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Retos de la gestión

No todo vale en los negocios

Las empresas deben preocuparse de los derechos humanos. Además de razones éticas, es una parte de la reputación y el riesgo empresarial

La relación entre el mundo empresarial y los derechos humanos como tales parece, a simple vista, una cuestión tangencial. A juicio de algunos, los derechos humanos se hallan en el saco de los derechos y deberes de los Estados y nunca en el área de lo privado. Pero ya en la época de la esclavitud en Estados Unidos algunos activistas propugnaron el boicot al azúcar producido en plantaciones esclavistas y más tarde, durante la revolución industrial en Inglaterra, se empezó a denunciar incipientemente la explotación infantil. Pero, ¿por qué se puede hablar hoy en día de una auténtica revolución que vincula inexorablemente los derechos humanos a la empresa?

Se deben resaltar, a nivel intergubernamental, dos iniciativas que sitúan sin duda alguna la cuestión de los derechos humanos y la empresa en la agenda política actual. La primera, The Global Compact, surgida de la mano del secretario general de las Naciones Unidas, y la segunda, plasmada en el reciente Libro Verde sobre responsabilidad social de la empresa de la Unión Europea. Estas dos iniciativas, de gran importancia en tanto suponen un claro reconocimiento político a la relación intrínseca del ámbito empresarial con los derechos humanos, se ven reforzadas por el hecho de que, en la práctica, son cada vez más las empresas que mencionan los derechos humanos en sus códigos de conducta corporativos como aquellos valores universales que rigen sus actuaciones.

Es más, esta integración de los derechos humanos en la empresa se ha realizado de manera extremadamente acelerada en los últimos 10 años, y es por ello que se puede hablar hoy en día de una auténtica revolución.

Este proceso, coherente con un nuevo escenario cambiante, ha sido en ocasiones sonoro, como consecuencia de los numerosos escándalos, juicios o campañas que han salpicado a determinadas empresas, poniendo seriamente en duda su estrategia basada en el todo vale y, en otros momentos, silencioso, ya que ha ido impregnando, por mimetismo, la estrategia empresarial de muchas de nuestras organizaciones.

No es de extrañar que, en una fase ya más madura, como la actual, las empresas estén pasando de las palabras a los hechos a través de la creación de nuevos instrumentos de gestión concretos como, por ejemplo, la iniciativa de una empresa como Adidas de premiar a sus country managers que establezcan una política pro-activa de derechos humanos en su área de influencia. Este movimiento, que obliga, entre otras cosas, a las organizaciones a gestionar nuevos retos, metodologías y sistemas de evaluación, será, sin duda alguna, uno de los pilares no sólo de la imagen o de la reputación, sino también de la legitimidad de la empresa que impere en siglo XXI.

Es necesario saber además que lo que reclaman no sólo el ámbito gubernamental o intergubernamental, sino también una sociedad civil presente en un escenario global a través de Internet, no es únicamente el respeto de los derechos humanos en el área de influencia de la empresa, sino que ésta no se convierta a su vez en cómplice, directo o indirecto, de abusos y atropellos contra los derechos humanos.

Una muestra de esta tendencia, apoyada por Naciones Unidas y la Unión Europea, es la que corrobora un reciente estudio del IPIS (International Peace Information Service), en el que se muestra la participación de empresas europeas como motores del conflicto del Congo RP a través de la explotación del coltan utilizado en la industria de teléfonos móviles y ordenadores.

Nuestras organizaciones están, por tanto, aprendiendo, innovando y gestionando en el ámbito de los derechos humanos, pero no se debe olvidar que ésta será una misión imposible si no se recurre al diálogo con los stakeholders. Porque al fin y al cabo, de lo que estamos hablando es de personas.

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