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Columna
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Gobernabilidad, gobernanza y cintura

José Manuel MoránJosé Manuel Morán es ingeniero y consejero asesor de empresas e instituciones. jmmoran@ctasa.net

La complejidad e interdependencia de los factores con que viene envuelto cada negocio, por nimio y limitado que sea, están contribuyendo a que cualquiera se pregunte por la gobernabilidad de procesos y sistemas. U otros duden de la capacidad de líderes y directivos para manejar el timón, determinar rumbos y estar prestos para sortear imprevistos. Por lo que ante tanta incertidumbre sobrevenida no es de extrañar que proliferen los intentos por definir las claves en que fundamentar los más variados tipos de gobernanza. Ya se aplique ésta a la burocracia de la UE o a cómo organizar consejos de administración para que sean algo más diligentes que lo que han sido en algunos casos de infeliz popularidad.

Tales preocupaciones por las mejoras en el arte y maneras de gobernar se están solventando por la vía de incluir palabras específicas para ir hilvanando los códigos de buen gobierno que florecen por doquier. Y que no son otras que las que hacen referencia a la transparencia imprescindible, al control obligado y a mirar más allá de lo que puedan ser las expectativas personales de los máximos ejecutivos.

Pues ante las dudas razonables sobre sus capacidades e intenciones para arrostrar los retos de unos mercados y circunstancias que no están por facilitar la gobernabilidad de empresas e iniciativas, es disculpable que se hayan acrecentado las suspicacias sobre la efectividad de la acción directiva o sobre los comportamientos de algunos que no han dudado en anteponer sus deseos a las conveniencias de las corporaciones que se les habían confiado.

Los códigos vendrían, así, a establecer principios que permitiesen evitar que los ejecutivos creyesen que podrían ejercer su labor sin limitaciones o con la aquiescencia cómplice de órganos de control donde brillase cualquier cosa menos la independencia de sus miembros.

Con ello se busca recobrar una confianza perdida y que aludía a la capacidad de los órganos de administración y dirección para la adaptabilidad permanente, la adecuada formulación estratégica, la construcción de una visión con visos de factibilidad y la contribución directiva a que los diferentes intereses que se concitan en cualquier negocio no se vean desatendidos o incluso lesionados.

A sabiendas de que si la gobernabilidad de las corporaciones y circunstancias se vuelve tan esquiva como la empleabilidad de cualquier profesional, no quedará más remedio que afanarse por tratar de embridarla desarrollando nuevas gobernanzas de manera dinámica. Ya que al igual que el aprendizaje permanente y proactivo es capaz de actualizar habilidades y aflorar nuevas competencias, se considera que también será posible mejorar la gestión de los nuevos conflictos y renovar las soluciones que afiancen la viabilidad de las empresas.

En estos nuevos climas se aprecia que en el mundo de los negocios privados los nuevos lenguajes hace tiempo que vienen propiciando ver lo interesante que es resolver contradicciones y paradojas. Aunque para ello haya habido que aprender a morderse la lengua, refrenar más de un orgullo y asimilar que no hay verdades ni líderes absolutos, que todo es negociable y que los directivos tienen que tener asumido que también ellos tienen límites que no pueden traspasar ni modificar a su antojo. Ni pueden imponer criterios sólo porque les asista la razón de la propiedad o el derecho de dirigir. Como tampoco pueden esperar que todos aplaudan sus decisiones o las elijan creyendo que tienen recetas infalibles para todo.

Por contra, en la política tales maneras distan mucho de estarse aplicando. Y como en su ámbito hay poca tradición por contrastar cuánto cuestan los apriorismos o la renuncia al consenso y al compromiso, es fácil ver cómo desde la arrogancia de un jefe de Gobierno, qué pontifica por igual alabando a la selección de Camacho que sobre la construcción de una Europa sin inmigrantes, se puede alentar una jornada de huelga.

Tales arrogancias, jaleadas por la comodidad de rodearse de gentes que sólo asienten y ensalzan, no son precisamente propias de una mejora en la gobernanza. Ni van a permitir analizar las consecuencias del conflicto con otras ópticas que las de haber ganado el partido. Sin reparar en el coste de desbaratar la imagen de una presidencia europea sólo por la tozudez y falta de prudencia y oportunidad a la hora de echarse un pulso. O del de hacer añicos una inmerecida apacibilidad social regalada por los tiempos sin que se pueda aclarar, ni siquiera a los más convencidos, de la necesidad de querer ser el más aplicado a la hora de erosionar el modelo de solidaridad europeo.

Con lo que no será fácil mejorar la gobernabilidad, ni dar ejemplos de gobernanza. Y más cuando se carece de la mínima cintura política para entender que ya no caben las adhesiones universales. Ni es aconsejable añadir mas desconfianza a la que de por sí generan los mercados.

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