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Columna
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¿Qué pasará después del 20-J?

Manuel Pimentel analiza las posibilidades que se abren tras la huelga general de mañana. El autor aboga por que Gobierno y sindicatos encuentren caminos comunes de trabajo porque con el enfrentamiento no hay ganadores

Mañana, 20 de junio, se celebrará una huelga general, la primera contra un Gobierno del PP. Se ha escrito mucho acerca de ella, con voces a su favor y otras en su contra. Por mis particulares circunstancias, no entraré a valorar ni el fondo ni el procedimiento de ninguna de las partes. Simplemente intentaré diseccionar las diversas posibilidades que se pueden abrir tras el 20-J, deseando sinceramente que las partes sean capaces de encontrar caminos comunes de trabajo. Con el enfrentamiento perderemos todos.

Como hemos comentado en otros artículos, cuando se produce una profunda ruptura del diálogo social, la convocatoria de la huelga general es tan sólo la punta del iceberg. Si la dinámica de confrontación se mantuviese, tendríamos, con casi toda seguridad, los costes que enumero a continuación.

Por una parte se correría el riesgo de que se rompiera la moderación salarial que ha inspirado los convenios colectivos durante los últimos años y que tanto beneficio ha aportado a nuestra economía. Por otra se trasladaría la tensión y la conflictividad al seno de las empresas, por lo que tendríamos que acostumbrarnos a un escenario de movilizaciones y huelgas específicas de empresa o sector, continuadas en el tiempo.

Ante un panorama de fuerte desaceleración económica, no cabe duda de que el horizonte de confrontación será un mal referente para los posibles inversores y para los mercados. Y, por último, la incertidumbre sobre el monto y la seguridad de las prestaciones de desempleo ocasionarían, al igual que ya ocurriera en 1993 con el asunto de las pensiones, una disminución del consumo, que perjudicaría seriamente la supuesta recuperación económica de la que tanto nos hablan, pero que nadie vislumbra.

Los no acuerdos también tienen un coste, y es bueno que las partes lo valoren cuando finalice el partido del 20-J. Con diversas hipótesis del posible resultado de la huelga, intentaremos dibujar un somero mapa de consecuencias y posibilidades.

Hipótesis A. La huelga fracasa porque los trabajadores no la secundan. En ese caso el Gobierno saldría refortalecido de la convocatoria, y los sindicatos sufrirían un tremendo desgaste ante la opinión pública, y, quizá, ante alguna voz disonante interna.

Los convocantes saben que un paro general es un arma de doble filo: puede herir al contrincante, pero, si se yerra el mandoble, se puede salir gravemente autolesionado. La reforma continuaría adelante, legitimada socialmente, y en el Congreso algunos grupos políticos estarían dispuestos a pactar determinados cambios, por lo que la ley no sería aprobada en la soledad actual.

Incluso en este caso, el Gobierno debería ser generoso, y no querer ganar ese partido por goleada, intentando pactar las siguientes reformas que, al parecer, afectarían a la negociación colectiva.

Hipótesis B. La huelga tiene, tan sólo, un seguimiento relativo. Los sindicatos se apresurarían a intentar venderlo como un éxito, y el Gobierno como un fracaso. Estaríamos entonces ante la clásica guerra de cifras, que a nadie convence, pero que todo lo tapa. El Gobierno se sentiría legitimado para continuar con la reforma, aunque tendría algunas dificultades adicionales para encontrar socios en la tramitación. Los sindicatos redoblarían su oposición al texto, y anunciarían nuevas movilizaciones sociales para el otoño. Si se mantuvieran las espadas levantadas, cualquier posibilidad de negociar otras reformas quedaría prácticamente cerrada. Los grandes acuerdos de moderación salarial correrían peligro de no volverse a renovar, y se trasladaría la tensión a la vida y a la negociación interna de las empresas.

Si se produjera esta hipótesis de tablas, ambas partes deberían intentar ser sumamente prudentes en sus opiniones, ya que podrían ahondar unas heridas que costaría mucho cerrar después. Si no ceden en sus posiciones, se iniciaría un doloroso proceso de desgaste mutuo.

Hipótesis C. La huelga tiene éxito y una mayoría de los trabajadores la secundan. Los sindicatos saldrían muy refortalecidos, y redoblarían su exigencia de la retirada del decreto. El Gobierno debería entonces negociar con los sindicatos, y modificar su propuesta. Aunque es rigurosamente cierto que los votos legitiman a un Gobierno, también es cierto que, si una huelga general triunfa, esa legitimidad en materia laboral y social sufre un evidente desgaste.

Bajo ningún concepto convendría que, en esas circunstancias, el Gobierno se empeñara en sacar en solitario y contra todos, una norma que nadie pareciera querer. Supondría un coste altísimo para nuestra sociedad y economía, la ley tendría eficacia muy limitada, y entraríamos en una etapa de confrontación abierta. Si el Gobierno se aviniera a negociar, modificando con profundidad la norma, los sindicatos no deberían emborracharse con el éxito de su convocatoria, y sería conveniente que redujeran sus pretensiones para lograr un acuerdo en el nuevo texto.

La pelota está en juego, y ambos equipos quieren ganar el partido. Debemos exigirles que cumplan estrictamente las reglas del juego, y que, independientemente del resultado, comprendan que este campeonato es de larga duración. Que no hagan trampas ni lesionen a sus rivales. Los espectadores, la sociedad española, podríamos sacar tarjeta roja a cualquiera de las partes.

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