El mayo florentino
Se ha convertido en uno de los grandes festivales de la vida musical europea, y alcanza este año su 65 edición. Una excusa más para ir, o retornar, a la ciudad de la primavera
Florencia viene de Flora, la diosa floral que asiste a Venus en El nacimiento de la Primavera de Botticelli (en el museo de los Uffizi). Allí está todo, una especie de carta magna de esa particular república donde reinan la belleza y la juventud que es Florencia. Tal es el cúmulo de cosas bellas y eternamente jóvenes almacenadas en la urbe toscana, que el romántico Stendhal se inventó lo del síndrome que lleva su nombre, a saber, que Florencia acaba ahogando en su océano de belleza 'aun a los espíritus más insensibles' (esto, según Forster). No sólo por lo que atesora, también por la actividad espiritual, intensísima. El Maggio musicale fiorentino, por ejemplo, ha alcanzado un prestigio que le sitúa entre los grandes eventos de cada temporada. Dispone incluso de teatro propio. La edición de este año, que comienza a finales de abril y se prolonga hasta primeros de julio, ofrece un apretado programa de conciertos y varias óperas (Las Troyanas, El rapto del serrallo, Simón Bocanegra) y, sobre todo, una gran cantidad de encuentros, que son el sello distintivo del festival.
Además del síndrome de Stendhal, yo hablaría del síndrome de Tomás: como el apóstol incrédulo, todos quieren ir y meter el dedo en el ojo del David florentino, comprobar que las cosas que han estudiado en la escuela desde pequeñitos existen de verdad, son como los libros las mostraban. No se va a conocer, sino a comprobar, a disfrutar en vivo y en directo. Buena parte del arte occidental está censado en Florencia. Y no sólo el arte de Leonardo, Miguel Ángel, Rafael y los demás; también la literatura ha libado el néctar de la pupila de Flora (desde Dante o Bocaccio hasta Vasco Pratolini, todos ellos paisanos), y la han usado como telón de fondo los músicos (Puccini: Gianni Schicchi) y hasta los directores de cine (Bertolucci y tantos otros).
Ante ese alud gozoso y amenazante de maravillas, habrá que ir abarcando poco a poco, como los círculos que se forman en el agua al arrojar una piedra. Empezar, primero, por el anillo nuclear, lo imprescindible, y luego sumar círculos y detalles hasta que las fuerzas se esfumen, como se borran las últimas ondas en el estanque. Y en la tacada inicial, habrá que ir derecho al corazón, que es la plaza de la Signoria. Allí, entre alboroto de palomas y un tumulto de estatuas que coquetean ante el Palazzo Vecchio y la Logia de los Lanzi, Florencia palpita casi con furia. Moviéndonos con la suavidad de las ondas por un río de gente y escaparates exclusivos, alcanzaremos otro ventrículo del corazón florentino: la Piazza del Duomo, donde se alzan el baptisterio (en cuyas puertas Ghiberti inventó la escultura renacentista), la cúpula de Brunelleschi y el gracioso campanile que sirve de balcón para verle el cogote a la ciudad.
La onda expansiva nos llevará entonces a otro ventrículo florentino: Santa Croce. Que es una iglesia, una plaza, y sobre todo un mundo: lo más castizo de la ciudad. Allí, en la iglesia, custodiados por las miradas santas que pintó Giotto, duermen el sueño eterno algunos de los más ilustres italianos (Miguel Ángel, Galileo, Rossini, etc.); ante la iglesia se juega el histórico calcio (fútbol medieval, varios siglos anterior al invento de los ingleses), y en torno a la iglesia se esparcen las tabernas, antros y refectorios que usa la movida florentina para soldar lo más exquisito con lo más canalla.
En los círculos siguientes iremos descubriendo (o punteando en nuestra personal comprobación) la zona de los Uffizi, con sus maestros de dentro, y los falsos artistas y mercachifles de fuera, a los que no hay Cristo que pueda expulsar del templo porque ya están en la calle. Y el Arno lamiendo sus galerías, con el Ponte Vecchio, en cuyos tendajos se vendían lechugas medievales y hoy se vende oro fino. Y más allá, el Oltrarno, el otro lado del Arno, con la marmórea basílica de San Miniato al Monte asomada a la curva del río. Y aún quedarían círculos con fuerza para arrastrarnos al Palazzo Pitti y los jardines Boboli, a las iglesias del Carmine y Santo Spirito con los frescos revolucionarios de Masaccio, a Santa María Novella, en la otra punta, a San Lorenzo y los sepulcros mediceos tallados por Miguel Ángel, a la Academia donde su David sigue imantando más riadas de fans que un cantante de rock: hay que ir allí, tocarle con el dedo como Tomás, y comprobar que la belleza está al alcance de la mano. Por lo menos en Florencia.
Cómo ir. Alitalia (902 100 323) tiene tres vuelos diarios Madrid-Roma y cuatro Madrid-Milán; de Roma a Florencia hay un tren cada cuarto de hora, y desde Milán, uno cada hora (también es posible la conexión aérea). Meridiana (902 101 249) tiene un vuelo diario directo de Barcelona a Florencia, desde 280 ¤ más tasas.
Alojamiento. Grand Hotel, palazzo con frescos de inspiración renacentista y mucho lujo, en la céntrica piazza Ognissanti, 055 288 781, a partir de 250 euros la habitación doble. Royal Hotel, tranquilo, con jardín y buena relación calidad-precio, en Via delle Ruote, 52, 055 483 287. Tornabuoni Beacci, una pensione como la hecha célebre en Una habitación con vistas, en Via de Tornabuoni 3, 055 268 377, a partir de 220 euros la habitación doble. A las afueras, hay suntuosas villas históricas con espléndidos jardines, como Villa San Michele (en Fiésole, 59541), Villa Belvedere (en Colli, 222501), Torre di Bellosguardo (2298145).
Comer. La Campanina di Sante, para comer pescado, piazza Ravenna, 683345. Angiolino, Via Santo Spirito 36, 298976. Hostería del Cinghiale Bianco, Borgo San Jacopo 43.
Información. Teatros, precios y reservas en la página oficial del festival: www.maggiofiorentino.com. Reserva de entradas: (39) 055 211150 y 213535 o bien a través de Internet, tickets@maggiofiorentino.com.
Precios ópera, primera representación, entre 20,66 y 82,63 euros.