nuevo aplazada la creación de un Estado soberano.

El drama de Arafat es que aún no ha evolucionado de líder revolucionario a estadista. Al envite de Bush ha respondido con el anuncio de que piensa presentarse a la reelección prevista para enero, que seguramente ganará. Pero aunque gane, su posición no será la misma. Dejando aparte a los extremistas, hay una gran parte del pueblo palestino que empieza a dudar de la capacidad de liderazgo de Arafat, cuyas tácticas de confrontación sólo les han traído sangre, sudor y lágrimas. Es posible que, para salvar la dignidad palestina de injerencias exteriores, reelijan a Arafat. Pero más como reina madre de referencia histórica que como líder de un Ejecutivo que negocie la paz final con Israel. Al tiempo.

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